TRIPLE AVENTURA ERÓTICA*

¡Amables lectores sentipensantes!, bajo los halagos de la bruma y el furtivo resplandor del atardecer, permítanme penetrar a la agradable sala de espera del tríptico aposento amoroso que en el umbral de sus puertas flexibles se vislumbra el titular anterior integrado por la Mujer, la Lectura y la Escritura que están en todas partes. No hay que perder tiempo buscándolas pues ser deseada es lo que más anhela una triada femenina, tenemos es que ser oportunos, creativos e inteligentes para conquistarla, amarla y disfrutarla. Como consecuencia, elaboré con inmenso y cósmico goce interior una lista personal de condiciones esenciales para vivir mejor y afrontar gratamente el escribir.

Las mujeres como parte de esa triada no son vanas ni casquivanas, sino esquivas; vana y torpe es nuestra intención con nuestro precario amor: no es que esté observando en cada mujer un objeto sexual sino que veo, al igual que Tolstoi, en cada rostro femenino “la promesa inmediata de una felicidad sin límites” o la dicha de un espíritu excepcional que fusione las bellezas física e intelectual que no salvará el mundo, pero puede acercarnos al júbilo: “¡Feliz quien adivina sus goces, pues los habrá conocido!”, nos dice Honoré Balzac; aunque agrega que no hay que perder de vista que “La felicidad se traga nuestras fuerzas, de igual modo que la desgracia borra nuestras virtudes.”

Tampoco es que mire en cada lectura de la “extensión de la memoria y de la imaginación” un ejercicio y objeto utilitarista, sino que veo, al igual que Estanislao Zuleta (2004), “una cuestión que resolver y aspiro a que el texto diga algo sobre la cuestión” (p. 80); además, según Borges, “con los libros se pueden tener recuerdos que nunca se han vivido” y “somos los libros que nos han hecho mejores”, a pesar de que un “artista supremo puede ser una pésima persona.” (Villoro, 2017) Y la escritura, como el amor a la mujer y a la lectura, es una aventura erótica-espiritual en la que vivimos intensamente, morimos y renacemos con una visión total del universo.

Al adentrándonos pues en la agradable sala de espera del triple aposento erótico, George Steiner (1994) con su libro en mano murmura en una esquina acogedora que “leer bien significa arriesgarse mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos… Labor de la crítica literaria es ayudarnos a leer como seres humanos íntegros, mediante el ejemplo de la precisión, del pavor y del deleite. Comparada al acto de creación, es ésta una tarea secundaria. Pero nunca ha representado tanto. Sin ella, es posible que la creación misma se hunda en el silencio.”(págs. 32-33) Por eso, Juan Ramón Jiménez en una de sus cartas de conquista a Zenobia Camprubí –quien tenía aspiraciones literarias y quien posteriormente sería su mujer–, afirma: “Yo quiero que, en el porvenir, nos unan a los dos en nuestros libros”. (Montero, 2003: 83) Porque la lectura, como proceso inherente al libro, “es la primera forma de felicidad que conocemos y probablemente la última que nos va a abandonar.” (Sáez, 2017)

Por su parte, en la otra esquina mucho más acogedora, acompañado de Moderata Fonte y Virgina Woolf, Walt Whitman susurra: “Una mujer me espera, lo contiene todo, nada le falta, / Y sin embargo todo faltaría si faltara el sexo o si faltara la humedad /del hombre idóneo.” Compartir el amor con esa mujer esperada con quien tengas una conexión emocional especial para poder experimentar, crecer y amarse mutuamente, es lo mejor que nos puede ocurrir; puede ser Moderata con esta meritoria sentencia emancipadora: “Libre corazón en mi pecho mora, no sirvo a ninguno, ni de otros soy sino mía”, o Virgina con esta otra: “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que pueda imponer a la libertad de mi mente” (Vergara, 2012). Que esa mujer independiente como el portento más admirable de las Energías Positivas del Universo nos fascine “se debe a que estamos continuamente en tensión por el deseo, fuerte o débil, de reír y de amar.” (Bataille, 1993: 117) Esta autárquica fémina estupenda, al seducirnos, nos hace sentir la fascinación de la poderosa esencia humana; esencia en donde nos tiramos sobre los libros como sobre las personas, con la pasión de querer saberlo todo.

Parodiando a Julia Kristeva (2004: 281), la mujer sería “el punto sublime donde lo abyecto se desploma en el estallido de lo bello que nos desborda” y paraliza; “ante el rostro perfecto nos convertimos en seres balbuceantes.” (Villoro, 2017: 20). Mas con Shakespeare (2012: 233) “queremos ver que lo más bello abunde/para que la belleza en flor no muera”, entendido lo bello en el sentido de Platón, quien “postula que amar la belleza de un solo cuerpo es amar la Belleza misma y la perfección” (Illouz: 257), y él además recomienda rodear a los jóvenes de objetos bellos “para que se sientan como habitantes de un mundo donde soplan las brisas de un mundo feliz” (Zuleta, 2007: 131); así, la mujer bella –aunque no hay mujer fea sino mal arreglada–, amor privilegiado de deseo erótico, es un desafío a la profanación y al bienestar: “En la proximidad de una mujer… parece que nada malo puede ocurrir, más aún, que el mal no existe.” (Ibíd.: 134) Por eso, la mujer abrazada con exaltación ha de preservarse en todo su esplendor; claro que “lo bello, derrochado, dura poco;/no usado, se destruye para siempre.” (Shakespeare, 2012: 249)      

La belleza está estrechamente relacionada con la mujer y con el erotismo entendido como “la desanimalización del amor físico, su conversión, a lo largo del tiempo y gracias al progreso de la libertad y la influencia de la cultura y las artes en la vida privada, de mera satisfacción de una pulsión instintiva en un quehacer creativo y compartido que prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte.” (Vargas, 2017). Uno de los milagros de ello es el hecho de redescubrir sin modelos, sin confidencias susurradas y sin lecturas prohibidas, gracias al profundo conocimiento carnal que se halla; mientras no nos enseñen a temerlos o negarlos, podemos descubrir todos los secretos que el erotismo y la mujer poseen: “El arte y la sensualidad son la misma cosa, le dijo Picasso a Jean Leymarie, y en otra ocasión aseguró que ´no existe un arte casto´” (Ibíd., 2012: 118) 

A propósito del amor a la mujer, “cuando estaba con ella era mucho más de lo que soy, porque cuando estaba con Ella era todo lo que puedo llegar a ser”, afirma Goethe. Es el amor, en efecto, “quien da paz a los hombres, la calma al mar, el silencio a los vientos, un lecho y el sueño al dolor…”, sentencia Platón. Mas Frida Kahlo, citada por De Cortanze (2017: 8), apuntala: “El amor dura mientras dure el placer”; por eso, “los nuevos mundos deben ser vividos antes de ser explicados”, enfatiza Alejo Carpentier y Fritz Perls complementa: “Yo soy yo. Tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas. Tú no estás en este mundo para cumplir las mías. Tú eres tú, yo soy yo. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, será maravilloso. Si no, no puede remediarse.” Como tú y yo somos distintos, recuerda, mis necesidades son tan importantes para mí como las tuyas para ti, regla de oro para encajar en nuestras vidas sin que tengamos que cambiar nada, para acompañarnos a un ritmo con el que podamos avanzar juntos, lo cual legitima, como debe ser, el deseo erótico femenino a una misma altura que el masculino: “El amor es la unión de dos soledades que se respetan”, dictamina Rainer María Rilke.

 Antoine Wiertz, La lectora de novelas, 1853. Musée Wiertz, Bruselas. https://www.epdlp.com/cuadro.php?id=3068. El pintor belga muestra a una mujer joven acostada completamente desnuda en una cama leyendo una novela que sostiene en alto con la mano izquierda. “Mientras el gran espejo de la pared a la derecha de la cama permite ver el sexo, que de lo contrario permanecería oculto al observador dado que la mujer tiene las piernas dobladas, agazapado a la izquierda de la cama un demonio del que sólo se ven la mano y la mitad del rostro con el cuerno de rigor deja continuamente novelas en la sábana, satisfaciendo así sin cesar las ganas de leer de la al parecer insaciable mujer.” (Bollman, 2015: 206)  

En el centro de esta sala, están Morin, Ciurana y Motta (2006: 45) comentando en voz baja: “La tragedia de toda escritura (y también de toda lectura) es la tensión entre su inacabamiento y la necesidad de un punto final… Ésta es también la tragedia del conocimiento y del aprendizaje moderno.” Ahora bien, como la escritura está ligada al aprendizaje, al saber y al vivir, Jorge Velosa, El Carranguero Mayor, cerrando el cuarteto central, dice: “Si nos hemos de morir, poco me importa aprender. Mas si no puedo saber, poco me importa vivir.”

Entonces, me gustan la mujer —sujeto femenino cultural e histórico que puede ser la salvación—, la lectura –proceso inherente al libro– y la escritura –disciplinado viaje de descubrimiento— porque son actos amorosos que nos dan inmenso placer y conocimiento con calidad y sin calidad, no hay goce; al contrario del conocimiento, “que mantiene al hombre en una actitud pasiva, el Deseo le vuelve inquieto y le empuja a la acción. Habiendo nacido del Deseo, la acción tiende a satisfacerlo, y no puede hacerlo más que por la ´negación´, la destrucción o por lo menos la transformación del objeto deseado…” (Kojéve citado por Bataille, 1981: 7-8): “Me alegro, pues, de amar y ser amado/ sin miedo de ser víctima o tirano” (Shakespeare, 2016: 281); claro que el deleite es una canción de autonomía, pero no es la libertad –“práctica cultural institucionalizada que da forma a categorías tales como la voluntad, la elección, el deseo y las emociones” (Illouz, 2013: 144)– que el artista necesita y obtiene, según Octavio Paz, alejándose del príncipe y del mercado.

“La libertad del arte no es don ni de la política ni del poder. No es de las manos del poder de donde el arte toma su libertad. La libertad existe en nosotros, por la libertad tenemos que luchar nosotros con nosotros mismos”, rumora con sapiencia Tadeusz Kantor en la penumbra de la última esquina. De todas formas, “la mayor estupidez que el espíritu humano ha podido concebir es la idea de la liberación mediante la supresión del deseo”, dijo Cioran al lado de éste, porque “gracias al deseo se siente existir (…) el deseo es un impulso a la conquista de la realidad (…) Deseo, luego existo y existes”, apunta Henry Miller a la entrada del aposento exquisito. Y su amante Anais Nin coincide encoñada con él: “Qué gran misterio es el deseo. La enfermedad del amor, la sensibilidad, la obsesión, el temblor del corazón, el flujo y el reflujo de la sangre. No hay droga ni bebida alcohólica que pueda igualarlo.” Por eso, de seguro, sentiremos el deleite que nos agasaja. Claro que el deseo –motor de la actividad humana— es correlativo no del goce sino de su falta: “El placer es superior a cualquier patria / Y la patria es pormenor de cualquier hombre”, nos susurran las Avecillas cubanas de Cristian (2012: 19).          

En medio de la tenue oscuridad y el plácido silencio cómplices de la noche, una romántica voz femenina recuerda no olvidar la recomendación contundente de Jalil Gibran: «Para abeja y flor, el dar y recibir placer, es una necesidad y un éxtasis. Sed en nuestros placeres como las flores y las abejas». Además, de acuerdo con Nicolás Gómez Dávila (1986, Tomo I), “Las cosas sólo exhalan su esencia en las manos crispadas… del deseo.” (p. 42) Y claro, hay que vivir sin perder de vista que el mundo es ancho y ajeno y que, si la lectura es larga, la vida es corta y el tiempo y las fuerzas limitadas: como nunca habrá tiempo suficiente, no hago nada sin alegría, afirma Montaigne. Henry Miller agrega fruteciendo sus emociones: «Todo lo que hago, lo hago por la mera alegría de hacerlo: entrego mis frutos como el árbol maduro».  

Por eso uniéndome al querer shakespeariano (2016: 333) en torno al “deseo (que no es carne lerda/ sino amor puro)”, que éste relinche sin freno para que ningún momento de nuestra existencia pasee sin ningún placer estético, sexual, místico o perverso, el cual hay que disfrutar como Una verdadera rumba universal entonada y bailada por todos en vínculos heterosexuales u homosexuales: 

Cuando la Mujer era un libro y la palabra un río,

ella andaba con una mano del esposo y otra del hijo

pues ella era orgullo de los hombres,

delirio del cantor y pétalo de flor.

Cuando la Mujer era un libro y la palabra un río,

la mujer llevaba maíz para crear las ilusiones

que portaba debajo del delantal. Ella intentó vivir con otra

Mujer, pero fue acusada de posesión diabólica.

Cuando la Mujer era un libro y la palabra un río,

el Hombre amó a otro Hombre, pero fue fuertemente vilipendiado.

Cuando la Mujer era un libro y la palabra un río,

entendimos que, entre hombres y mujeres,

entre hombres y hombres, entre mujeres y mujeres

puede existir una sincera relación erótica respetuosa

para que el erotismo en general sea

Una verdadera rumba universal.

Y Miguel Gutiérrez Nájera, acompañando la otra esquina en leve oscuridad, nos exhorta: “Las novias son copas vacías, /en ellas pusimos un poco de amor; / el néctar tomamos…huyeron los días… / ¡Traed otras copas con nuevo licor!” Aunque la mujer es un ser imprevisible pero lleno de una felicidad inesperadamente posible; otorguen o rehúsen, ellas se complacen en ser solicitadas: “Y mis manos se transforman en matojos / Aparecen al albor de una mujer”, nos susurran de nuevo las Avecillas de Cristian (2012, p. 22).

Acerca de qué libro leer –¡Libros!, ¡Libros! una palabra mágica que equivale a decir: amor, amor es lo “que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras”, declaró el poeta García Lorca, que terminó un discurso famoso con estas palabras, convertidas en refrán: “Dime que lees y te diré quién eres” (Spitaletta, 2016)–, bajo los halagos de la bruma y la penumbra del amanecer, George Steiner (1994, p. 130) aconseja que sea “escandaloso como el sol matutino.” Kafka también recomienda: “esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro.” (Ibíd.: 101)

Y Sábato siempre repitiendo: «Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia». Yo diría –confesión borgiana que hago mía– que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un texto es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros. Es decir, cada lector debe conseguir y leer la apasionante obra escandalosa, cortante o precisa, y sacar sobre ella la propia conclusión, el propio placer para así profundizar en determinados temas que ese autor ofrece. A pesar de que Lezama Lima diga que emocionarse con la literatura es más importante que entender, lo primordial en toda teoría, dice Estanislao Zuleta (2004), “es salir de la idea de la lectura como consumo… Hay que seguir al pie de la letra la tesis de que es necesario de leer a la luz de un problema… todo lo que se lee alude a lo que uno busca, se convierte en un lenguaje de nuestro ser”. (págs. 80-81) En esto, la indicación de André Maurois es inobjetable: “la lectura debe hacerse pluma o lápiz en ristre. Es inútil leer si nos condenamos a tener que releer cada vez que deseamos volver sobre el tema”.

Por todo lo anterior, más que mi hobby, mi pasión es el ESCRIBIR porque, según Ricardo Piglia, la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad, pues, ella aflora en el acecho y forzamiento del deseo: El placer concreto que obtiene el ego al poder constituirse como el objeto de la certeza (Marion, 2005: 22); claro que “lo que el ego necesita primordialmente no es una certeza ontológica o epistémica, sino una certeza erótica, tal vez la única que puede responder al interrogante por el valor de la certeza” (Illouz, 2013: 148). Samuel Johnson conceptúa que la escritura es «el arte de unir placer y verdad por el llamado a la imaginación con la ayuda de la razón”. Y Jean Malaquais agrega: “El único momento en que sé que algo es verdadero, es en el momento en que lo descubro en el acto de escribir.”

La escritura, como el amor a la mujer y a la lectura, es un viaje de descubrimiento, una aventura, con la curiosidad, la audacia y la tenacidad que caracterizan a este riesgo. “Escribir es como hacer el amor: una cosa brutal, fatigante, en la cual morimos y renacemos”, puntualiza Julio Ramón Ribeyro. “El amor es una fuerza demoníaca, pero la escritura es peor. Se come hasta los huesos”, aguijona Leila Guerreiro. Sea como sea, me gusta el riesgo de escribir porque es un acto amoroso que me da inmenso placer intelectual y conocimiento real; es decir, que el escribir es un viaje de descubrimiento, una aventura erótica: es una forma de aproximarse a la vida con “la esperanza de sobrepasar el tiempo con la fuerza de la creación” (Steiner, 1994: 23), para lograr una visión total y no una visión parcial del universo.

Foto -tomada por Eve Arnold- de Marilyn Monroe, con el Ulises de James Joyce -novela tildada de “obscena, impúdica, lasciva, indigna, indecente y repugnante”-, en el parque neoyorkino de Long Island en 1955. Tal vez ella lee las últimas páginas “que corresponden al libérrimo, obsceno, magnífico flujo de conciencia de Molly Bloom, tendida en la cama al lado de su marido mientras recuerda… escenas de su infancia (en Gibraltar), de sus pretendientes (Molly es la Penélope de Joyce), de sus relaciones y de otros sucesos íntimos, solo interrumpidos por ocasionales flashes de la realidad…” (Rodríguez, 2025). Leer fue la principal herramienta de Marilyn para combatir la imagen de bomba sexual tonta. Ella “no se acobardó ni siquiera ante Ulises, el icono de la cultura literaria del siglo XX. Al añadir una carga erótica al amor que sentían las mujeres por los libros, Monroe también cambió nuestra imagen de la lectura. Un homenaje.” (Bollman, 2015: 324)

Pero el ejercicio del arte escritural “no sólo reporta placer, trae consigo una admirable disciplina«, puntualiza Robert Louis Stevenson. La escritura no es un pasatiempo que se practica solamente en los ratos de ocio -fines de semana, semana santa o en vacaciones-; es una dedica-ción exclusiva y excluyente: ser escritor es, ante todo, una aptitud especial, una disposición, una actividad permanente. “La escritura hace el papel de seductora del triángulo amoroso”, afirma Milan Kundera. Quien ha hecho suya esta absorbente, bella y tiránica pasión no escribe para vivir, vive para escribir. Goytisolo tiene, apoyado en Karl Mark, una convicción de orden ético que ha postulado como credo artístico que hago mío profundamente impresionado: «No escribo para ganarme la vida, sino que me gano la vida para poder escribir». Claro que Francisco de Quevedo me enseñó un asunto aún más importante: “…el dinero era la posibilidad de satisfacer un placer, pero a mí me interesaba más el placer que la posibilidad…”. Sea como sea, según Nicolás Gómez Dávila (1986, Tomo II), “Nada que satisfaga nuestras expectativas colma nuestras esperanzas.” (p. 85)

Pues bien, como escritor debo aprender a robarle tiempo al trabajo remunerado, a la huelga, al jolgorio y a la vida social. Sin esperar que el azar me regale ese tiempo para escribir. Además, parafraseando a Balzac, ¡yo sólo tengo una vida!; y la vida de un escritor vale más que todos los EMPLEOS del mundo. «Solo aquellos que nada esperan del azar son dueños del destino», repitió hasta la saciedad Matthew Arnold. Por tanto, necesito pasar de ser un escritor irregular e inseguro en quien ha primado la necesidad de ganarse la vida con la docencia (dejando de crear para enseñar e investigar -a veces en mis clases lo siento desoladamente-, según Vargas Llosa, tareas necesarias pero esencialmente distintas a las de un creador, claro que con ingenio uno puede ponerlas al servicio de la creación) a ser un escritor íntegro que escriba con la imperturbable y continua disciplina cotidiana de un León Tolstoi o de un García Márquez. Parodiando de nuevo a Balzac hay que decir que todo escritor se enfrasca en amplias meditaciones y no quiere que las preocupaciones de la vida vulgar vengan a distraerlo. En pleno trabajo intelectual, el escritor se olvida de todo.

Así, nuestro objetivo como escritor debe ser escribir, vivir para el arte, para la creación de ficción y espacios de LIBERTAD ya que el escritor debe mantenerse siempre independiente -“debe ser siempre rebelde, en cualquier sociedad porque la sociedad es infinitamente perfectible”, afirma nuestro Nobel de Literatura-. En el sentido de la libertad erótica, cobra importancia esta idea cioriana: los valores del Eros permiten vivir sin mediaciones, en lo inmediato de la vida, la cual es sentida como una libertad a causa de la ingenuidad esencial de toda experiencia erótica.

El escritor vive en el mundo de arriba y el de abajo: emprende el camino para eventualmente convertirse él mismo en ese camino, que está lleno de muchos obstáculos; veamos brevemente tan sólo dos: fama y bohemia, ésta “puede servir a la literatura sólo cuando es un pretexto para escribir; si ocurre a la inversa -es lo más frecuente- la bohemia mata al escritor”, advierte Vargas Llosa. Pienso que el escritor debe tomar poco porque, según Georges Bataille, “la felicidad de la embriaguez es el principio de la desgracia” y el guayabo es el gran enemigo de la literatura. “Los bohemios están pasado de moda. No se puede escribir bien con el hígado en crisis. O, en todo caso, no se puede escribir igual al día anterior”, sentenció García Márquez. Pero Hemingway también pontificó, apoyado en Flaubert, que “Los enemigos de un escritor son el alcohol, la fama, el dinero, las mujeres, y la falta de alcohol, la fama, el dinero y las mujeres”. Por ende, la reputación es el otro óbice que quiero referenciar: “la peor desgracia que le puede ocurrir a un escritor es ser comprendido y la consagración es su peor castigo. Cuando a uno le empiezan a condecorar, se empieza a morir. El éxito es femenino e igual que una mujer perversa: si uno se le humilla, le pasa por encima”, expone despiadada y razonablemente Cioran.

Para evitar ser doblegado o morir alienada y miserablemente, voy a seguir con Rigurosidad una lista personal de CONDICIONES ESENCIALES para vivir de manera digna y enfrentarme Verdaderamente al oficio de escritor -cuanta más conciencia tenemos de nuestra actividad creadora menos tenemos de la cosa creada-, aunque “en arte no hay absolutos” y el artista cree que nadie sabe lo bastante para dar consejos. “Por cierto, advirtió encantadoramente Virgina Woolf, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos” (Bloom, 2007: 22); desobediencia y uso malicioso de la ingenuidad debe ser mi método de trabajo. Entonces, con la idea interiorizada del experimento y con las antenas de la desobediencia y el uso malicioso de la ingenuidad, la lista mencionada encierra algunas RECOMENDACIONES TÉCNICAS PARA ESCRIBIR como, por ejemplo, ésta de Pedro Gómez Valderrama: «Siempre recuerda que no se aprende a ser escritor. Se aprenden las técnicas, los procedimientos; es decir, los secretos mínimos de los cuales está hecho el arte de escribir, las destrezas para practicar ese oficio. Pero ser escritor es, ante todo, una aptitud especial, una disposición». O esta otra recomendación de Nélida Piñón: “Como escritor no puedes pretender decir la última palabra al principio… Además, no se puede pretender ser un Dios sino un deicida…» -cómo no evocar ahora la literaria tesis doctoral de Mario Vargas Llosa, García Márquez: historia de un deicidio-.

El catálogo de marras también abarca reflexiones sobre el PLACER SENSUAL E INTELECTUAL Y LA VERDAD DEL ESCRIBIR Y EL VALOR DE LA DISCIPLINA DE TRABAJO DEL ESCRITOR. Una, a manera de paradigma, sería ésta de Lezama Lima: «el único modo coherente de ser escritor es convertir todo en literatura» -máxime si ésta es tan “vasta y la vida harto breve” como bien dice Balzac- y la única fórmula posible para conseguirlo es 99% de trabajo, acompañado de experiencia, observación e imaginación; cierto, la actividad del escritor debe someterse al trabajo continuo, paciente, que un día puede producir dos páginas, otro ninguna, otro un extenso capítulo. Como afirma Honoré de Balzac en boca de uno de sus famosos personajes: hay que trabajar sin tregua noche y día, con tanto placer sensual e intelectual que el estudio parezca “el más bello tema y la más feliz solución de la humana vida. La tranquilidad y el silencio que el sabio necesita tienen un no sé qué de dulce y embriagante como el amor.”

IMPRIMA, NO DEPRIMA, es una de las recetas de escritura férrea diseñada por Bryce Echenique que hay que tener siempre a la mano porque “a fuerza de soportar lo esencial en nombre de la urgencia, se termina por olvidar la urgencia de lo esencial”, sentencia bien Hadj Garum O´rin; es decir, perdemos lo principal que extraviamos “en la multitud de lo anecdótico.” Por eso, el mayor placer de la vida consiste en llevar a cabo lo que todo el mundo dice que puede hacer y no hace, por no enfrentar la imposibilidad casi absoluta de hacerlo. Lamentablemente, buena parte de la vida está hecha de decir una cosa y hacer otra. El único ambiente que el escritor necesita para desempeñar su oficio es toda la paz, toda la soledad, todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. “Se puede escribir en cualquier parte siempre que no haya visitas ni teléfonos”, apunta certeramente Vargas Llosa. A propósito de la tranquilidad interior, ¡amables lectores sentipensantes!, permítanme parodiar a Gómez Dávila: El ser humano no se comunica con otro ser sino cuando el uno escribe en su soledad y el otro lo lee en la suya.  

Y, por supuesto, la minuta que nos ocupa comprende orientaciones sobre LA LIBERTAD Y LA RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR como un ser “fóbico que lograr metaforizar no para morir de miedo sino para resucitar en los signos”, como bien lo dice Julia Kristeva (2004: 55): algunos piensan que pertenecer a un determinado PARTIDO POLÍTICO puede comprometer su producción artística; claro que Julio Cortázar no cree que “la participación en una lucha ideológica comprometa a la obra literaria de un escritor si éste guarda su total independencia como creador”; verbigracia, el de Picasso y el Guernica o el de los versos de Miguel Hernández, aunque ellos fueron allí profetas más que poetas. Uno con un cuento, que ataque sin nombrar, demuele de una manera mucho más eficaz que si fuera un simple panfleto. “Descreo del comunismo, acota George Steiner, pero creo que le fue muy útil a Neruda ya que lo llevó a ser un gran poeta, cosa que no hubiera sido, si hubiera seguido escribiendo versos amatorios o sentimentales. Como poeta sentimental era flojo. Como poeta político fue un gran poeta, le sirvió la pasión del comunismo.” Empero cuanto más independiente es el hombre por su carácter o por sus medios, más libre es en la concepción de sus obras literarias, artísticas, sociales o científicas. “El hombre no será de su inspiración mientras no sea, política y económicamente de su vida”, acota Federico Urales.

No veo por qué los escritores deban ser estafetas de los políticos. El único compromiso real de un escritor o de un artista es con su autenticidad propia. Su único testigo, el propio proceso creativo. Lo demás no puede ser más que concesiones al protagonismo, ganas de compartir el poder, en los mejores casos, o necesidad de vivir de los mendrugos del presupuesto, en los peores. La gran atracción que sentimos algunos escritores por el poder se obtiene, pues, con el prestigio literario porque éste nos da la influencia política que tanto nos fascina; la excelencia escritural con plena seguridad conquista al poder político. Por eso, el escritor chino Mo Yan, Premio Nobel de Literatura de 2012, aseguró que la literatura puede «preocuparse por la política pero estar por encima de ella».

Después de una larga reflexión, confesión garciamarquiana que hago mía, comprendí al fin que mi compromiso no era únicamente con la realidad artística de mi país, sino con toda la realidad histórica y socioeconómica de este mundo y del otro porque toda obra humana entraña una postura política: todo en la vida del ser humano, es esencialmente político; no hay como el arte para reivindicar ese hecho, que nos permite pasar de ser un escritor íntegro a ser un nuevo escritor orgánico en el sentido en que lo ideó Antonio Gramsci -pensador, organizador y dirigente-. Tal vez por eso Emerson profetizó: El hogar del escritor no es la universidad sino el pueblo.” (Bloom, 2007: 27)

En realidad, el deber de un escritor -y el deber revolucionario en el más profundo sentido de la palabra- es el de escribir bien; al momento de hacerlo, no debo pensar ni en el éxito ni en el fracaso porque, repito, si uno se les doblega, lo arrollan. Debo pensar que lo que llevo en mi corazón tiene que salir para comunicarlo y someterlo a la discusión crítica: todo el secreto consiste en saber expresar y hacer creer las verdades profundas e inquietudes del mundo y de la condición del hombre y sus pasiones colectivas. El duque de La Rochefoucould aseguró demoledoramente que nadie se enamoraría si no hubiese oído hablar del amor. Aún menos nadie escribiría o leería, pintaría o compondría música si careciese de los indispensables modelos jubilosos.

Finalmente, es evidente que la lectura y la pluma deben amar la verdad y el deleite de la escritura como se ama la mujer, un goce a la vez sexual-erótico e intelectual que nos brinda “el regalo de vincularnos con la espiritualidad” (Darder, 2014: 17), cuyo papel festivo regenerador y estructurante es innegable. Participo íntimamente en la Triple aventura erótica porque me permite sentir y sopesar el arte de dar y recibir placer sensual e intelectual “como el mejor antídoto contra la muerte… Esto significa estar vivo de verdad, resonar con la vida, el eros y la energía que el sexo proporciona.” (Darder, 2014: 167) Veo en el acto del amor una de las pocas afirmaciones de la identidad humana y como uno de los pocos puentes verdaderos que puede conducir el alma y el cuerpo que los mortales nos disputamos. Por eso, parodiando a Rilke, el amor es la unión de tres soledades que se respetan. De esta forma, dicho viaje amoroso se convierte en una elaborada enredadera de encuentros eróticos, pues así puede el espectro del ser humano encontrar la sustancia de la vida y mantenerse conectado a ella a través del juego erótico.

Para mí entonces, Amar el Escribir, la Mujer y el Libro abarca esencialmente la manera de mostrar lealtad a lo que me hace Disfrutar en esta sociedad dominada por una moral contraria al placer auténtico –“la moral no tiene más objetivo que transformar esta vida en una suma de ocasiones desperdiciadas”, afirma Cioran (2009: 111)–. Como dejar de amar lo verdadero es traicionarse a uno mismo, he sido infiel a su carne, pero no desleal a su espíritu: “Aquel que define su conducta por la ética aprisiona en una jaula su pájaro cantor”, dice Gibran; y Mireia Darder (2014: 241) complementa apoyada en la historia de Maureen Murdock que explica lo que una indígena navaja dice a su consorte: “Mi fidelidad a ti tiene la medida de tu lealtad hacia mí.”

El Mayor Placer de la vida de un escritor consiste pues en deleitarse siempre –bajo las pronunciadas cuestas gimientes del oportuno momento susurrante, con el orgasmo interminable o el “viaje sideral que me lleva al infinito” (Tasso, 2003)– con la Triple aventura erótica que conforman Mujer, Lectura y Escritura: único placer perfecto, alegría total e instante eterno y “momento de decisión y de resplandor, es la imagen perfecta de la felicidad.” (Bataille, 1993: 115) Abstenerse de lo que Erich Fromm llamó el orgasmo simultáneo como máxima expresión de amor (“Es mejor la abstinencia total que el orgasmo parcial” y pilas que “No hay orgasmos imposibles sino hombres incapaces” –Vladdo, 2001—), se convierte en una frustración o se constituye en un pecado imperdonable (y no olviden, nos recuerda el imborrable Jorge Eliécer Gaitán alejado de su contexto amoroso e histórico: “… el único pecado que la humanidad no perdona, es el de obrar sin la intención de pecar”): ¡Qué el contemporáneo Porno, con sus verdaderos santos patrones del siglo XXI, y el pagano Eros condenen a quien claudique!

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* Este escrito está en mi libro Triple aventura académica (Bogotá, autoreseditores.com, 2022, págs. 474-490). Ahora lo presento aquí íntegramente con algunas leves anotaciones y pequeñas correcciones.

INDISPENSABLE TÁBULA GRATULATORIA

Avecillas, Cristian (2012). Homo poeticus. Poesía Selecta del Ecuador N.º 3, colección sur. Quito: Ministerio de Cultura del Ecuador.

Bataille, Georges (1993). La literatura como lujo. Ediciones Cátedra: Madrid.

________________ (1981). Teoría de la religión. Madrid: Ediciones Taurus, S.A.

Bloom, Harold (2007). Cómo leer y por qué. Grupo Editorial Norma: Bogotá.

Bollman, Stefan (2015). Mujeres y libros. Una pasión con consecuencias. Prólogo de Lola Larumbe Doral. Seix Barral: Barcelona.

Cioran, E.M. (2009). En las cimas de la desesperación. Barcelona: Tusquets Editores.

Darder, Mireia (2014). Nacidas para el placer. Instinto y sexualidad en la mujer. Con la colaboración de Silvia Díez, Rigden-Institut Gestalt: Barcelona.

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10 respuestas a «TRIPLE AVENTURA ERÓTICA*»

  1. Vea, pues. En este artículo tienes las premisas de un nuevo libro, quizás más arriesgado y fundamentado en obras ficcionales. Fructífero viaje por los diversos significados de la perpetua orgía.

  2. Buena noche amigo Dayro.
    Para mi un excelente escrito, no con el ánimo de adularte, ni mucho menos vanagloriarte, es real sinceridad. Tratas los temas con gran naturalidad y sencillez, concatenando ideas y citas de grandes literato, lo cual permite entender con claridad; por eso que viva la lectura a través de aportes como el tuyo, que viva el placer, el hombre y la mujer, para hacer de este mundo un espacio maravilloso, donde se pueda compartir la lectura, la escritura y el erotismo.
    Gracias, recibe un gran abrazo.

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