CINISMO Y FALSEDADES DEL URIBISMO

“La de Álvaro Uribe es la triste historia de un personaje que termina su historia política entre falsedades: falsos positivos, testigos falsos, falsa preclusión.” Iván Cepeda Castro, valiente y honorable senador de la República. En homenaje a la gran Jineth Bedoya, corajuda e inteligente periodista.

¡Amables lectores reflexivos!, en medio de la avalancha diaria de noticias y debates polémicos permanentes acerca de las miserias de la existencia terrena y los hechos tozudos de la vida nacional tomados por toda clase de mafias y pandemias, permítanme reflexionar acerca de los falsos positivos y la preclusión del caso Uribe: Los falsos positivos no fueron 2.248 entre 1988 y 2014, sino 6.402 entre 2002 y 2008. Por falta de mérito, la Fiscalía solicita la preclusión de la imputación de cargos al exsenador por falsos testigos y fraude procesal. Estas noticias que elevan el dolo son los motivos del escándalo nacional y del desconcierto general que originan muchas reflexiones; he aquí las nuestras como testimonio de la violencia e injusticia infligida a los humildes y lo que se aprende en las calamidades.  

6.402 casos de falsos positivos que, según el Tribunal de Paz – JEP, Jurisdicción Especial para la Paz-, se produjeron en Colombia entre los años 2002 y 2008, periodo en que gobernó el expresidente Álvaro Uribe Vélez, pero su poder maquiavélico se extendió mediante Juan Manuel Santos e Iván Duque a todo lo que va del siglo XXI tras casi medio siglo en política. En la preclusión mencionada encontramos un abismo irreconciliable entre lo que había adelantado la Corte Suprema de Justicia, que llevó a una medida de aseguramiento contra el Mártir de la Patria-tomada por unanimidad-, y el criterio ahora aplicado por el fiscal Jaimes.

La espeluznante cifra de 6.402 es tres veces más alta que la que antes había recabado la Fiscalía, cuando habló de 2.248 casos. Cualquier cifra que sea, ninguna es irrelevante ante la magnitud del horror que supuso la práctica macabra de los falsos positivos  llevada a cabo por 10 ministros de defensa y tantos otros  “en 27 de los 32 departamentos de Colombia y en más de 180 unidades tácticas adscritas a casi la totalidad de las Brigadas.” (Duzán, 2021) Antes de la espeluznante cifra había sucedido la noticia colombiana del año y tal vez de las dos décadas del siglo XXI: por primera vez en la historia de Colombia, un expresidente y senador en ejercicio fue puesto en arresto domiciliario, más allá de teorías conspirativas, por una investigación que él mismo pidió a la justicia; delito que ahora pretende precluir la Fiscalía de Bolsillo de Barbosa.

El Salvador supremo creó pues “un sistema de premios y beneficios que medía el éxito de la guerra contra las FARC por el número de bajas. Para acceder a esos beneficios, muchas unidades militares diseñaron un esquema de corrupción en el que reclutaban a jóvenes, en su mayoría de barrios populares, los trasladaban a lugares remotos con promesas falsas de trabajo, les quitaban sus documentos y los asesinaban para luego presentarlos como guerrilleros… muertos en combate. La impunidad la tenían garantizada. Las víctimas que reclutaban eran consideradas desechables, los asesinatos eran rápidamente legalizados como bajas en combate y los cuerpos terminaban enterrados en fosas comunes para que no pudieran ser identificados” (Duzán, 2021): 6.402 familias martirizadas por el siniestro de jóvenes reclutados por militares en parques barriales para ir a recoger café y los balearon para hacerlos pasar por insurgentes.

“No estarían cogiendo café”, fue la cínica respuesta oficial justificadora cuando se conocieron las noticias de que habían sido ejecuciones extrajudiciales. “Y qué tal ver a tantos patriotas defender tamaña sevicia con el argumento de que no fueron tantos y que muchos de esos muchachos eran… ¡Tarados!” (Arbeláez, 2021)Y qué tal también el fuego que abrió el Preso bravucón más libre del mundo contra la justicia en una entrevista de 2 horas y 38 minutos en vivo, en la que “pudo ejecutar… la operación de exterminio moral contra sus investigadores” (Coronell, 2020) a través de historietas desgastadas, inverosímiles e insultantes con la inteligencia de los espectadores.

Ahora él y sus áulicos vuelven a hacer lo mismo, pero elogiando y defendiendo a su fiscal, afirmando que se hizo justicia pero “sus críticos confirmaron que era una absolución amañada y anunciada, y muchos se preguntaron por qué Jaimes desatendió las pruebas del expediente… acumulado contra AUV por la Corte Suprema de Justicia.” (Samper Pizano, 2021) De todos modos, el ala dogmática uribista siente hoy una satisfacción espiritual porque ha imperado la justicia divina, pues Duque y su tele despedida diaria, propia de curas y no del jefe de un Estado laico, dice: `Que Dios los bendiga`; o como su fiscal Barbosa o como Jaimes, todos ellos llamados a salvar de la cárcel al Presidente Eterno. Este agradeció a Papá Lindo, pues cree que Dios flota por todas partes pero pasa vacaciones en El Ubérrimo (Ibìd.), su finca de 1.500 hectáreas, 34 veces más grande que El vaticano, donde estuvo en arresto domiciliario.

Cuando falla el procedimiento en exámenes de laboratorio en una prueba de sangre, a eso la bacteriología lo llama falso positivo. Las “ejecuciones extrajudiciales que sucedieron en Colombia no pueden considerarse un falso positivo: no fueron un error técnico en un laboratorio, fueron asesinatos de civiles amparados por una política de gobierno perversa.” (Duzán, 2021) Los mal llamados falsos positivos son “el monstruo de Frankenstein que engendró la política de seguridad democrática de Uribe” (Ibìd.), concebida para ganar la guerra contra la arrogante criminalidad de las FARC. En relación con su imputación por sobornos de testigos, en qué cabeza cabe que cualquiera pueda ser declarado inocente de las conductas delictivas que se le endilgan sin controvertir, con hechos, las pruebas en su contra. Pero en ello anda empeñado el Cínico mayor; “también su partido, su bancada, sus periódicos, sus cadenas de radio y televisión y sus líderes de opinión que, en exacta coincidencia, repiten todos a uno idénticos argumentos en contra de la Corte.” (Coronell, 2020)

Los monstruos de Frankenstein como herencia macabra del modelo mixto Estado-paras suplantaron “al Estado pandillas de facinerosos, instrumento del narco… La cooptación mafiosa del Estado y de la política degradó sus referentes éticos y a ello contribuyeron prohombres de la élite que se permitieron revolver todo con todo… Recurso al miedo como eje del gobierno `de opinión` que así… alcanzó su clímax con los 6.402 falsos positivos.” (De la Torre, EE, 2021) Esos prohombres uribistas “están más o menos casi todos presos: exministros, exsecretarios de la presidencia, exdirectores de los servicios secretos. Y él acusado de veinte delitos.” (Caballero, 2021) Algunos de ellos son: “Sabas Pretelt de la Vega, ministro de Interior: 7 años, encarcelado por el delito de cohecho. Diego Palacio, ministro de Protección Social: 7 años por cohecho… Bernardo Moreno, secretario general de Presidencia: 8 años de casa por cárcel por concierto para delinquir y abuso de función pública. María del Pilar Hurtado, directora del DAS: 14 años por abuso de función pública, violación ilícita de comunicaciones, concierto para delinquir, peculado por apropiación, falsedad ideológica.” (Orozco Tascón, 2021) Jorge Noguera, director del DAS, quien puso la entidad al servicio de Jorge 40: dos condenas a 25 y 8 años por concierto para delinquir, abuso de autoridad y asesinato del profesor Alfredo Correa de Andréis. Los dos jefes de seguridad de Palacio, generales Buitrago y Santoyo, quienes no querían regueros de sangre sino ríos que inundaran los suelos patrios; “el general Rito Alejo del Río, a quien rindió Uribe homenaje público para elevarlo de homicida a héroe de la patria” (De la Torre, 2021). Y los 89 congresistas procesados por narcoparamilitarismo, miembros casi todos de su bancada parlamentaria.

Esos “amigos y funcionarios delincuentes del expresidente Uribe… —desde la cárcel, supongo, tal como otros criminales siguen manejando sus extorsiones y sus amenazas, y sus negocios— siguen delinquiendo por teléfono.” (Caballero, 2021) ¿No es eso un GAO, un Grupo Armado Organizado?, ¿o no eso una Bacrim, una Banda Criminal?, como los llama el gobierno negligente e inepto de Iván Duque tan amigo de las siglas. Todos ellos delinquieron para beneficiar al personaje más poderoso del país que tiene ese tamaño moral descrito, “es el monstruo que protegen los demás condenados y el Estado dominado por él.” (Orozco Tascón, 2021) Todo lo anterior y “eso es el uribismo.” (Caballero, 2021)

Como cualquier criminal abominable, Uribe es el presunto autor intelectual de esas ejecuciones extrajudiciales y muchos integrantes de su uribismo son sus presuntos autores materiales; ejecuciones calificadas crudamente y con razón como crímenes de Estado por el candidato de la Colombia Humana Gustavo Petro: 6.402 personas asesinadas por las Fuerzas Armadas haciéndolas pasar como guerrilleros siendo seres humildes: aberración completa que se convierte en el más grande y grave escándalo y “el más terrible baldón de vergüenza del Ejército colombiano en sus 200 años de historia” (Caballero, 2019) que ofende el honor militar y la más mínima noción de dignidad humana. El horror de esos atroces crímenes que son el genocidio más espantoso de la historia colombiana “evoca la imagen de la tiranía que Valle-Inclán pinta: una calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo. …” (De la Torre, 2021B) Dicha cifra macabra por sí sola superaría, como ya lo dije en mi segundo libro (2019, p. 15), la cantidad de desaparecidos durante 17 años de dictadura de Augusto Pinochet que, documentados, llegan a 1.000.

Catorce años después de la vergüenza nacional de esa matazón, el Tirano Presidente Eterno sigue justificando que su Gobierno haya utilizado el asesinato extrajudicial de indígenas, campesinos, raizales y niños, como estrategia para mostrar resultados positivos en su guerra contra la guerrilla. Por eso, el Arrastradizo de Uribe “se mostró `desconcertado` con la providencia de la JEP, pero no por el horror de esa matanza de miles de colombianos humildes a manos de nuestros propios soldados sino por la disparidad de las cifras de la Fiscalía y la JEP (2.248 versus 6.402). Fiel a su espíritu de comerciante, Uribe siempre regatea: vacas, votos, muertos.” (Londoño, 2021) Esos pecados “de ética procaz pesan toneladas en la legitimación del delito que en la sociedad y en el poder público se expanden. Cómo no recelar de la honradez del jefe cuando innumerables amigos y funcionarios suyos pagan cárcel por narcoparamilitarismo.” (De la Torre, 2021) Sabemos por la valiente e inteligente periodista Cristina de la Torre (2021B) que el “más reciente tipo de dictador es el adiestrado en guerra contrainsurgente, que tuerce la ley a su antojo, se rodea de paramilitares y potentados y pasa por patriota modernizador.” Entonces, entre una dictadura que asesina a 1.000 chilenos y otra que mata a “10.000 haitianos y una democracia que ejecuta 6.402 falsos positivos se crea un lazo de parentesco político difícil de ocultar.” (Ibìd.)

En Uribe, uno de los grandes terratenientes y postrador lastimoso de su Estado, el poder procede y está amenazado por el crimen, la mezquindad, el oprobio y el exhibicionismo; es algo que pertenece de la manera más íntima a su ejercicio desde donde se ataca al contradictor a destelladas, manipula las leyes, se burla la Constitución, se pasa las normas por la faja y accede al atajo. Es decir, el Vílico del Ubérrimo y sus seguidores utilizan el poder para atropellar y para sacar pecho por haber atropellado. Él, Duque y su séquito entienden “el poder como la carrocería que les permite llevarse por delante a los demás. Y sacar, después, la mano por la ventanilla y hacerles pistola a los atropellados.” (Quiroz, 2019) Ellos se sienten orgullosos de cuadrar la triquiñuela y asumirse como seres poderosos e incomparables. El uribismo es pues “un proyecto histórico de corte agrícola/ganadero feudal, apoyado por el capital industrial, minero extractivo y financiero, a los cuales atrae con beneficios económicos tributarios, al tiempo que se apoya en los grandes medios de comunicación de propiedad de los anteriores, y se refuerza con el poder ideológico dominante de las seudo iglesias cristianas o mercaderes de la fe, así como de la tradicional concepción católica del país conservador.” (De León Monsalvo, 2020)

En síntesis, el uribismo es el nombre que los colombianos damos a esa corriente política eternizadora de la guerra o ese régimen perverso que su extrema derecha ha cultivado en los dos decenios del siglo XXI, extrema derecha que “siempre torpedeará el Acuerdo de La Habana porque lo considera una bandera del enemigo. Y la JEP les altera los nervios porque tienen un rabo de paja más grande y más inflamable que el de la FARC y todos los demás partidos y estamentos juntos.” (Londoño, 2021) El Gran colombiano, Duque y el Centro `demoníaco` serían menos execrables si “tuvieran el coraje de aceptar que adoran la guerra y la muerte.” (Ibìd.) Pero no, el inútil subpresidente Duque y su pesado desprestigio dijo que la JEP debe «manifestarse con providencias, no por los micrófonos». La diferencia es que los magistrados los toman para informar sobre su trabajo; el títere y su titiritero, para pisotear la separación de poderes. Su partido al unísono y los muchos colombianos que apoyaron “al Gobierno entre 2002 y 2010 se dicen y nos dicen que la cosa no es tan grave porque los guerrilleros fueron grandes criminales: `Los nuestros fueron errores, los de ellos fueron horrores`, es la consigna que les sirve de consuelo y de tapujo. Esa patética asimetría moral, esa capacidad de tapar una inmundicia alegando otra inmundicia, es la mayor vergüenza de Colombia” (Gómez Buendía, 2021), que se agrega como otro de los rasgos distintivos de ese uribismo que ha hecho emerger lo peor de todos nosotros como colectivo y que levanta el estandarte de “ese gran aforismo que un uribista enardecido expresó desde el fondo de su alma” (Flórez, 2021): “¡Plomo es lo que hay!, ¡plomo es lo que viene!”. 

Al igual que Aura Lucía Mera (2021), tengo claro que las últimas noticias del caso Uribe “ha colmado mi capacidad de asco y vergüenza. Colombia hiede a podredumbre.” Una inmundicia no justifica jamás otra inmundicia, pero los crímenes de guerra “fueron el gran aporte de Colombia a la historia mundial de la inmundicia.” (Gómez Buendía, 2021) De ahí mi empeño -continúa Mera- en buscar un burka para no untarme del aliento fétido que flota como una nube negra, viscosa y pesada. El famoso coronavirus no es la pandemia, esta se puede torear más o menos con distanciamiento, tapabocas y lavada de manos. La otra, la real, es la de la impunidad, la corrupción, la mentira, el arrodille sociopático ante el eterno sociópata y el terror de desenmascararlo. Si los más de 6.000 asesinados hablan y salen de sus fosas comunes, de los lechos de los ríos, de los hornos crematorios de los pueblos; si los niños y las mujeres enterradas empiezan a llorar de nuevo, a gritar y a clamar por justicia, y la justicia los escucha y los reconoce, este país sería otro, y los poderosos tendrían que escaparse, esfumarse del panorama nacional para dejarlo limpio y empezar de nuevo.

Es evidente pues que el Jinete desbocado de las Convivir ha “terminado por configurar en Colombia un proyecto de Estado autoritario, que llevó a la práctica una contrarrevolución, donde ni siquiera había tomado forma una revolución.” (De León Monsalvo, 2020) La conclusión de Felipe Zuleta Lleras (2009) que hago mía no puede ser más preocupante y desoladora: el Estado colombiano es asesino, cómplice de asesinatos y desaparecidos (“No más santos asesinos”, decía un grafito en la Universidad Pedagógica Nacional); y, por tanto, violador de derechos humanos como bien lo manifestó la doble moral de los mismos Estados Unidos. De ese tamaño moral putrefacto es el Monstruo que protegen los demás condenados y el Estado dominado por él.

Como no hay luz al final del túnel, la oscuridad es cada vez más profunda. Esta fiscalía jamás le tocará un pelo a Uribe porque “se diseñó para hacer imposible que las responsabilidades penales les toquen la puerta a quienes ostentan el poder” (Gómez Lara, 2021) en este país de cafres, país corrupto, “sangriento, politiquero, capado emocionalmente, enfermo de envidia, repleto de ambiciones personales, incapaz de reconocer culpas, perdonar o afrontar la verdad. País en este momento que avergüenza ante la comunidad internacional, que no da crédito a lo que está presenciando.” (Mera, 2021) La exoneración del supuesto Mesías por la fiscalía de bolsillo no es para alarmarse, alarmante sería que la CPI diga que es inocente. Contamos los días para que la Corte Penal Internacional intervenga en Colombia, porque lo de Sudán parece un juego de niños comparado con este país; y también contamos los días para que este establecimiento corrupto termine por devorarse a sí mismo con la ayuda de un fuerte movimiento ciudadano y una férrea oposición política organizada. Porque el responsable esos delitos ha conseguido pagar hasta ahora solo dos meses de cárcel y durante muchos años, escapar de sus responsabilidades, de manera que el escepticismo es obligatorio, aunque la esperanza de que pague sus delitos está siempre allí, llameando en la conciencia del pueblo colombiano. Hay que seguir reclamando por esos “crímenes que todo el mundo conoce, menos sus ordenadores aún impunes. Cuántos cafetales se quedaron sin recoger teñidos de rojo. Color que ya no clama venganza sino justicia.” (Arbeláez, 2021)

Como desde hace varias décadas no hay día en que este personaje no sea noticia. Su poder es tal que, como jefe supremo, dictador o mesías, levanta odios en la mayoría y amores en unos pocos que cada vez son menos. Por eso, “`desuribicémonos’, practiquemos un trabalenguas nacional que deberíamos decirlo a diario, antes de levantarnos, acostarnos y los dientes cepillar: Colombia se debe ‘desuribizar’, el que la ‘desuribice’ muy buen ‘desuribizador’ será.” (Ochoa, 2021) Esto acompañado de la construcción de “una gran fuerza social, incluso en unidad con políticos y capitalistas pisoteados por Uribe, podrá liderar un proceso social que lleve a librarnos” de esa “lacra psicótica y sociópata” (De León Monsalvo, 2020). Como aquí no se mueve la hoja de un árbol sin autorización del expresidiario, tenemos que desenmascarar el cinismo y las falsedades uribistas. La actual ebullición de la Coalición de la Esperanza, del Pacto Histórico y las uniones de otras fuerzas alternativas, nos indica la necesidad de un Acuerdo de centro e izquierda para derrotar a la derecha y ultraderecha. Efecticamente, ese es el imperativo de hoy: construir acuerdos nacionales, regionales y locales que avalen el nacimiento de la nueva utopía otra que dé ejemplo de calidad, rectitud e independencia, para luchar “en franca lid contra el oscurantismo, el rezanderismo y la pestilencia moral” (Mejía, 2021) de la derecha y ultraderecha, guiadas por el Monstruo cultivador de odios y la reencarnación del Gran canalla.

En suma, pues, los grandes vacíos y desconciertos monumentales que nos ha dejado la avalancha diaria de noticias y debates polémicos permanentes acerca de las miserias de la existencia terrena y los hechos tozudos de la vida nacional tomados por toda clase de mafias y pandemias, “no se llenan con falsas expectativas” (Vladdo, 2021) para seguir conmocionado por las noticias diarias de muerte y devastación y seguir sobreviviendo condenado al desencanto, eso no es vida. Las verdaderas expectativas por el encanto de la vida se llenan con ese fuerte movimiento ciudadano derribador del uribismo; como él no se va escapar ni esfumarse por su cuenta, nos toca construir el movimiento que lo saque de la guarida de la Casa de “Nari”. Aprovechemos que Colombia se encuentra hoy en lo que se podría denominar el posuribismo. La primera crisis del uribismo viene al compás de los problemas judiciales del Gurú y el relato social que se ha creado en torno a él. Su imagen positiva apenas llega al 30% y su imagen desfavorable está en más del 60%. La segunda es la negativa calificación que hace la ciudadanía de la gestión de Duque el cual se encuentra en sus peores números. Por último, el cansancio de los partidos de derecha de elegir “al que diga Uribe”. (Ávila, 2021)

Cuando el supuesto Mesías llegó a la política en el 2002 causó un verdadero cataclismo político y desde su primera elección en ese año hasta el 2018, la agenda electoral ha pasado por él y el país ha estado sometido a sus designios y por eso el Estado colombiano está encarando su crisis política más severa en décadas. Pero para el 2022 el mundo político da por hecho su salida y, por ende, en la actualidad se vive otro cataclismo. Ojalá que sea así porque otro periodo del que diga el Tirano Presidente Eterno sería el acabose. Como nunca, el tablero político colombiano “tiene altos grados de incertidumbre… Lo único claro es que el próximo presidente no será del uribismo. Podría ser de derecha, pero no de la derecha uribista, aunque las que tienen más opciones son las fuerzas alternativas que, por primera vez en la historia del país, tienen una opción real de poder.” (Ibid.) Opción real de poder que las fuerzas alternativas deben aprovechar y lograr una verdadera unidad para construir el movimiento mencionado: “No nos podemos dividir para que ganen los de siempre”, fue consejo de Camilo Romero a la izquierda democrática. Como derecha ni ultraderecha no podrán lograr la tan mentada y mentida “reconciliación” entre los colombianos, eso solo lo logrará un gran hombre respaldado por ese movimiento que lo lleve a la presidencia en las próximas elecciones. Porque como bien lo dice Víctor Hugo: “No hay nada como el sueño para engendrar el porvenir. Hoy, utopía; mañana, realidad”.

BIBLIOGRAFÍA

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6 respuestas a «CINISMO Y FALSEDADES DEL URIBISMO»

  1. Es imposible no estar de acuerdo con este escrito Dairo González.
    Recuento verídico del criminal camino recorrido por Álvaro Uribe y sus más cercanos seguidores.

  2. “Expresidente, Mártir de la Patria, senador en ejercicio, Salvador supremo, Preso bravucón más libre del mundo, AUV, Presidente Eterno, Cínico mayor, monstruo que protegen los demás condenados y el Estado dominado por él, Tirano Presidente Eterno, uno de los grandes terratenientes y postrador lastimoso de su Estado, Vílico del Ubérrimo, El Gran colombiano, titiritero, eterno sociópata, Jinete desbocado de las Convivir, supuesto Mesías, lacra psicótica y sociópata, expresidiario, Monstruo cultivador de odios y la reencarnación del Gran canalla”

    Aunque todas las anteriores son acertadas denominaciones para referirse al “innombrable”, quisiera agregar otra: “horrible noche” que, como se expresa en el escrito, debe cesar con un pacto histórico de fuerzas alternativas y progresistas.

    Respetado profesor Dairo González, gracias por recordarle a la quebradiza memoria nacional parte de las nefastas hazañas de AUV e invitarnos, de manera constructiva, a poner fin a esta tragedia.

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