VOLVER LA VISTA ATRÁS CON LA CRUZ DE JACINTO

¡Amable lector multicreyente y sentipensante!, el año anterior se cerró y como en los cierres de año cada uno hace sus listas, de intenciones que cumplir para el que llegó, o de libros leídos y disfrutados, yo aquí tengo una mía de estos últimos, muy corta y muy personal, que compara dos de los mejores reseñándolos. Esos libros son dos grandes novelas que reflejan, desde ópticas diferentes y con algunas coincidencias, el complejo entramado de la realidad colombiana que ha sido desgarrada por la violencia más oscura y cobarde.

Para mí la primera novela colombiana publicada en 2021 fue Volver la vista atrás (título tomado de los Proverbios y cantares famosos de Antonio Machado), de Juan Gabriel Vásquez, autor nacido el 1973 en Bogotá, su capital. Es una obra hermosa, bien escrita, susceptible de muy distintas lecturas, novela que es a la vez biografía, recuento histórico y reportaje de hechos reales que se convierte en un retrato devastador de una familia en que las relaciones entre padres e hijos están marcadas por las ideas políticas y el fanatismo arrastradas por las fuerzas de la historia. Una fascinante investigación sociopolítica, privada e íntima, que no olvidaremos.

Y la segunda gran novela publicada por un colombiano en 2021 fue SangrenegraLa cruz de Jacinto, de Hernán Borja, autor nacido el 1953 en El Cairo -Valle del Cauca-. También es una obra hermosa, bien escrita, alimentada con recursos literarios que permiten reconstruir la época violenta del país de 1946 a 1965 y convertir la lectura en una verdadera experiencia estética. Ella ofrece una visión de cómo se formó el carácter del bandolero apodado Sangrenegra, cuyo nombre real fue Carlos Efraín González Téllez, “desde su niñez y adolescencia, y el marco histórico que posibilitó su accionar en la violencia partidista” (Baquero, 2021), que seguramente los lectores tampoco olvidaremos.

En la narración de Vásquez, la historia política clandestina de los esposos Luz Helena Cárdenas -antioqueña- y Fausto Cabrera, un español hijo de la Guerra Civil, que huyó a Colombia, donde se hizo documentalista, es una historia de vida difícil y áspera. Él fue cineasta político, como su hijo Sergio -autor, entre otras películas, de la muy estimada y discutida La estrategia del caracol-, que es uno de los personajes principales de esta novela; la otra es su hermana Marianella. La aventura vivida por los hijos sí que es excepcional ya que en ella surgen increíbles sorpresas. “La vida de los dos hermanos dio un vuelco espectacular cuando su padre descubrió el maoísmo, fue un maoísta colombiano de avanzada y decidió educar a sus dos hijos… en China Popular, haciendo de los dos jóvenes, casi un par de niños, dos guardias rojos, como los millones de niños y niñas a los que las convicciones de Mao convirtieron en aquellos años en los soldados que transformarían al gigante chino en el instrumento de la revolución mundial, reemplazando en este quehacer a la URSS” (Vargas, 2021); imágenes de medio siglo de historia que trastornaron al mundo entero. Así, Sergio encarna “la terquedad de quien se siente parte de una utopía que hoy nos parece extraña…, crear en Colombia un sistema político basado en el maoísmo, transportando desde China las bases de una sociedad nueva que sólo será posible con el triunfo de la lucha armada. Pero su compromiso de viejo luchador es leal y es sincero, lo cual vuelve la experiencia aún más atroz; un compromiso por el cual, además, no pocos jóvenes dieron la vida.” (Ramírez, 2022)

Mientras tanto, en la narración de Borja, Jacinto Cruz Usma, el personaje principal, tuvo una fría infancia campesina con algunos destellos amorosos en cultivos y ríos, pero con muchas carencias y demasiados conflictos familiares entre su adusto padre Telmo Cruz, su bondadosa madre María Jesús Usma y sus juguetonas hermanas Beatriz y Mercedes; cariños, carencias y conflictos extendidos a su adolescencia que lo condujeron a abandonar el estudio para dedicarse a las labores del campo. Al inicio de su juventud conquistó la calidez del gran amor de la hermosa Idalba al cual renuncia, consecuencia de su primer asesinato vengativo (Ismael Santamaría, quien lo había agredido anteriormente); después las metamorfosis de sus frustraciones se traducen en conformación de bandas criminales, atracos y asaltos a mano armada, más asesinatos, “secuestros femeninos y estupros: una geografía de sangre. Continuidad fatídica del transcurrir colombiano, de la cual no ha podido salir el país para reconstruir la nacionalidad lacerada por tantos años de violencia.” (Baquero, 2021).

Como la mayoría de las novelas, estas dos se mueven entre lo ficticio y real. En esta línea, lo difícil es la manera de contar las historias reales para que parezcan ficticias, que es lo que piden los lectores siempre a las novelas, y Juan Gabriel Vásquez en Volver la vista atrás “la ha encontrado, relatando sus episodios en crónicas muy próximas, que dan la impresión de confesiones y secretos confiados a los lectores, como si divulgaran la intimidad de una vivencia familiar preservada que, de pronto, gracias a esa magia que son las buenas novelas, se divulgara a todo el mundo.” (Vargas, 2021). Otro tanto hace Hernán Borja con Sangrenegra ya que integra “testimonios de personas que tuvieron contacto directo con el protagonista, incluso familiares, y tiene de fondo precisión cronológica; así, se traduce en un texto ficcional de factura histórica. Conserva, sin embargo, el énfasis en lo creativo de las situaciones y en una prosa artística.” (Baquero, 2021).

Entonces, las 475 páginas de Vásquez son conmovedoras; las enormes dificultades que deben superar los dos niños en la China Popular revolucionaria, agitada por las ideas y sobresaltos de Mao, “para adaptarse al medio tan diferente en el que se habían criado, adoptando una lengua que estaba a gran distancia de la suya, así como las estrictas costumbres y la instrucción militar que los convierte en pequeños soldados, son desgarradoras y exaltantes, precisamente porque todo aquello está narrado sin aspavientos ni misericordia, de manera imparcial y con absoluta sobriedad. La historia de la familia lo es, porque, al igual que el padre, la madre también milita en aquella brigada, y el entendimiento y el espíritu que reina entre estos cuatro personajes es envidiable, sin rebeldías ni protestas, de total obediencia. Es imposible no admirar las páginas que narran estos días, meses y años, en los que los padres, allá lejos, en Colombia, traducen sus convicciones maoístas en acciones, y en que, en China, aquellos niños se metamorfosean y nacen de nuevo, guiados por las cartas de sus padres y por sus nuevos guías, que los reeducan y transforman, para que sean, allá en su país, los ejemplos a seguir por todos los jóvenes y niños como ellos.” (Vargas, 2021)

Y las 210 páginas de Borja que narran la trayectoria humilde y sanguinaria del protagonista Jacinto Cruz Usma están signadas por aspectos legendarios en la sabia memoria popular, fruto en parte del conocimiento directo de sus acciones macabras y de la invención de las gentes, cuando no son signadas por los intereses de los partidos Conservador y Liberal “fácilmente identificables. La información de las Fuerzas Militares, al respecto, realiza el inventario de muertos y heridos, el sesgo de sus comunicaciones.” (Baquero, 2021) Ciertamente, la gente decía que Jacinto tenía la sangre negra por su infinita maldad, que era inmortal y que las defecciones de su bando solo “constituían un menoscabo pasajero. Se recomponía con facilidad con miembros de bandas desintegradas y de fugitivos de la justicia, no acogidos a las amnistías porque las consideraron sin garantías y también por estar acostumbrados a los avatares de la delincuencia. Bastaba que dijeran ser liberales para darles la bienvenida y si acreditaban crímenes contra conservadores, les daba mando. Abocado al bandolerismo por la paulatina perdida de apoyos, multiplicó sus acciones” (Borja, 2021: 114) bárbaras y repudiables. 

Las páginas de Volver la vista atrás son muy bellas, “de una lucha que se adivina, que está oculta para que sea más vívida, una lucha íntima y secreta, incluso entre los propios hermanos, que rara vez hablan de aquello que viven” (Vargas, 2021), y ese secreto heroísmo es, para el Nobel peruano, lo mejor del libro, aunque luego, cuando aquellos niños pasen a ser jóvenes, y regresen a Colombia, y se enrolen, siguiendo las directivas de sus padres, en las guerrillas maoístas los hechos sean más espectaculares y dramáticos. Estas páginas “están admirablemente narrados, con una frialdad deliberada, para que todo aquello destaque y se convierta en heroísmo secreto y cotidiano. Hasta que llega la remota voz del padre —todavía no sé si admirarlo u odiarlo—, en una carta que dura semanas o meses en alcanzar su destino, indicando que ha terminado el período de formación, que ahora se trata de poner en práctica lo aprendido, regresando a Colombia” (ibidem) para engrosar las filas del movimiento armado de los años sesenta.

“Allí surgen los conflictos, por primera vez. Las experiencias de los dos hermanos los han preparado para el heroísmo, no para la rutina cotidiana hecha de esperas interminables, de emboscadas y debilidades, acaso hasta traiciones, en las que hay comandantes que no sólo incumplen sus roles, contraen vicios, se acostumbran a esos patrones directivos y tratan a sus soldados con la punta del pie. Los hermanos, que están separados, sufren lo indecible con aquella experiencia de la lucha que es una larga paciencia, hecha de rutinas asfixiantes y la silenciosa sospecha de haberse equivocado. Hay balas de más y hasta los dos jóvenes, que no renuncian sin embargo al compromiso revolucionario, huyen de allí, en una forma de decepción discreta, recalcitrante, aunque para él las películas sean una redención, y para ella la acción social una forma de redimirse y seguir militando.” (Vargas, 2021)

Por su lado, Jacinto Cruz, el personaje de catadura siniestra y amenazante que en el delirio de su bandolerismo desbocado se autoproclamó el mayor Sangrenegra  y capitán de las guerrillas del norte del Tolima, “no dejó a sus hombres y aliados más opción que atender sus inexorables mandatos y de la incandescencia de sus ojos de fría plata surgió un virulento frenesí que incitó a la matanza; se enfurruscó y acompañó con gritos la aniquilación; se transformó en el asesino de leyenda magnificado por la radio y los periódicos. Una ira ferina hizo emerger de él a Sangrenegra, ese renombrado monstruo mortífero que desconoció cuando despertó del trance alucinante de la crueldad.” (Borja, 2021: 141) Así Sangrenegra representa “la degradación que produce la violencia en los nefarios, los bandidos y las víctimas; estos tres grupos sufren los efectos de sus respectivos roles. La conclusión implícita es que los actos violentos, cualesquiera que sean sus motivaciones, es un sendero equivocado en el derrotero de las vidas individuales y el de la nación… Esta novela registra, sin atenuantes, la espiral brutal con que se anegó de sangre el país, con la equívoca justificación del enfrentamiento entre los partidos” (Baquero, 2021) tradicionales colombianos.

Después del suicidio de Sangrenegra en 1965 acorralado por el Ejército y dando un salto histórico enorme -ya que después siguieron con su accionar los grupos armados existentes y se formaron otros nuevos- con una conexión ficcional, ambas novelas parecen continuar, en octubre de 2016, “cuando el director de cine colombiano Sergio Cabrera asiste en Barcelona a una retrospectiva de sus películas. Es un momento difícil: su padre, Fausto Cabrera, acaba de morir; su matrimonio está en crisis, y su país ha rechazado unos acuerdos de paz” (lecturalia.com, 2022) firmados entre el presidente Santos y la guerrilla de la Farc que le habrían permitido terminar con más de setenta años de guerra. En suma, pues, estas dos narraciones son fruto de una profunda investigación bibliográfica, de una gran consulta de fuentes directas y de un enorme trabajo de campo por parte de sus autores, quienes se tomaron más diez años antes de publicarlas.

Como creo que se ha demostrado en esta reseña comparativa, estos libros son dos grandes novelas históricas, novelas “de regiones, de pueblos, caminos, montañas, de mil y un protagonistas” que reflejan, desde ópticas diferentes y algunas coincidencias, el complejo entramado de la realidad colombiana, “de sus grandes carencias, y de sus fracasos, vista como una inmensa utopía siempre en construcción, y siempre fallida.” (Ramírez, 2021) Es la historia macabra de personajes sanguinarios como Jacinto Cruz, pero también es la historia “del fracaso de las ideologías, que desde su simpleza no pocas veces han pretendido sustituir a la compleja realidad, y su halo romántico ha terminado en un halo trágico.” (Ramírez, 2022) Tal vez por eso Juan Gabriel Vásquez dijo en la Bienal: “Hay una parte de ese pasado que si no contáramos con la novela, con la ficción, quedaría a oscuras: cómo se sentía un hombre en las guerras.”

Además, en estas dos obras el elemento unificador es la injusticia social que se convierte en el leitmotiv que lleva a los personajes centrales a obrar en procura de ponerle fin, usando estrategias parecidas: el bandolero Jacinto Cruz por la vengativa vía sangrienta y los Cabrera Cárdenas por la lucha armada. Así, estas obras se convierten en documentos-denuncia sobre ese gran mal social y la violencia eterna que nos aqueja.

Las conclusiones de Volver la vista atrás y de Sangrenegra ni están claras ni Juan Gabriel Vásquez ni Hernán Borja se atreven a exhibirlas. Pero ellas están ahí, en los años gastados en aquella lucha sin término, en todos los muertos y heridos, “en la inagotable guerra en que un país se va extenuando”, mientras las víctimas crecen y se multiplican, siempre en vano. Cada lector debe sacar sus propias conclusiones, desde luego. Aquellos dos jóvenes de Volver la vista atrás “están ahora lejos de ser aquellos que fueron, tal vez no arrepentidos, aunque ahora ya son distintos, más lúcidos y más independientes de todo aquello en que creyeron y se fueron volviendo.” (Vargas, 2021) Las conclusiones de Sangrenegra están un poco más claras y Hernán Borja las deja entrever en todas las víctimas y victimarios del país violento. En esta novela “es posible discernir entre la importancia de las acciones y los sentimientos, y las motivaciones que las animan, pues la anécdota se supera a sí misma al traernos unos vencidos frágiles en sus principios, crueles en la soberbia del poder cuando lo detentaron, autoritarios frente a los débiles, lacayos de los poderosos (quienes los abandonaron cuando ya no les eran útiles).” (Baquero, 2021).

Entonces, estas dos historias noveladas de personajes que han dejado huella en los últimos 70 años en nuestro país están allí, “con su conglomerado de experiencias, y cada cual debe sacar sus propias conclusiones: ¿Hasta cuándo seguir matando? ¿La sangre y los cadáveres resuelven los problemas? Hay quienes creen apasionadamente que sí. Sin embargo, no es tan sencillo sacar estas conclusiones, sobre todo si se ha vivido la experiencia” (Vargas, 2021) de Sangrenegra, quien para que no lo capturaran vivo, se suicidó acosado por las autoridades, o se ha vivido la experiencia de haber recibido balas en la espalda, como le ocurrió a Marianela, que todavía chilla al pasar por los sistemas de seguridad en los aeropuertos, o como le sucedió Sergio, aquella vez que dudó. “Estas conclusiones no serán fáciles, hay que medirlas y sacar las respuestas debidas, que serán siempre contradictorias.” (ibidem) Sea como sea, es indudable que estas dos novelas históricas «tienen como trasfondo la política, que involucra ideologías de izquierda que pugnan por encontrar arraigo popular. En Colombia, la extrema izquierda ha pretendido llegar al poder haciendo uso de las armas; la moderada, por su parte, ha seguido la vía pacífica.» (Sánchez, 2022)

Las obras de los novelistas no tienen por qué reemplazar a los lectores, dándoles soluciones fáciles, liberándolos de la tarea de reflexionar y decidir por su propia cuenta qué es lo que harían enfrentados a aquellos dilemas en que se debatieron Sangrenegra, Sergio y Marianela. Afortunada o desafortunadamente, el primero está muerto, arrepentido o no; pero los dos últimos “están vivos, felizmente y por lo menos uno de ellos, en su labor como cineasta, se debe haber jugado muy a fondo.” Mas el destino de Marianela a Vargas Llosa le deja suspenso y aterrado, por todo aquello a lo que sobrevivió, educándose para ser una guardia roja fuera de lo común. ¿Siente que cumplió? ¿Está contenta consigo misma? ¿Frustrada, más bien? Es imposible saberlo, leyendo estas dos novelas excepcionales. “Pero ahí comienza el trabajo secreto que nos dejan sus páginas en la memoria. ¿Qué hubieras hecho tú en su caso? ¿Arrepentirte o perseverar? ¿Y hasta qué punto? ¿Hasta convertir el mundo entero en un bólido llameante del que nada ni nadie puede escapar? Las buenas novelas no facilitan las respuestas, toca a los lectores sensibilizados por la fantasía depositada en esas páginas saber cómo responder.” (ibidem) Cumpliendo como lo han hecho, con los autores de estas narraciones sobresalientes podemos tranquila o inquietamente Volver la vista atrás con La cruz de Jacinto para ver “la senda que nunca/se ha de volver a pisar.”

¡Amables lectores multicreyentes y sentipensantes!, es evidente pues que estamos ante dos obras brillantes y descomunales de dos magistrales narradores colombianos. Esto se corrobora cuando se otorga a Juan Gabriel Vásquez el Premio Bienal de Novela Vargas Llosa 2021 en Guadalajara -México- por este relato emotivo y perturbador -otros publicados por el autor bogotano son Las formas de las ruinas y El ruido de las cosas al caer- que tiene “enorme habilidad narrativa y una prosa extraordinaria”, que trabaja “con materiales de la realidad enhebrando el presente con los avatares del convulso siglo XX” (Osorio, 2021), el cual es además uno de los 50 mejores libros de 2021 según El País de España; en efecto, Vásquez es uno de los mejores escritores colombianos de la actualidad, si no el mejor. El caso de Sangrenegra de Hernán Borja -quien también había escrito Al pie de la hoguera, novela sobre La Violencia que trasgrede «los límites generalmente admitidos por los historiadores»- es un poco diferente, pero también honroso puesto que esta narración mereció la atención de la línea de Investigación sobre la violencia en Colombia y la Colección Artes y Humanidades (Narrativa) de la Universidad del Valle y la publica en una edición impecable que enriquece de manera significativa el acervo sobre el tema.

“Para Dairo con todo mi cariño, con el deseo de que paséis los mismos actos de felicidad que me ha proporcionado a mí, este libro”, es la frase generosa que acompaña el autógrafo de Juan Gabriel y la de Hernán igualmente generosa dice: “A Dayro González, con profundo afecto.” A ellos, amigos y colegas, gracias infinitas por hacerme tan feliz con estas dos obras de arte de nuestra lengua, que están traspasando los límites colombianos y latinoamericanos para trascender como libros clásicos del mundo hispanohablante: ¡Maestros, congratulaciones y larga vida!

INDISPENSABLES MURMULLOS REFERENCIALES

4 respuestas a «VOLVER LA VISTA ATRÁS CON LA CRUZ DE JACINTO»

  1. Aunque No he leído «Sangre Negra» «La Cruz de Jacinto»; sé que es una novela no sólo de interés nacional, sino también de interés internacional.
    Lo digo por ser protagonista en el entorno familiar del difunto; además, haber estado en contacto con el mismo.
    Creo que nos deja la novela una enseñanza, que nos muestra esos caminos partidistas que nunca debieron existir; pero, que infortunadamente no han dejado de serlo.
    Ya me pronunciaré después de su lectura.
    Estamos en contacto.

  2. Siempre hay un camino cuando se mira con los ojos de la inteligencia (kaliman).Ese es el que nos ha faltado en nuestro país para que no haya más derramamiento de sangre… He aquí lo que se vislumbra en las dos novelas mencionadas, muchas inequidades que no le favorecen a las sociedades de cualquier país…

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