UN DESTINO HAMBRIENTO DE LA VIDA

Al amigo y colega Hernán Borja, quien se encuentra Al pie de la hoguera de la escritura y la lectura; pero sobre todo de la lectura: siempre tiene hambre de vivir y su manera de saciarlo es la literatura con quien canta a la belleza presente en todo lado.

¡Amables lectores multicreyentes y sentipensantes!, en tiempos en que los violentos han manchado nuestro tiempo de sangre en Gaza, en Ucrania, en el Caribe, en el acoso a los migrantes de la mayoría del  mundo en donde se oye hablar constantemente de competencia, de rivalidad, de desconexión, de resurgimiento de bloques e intereses, y en tiempos trepidantes, de inmediatas informaciones falsas enmascaradas de verdaderas por los medios, las redes y los algoritmos; en este panorama global difícil e incierto donde se juntan, por los designios del destino la alegría con la tristeza, hay que insistir en ser el hombre perseverante, amante del vallenato tradicional, entregado a la lectoescritura y a su amada familia con un hado hambriento de la vida. Tal es el tema que hoy quiero exponer.

Se sabe por Carlo Michelstaedter en La persuasión y la retórica (1913) que “el hombre quiere de las cosas del tiempo futuro aquello que le falta por si: la posesión de sí mismo y sin embargo cuanto desea está tan repleto de futuro que escapa de él mismo en cada presente. Así actúa a diferencia de las cosas distintas de él, distinto de sí mismo: Continuando el tiempo. Aquello que quiere le viene dado, y queriendo la vida, se aleja de sí mismo: no sabe lo que quiere. Su destino no es su destino, él no sabe que aquello que hace por qué lo hace: su actitud es la de ser pasivo, puesto que no se tiene a sí mismo: mientras vive en él irreductible, oscura, el hambre de la vida…”

He ahí un fatum insaciable de la vida que Séneca (2010) pone en su lugar precisando que “no tenemos un tiempo escaso, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y para realizar las cosas más importantes se nos ha otorgado con generosidad, si se emplea bien toda ella. Pero si se desparrama en la ostentación y la dejadez, donde no se gasta en nada bueno, cuando al fin nos acosa el inevitable trance final, nos damos cuenta de que ha pasado una vida que no supimos que estaba pasando. Es así: no recibimos una vida corta sino que la hacemos corta; no somos menesterosos de ella sino derrochadores. Tal como unas riquezas cuantiosas y principescas, cuando caen en manos de un mal amo, en un instante se disipan, y al revés, cuando, pese a ser escasas, se entregan a un buen custodio, crecen al emplearlas, igualmente la existencia se le expande mucho a quien bien la organiza.” (págs. 9-10)

“¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se porta benévolamente; la vida, si sabes usarla, es larga.” (Ibíd, p. 11) Además, la naturaleza nos enseña “que diversas cosas muertas mantienen relaciones ocultas con la vida.” Así que no más quejas y pilas con la maravillosa naturaleza bendita y vital. Más aún si una de las categorías investigativas del ser feliz parte del bienestar eudemónico, que proviene de Aristóteles y tiene que ver con la sensación de que la vida tiene sentido, de que merece la pena vivirla sabiendo usarla.

Diomedes Díaz afirma que “Nuestra vida es un camino/en el cual nos encontramos viajando/siempre, siempre meditando/para dónde es que se va//de dónde se viene a dónde se va/eso es lo que tiene / uno que pensar”. Uno tiene que pensar que “si queremos mirar la estrella de nuestro destino, debemos buscarla en nuestros corazones”, nos aconseja O. Marden. Y Paul Valéry sentencia en El cementerio marino: “La vida es basta estando ebrio de ausencia, / Y dulce el amargor, claro el espíritu.”

Así, los pensamientos anteriores me sirven para enfatizar que el propósito de este leve escrito es reflexionar acerca del sino hambriento de la vida porque quiero ser el arquitecto del mío, ser el capitán de mi alma: “Siembra un carácter y cosecharás un destino”, recomienda el anónimo. Y Mme Swetchine o Anne Sophie Soymonov aristócrata rusa del siglo XIX, famosa por su influyente salón literario en París, donde acogía a importantes figuras intelectuales– agrega: “Cuando somos capaces de conocernos a nosotros mismos, rara vez nos equivocamos sobre nuestro destino”.

Designio, destino, fatum, hado o sino que, querámoslo o no, es una fuerza desconocida que según algunos se cree, obra irresistiblemente sobre los dioses, los seres humanos y los acontecimientos o sucesos. No obstante, debemos creer menos en cartas astrales o en los designios ajenos y más en la voluntad de hacer las cosas. Aunque no olvidemos que esas palabras encierran el pensamiento o el propósito del entendimiento, aceptado por la voluntad obediente; de ahí que cuando alguien dice ante un hecho fatal que es un designio de Dios, quiere decir que hay que aceptarlo sin rechistar porque es como una indicación divina, que es lo más cercano en la Tierra a mi interpretación del Cielo. De todos modos, según Eurípides, para que enfurecerse con los inconvenientes: nuestras coleras les son indiferentes.

Tal vez no haya un problema más apasionante que el Hado, Designio o Fatum. “Fue una obsesión para los griegos, que adoraban la tragedia, la esfera y los muchachos. Sus dramas giraban en torno a la lucha de los hombres contra el Destino.” (Londoño, 2023) En las tierras colombianas lo formulamos así: la vida es la lucha del ser humano contra la corrupción, mediocridad, indiferencia e ignorancia. “Los escolásticos llevan siglos tratando de explicarnos que, así nuestras elecciones no sean libres porque la voluntad de Dios es inexorable, somos culpables de una vieja infamia de la que nada, ni siquiera el sacrificio de Jesús, un profeta disidente que anunció el fin de los tiempos, pudo redimirnos.” (Ibíd)

San Agustín, la más aguda inteligencia de la cristiandad, resolvió -sigue Londoño- la contradicción entre el libre albedrío y el rígido Destino trazado por Dios postulando una “presciencia divina”, un bucle lógico que debió asombrar a la mismísima divinidad: Dios no determina nada, somos libres de obrar de manera recta o pecaminosa, pero Él lo ha previsto todo desde el principio de los tiempos. Si tenemos una mala racha podemos culpar al Gobierno, pero si la racha se prolonga decimos que estamos “salados”, o que pagamos un karma, o nos rendimos ante la evidencia: Dios existe y nos tiene entre ceja y ceja.

“Si al ciudadano Z lo deja el avión por culpa de un trancón y el armatoste se cae, todos decimos que el señor Z se salvó, lo que equivale a decir que estaba escrito que el avión se iba a caer. Y cómo dudar de esa fatalidad si en efecto el aparato se cayó (pretérito perfecto) y el pasado es irrevocable y fatal” (Londoño, 2023), aunque la verdad es que a veces olvidamos el pasado que es casi tan desconocido como el futuro, así Azorín diga que “vivir es ver volver”; pero desafortunado es el ser preocupado por el futuro. “De nada sirve conocer lo que sucederá: desdichado aquel que se atormenta inútilmente”, señaló Cicerón. “Es probable que la historia sea una sola, pero las versiones, las historiografías, son muchas y pueden ser muy divergentes… El señor Z vivirá agradecido con los dioses del aire y los demonios de los trancones, claro, pero las aseguradoras buscarán al culpable del siniestro en la tierra, no en los cielos, y los ingenieros aeronáuticos seguirán pensando que la fatiga de los metales, la mariposa del caos y las distracciones de los pilotos pertenecen al nebuloso campo de las probabilidades, no a un guion sagrado y fatal” (Ibíd) o a una fuerza negativa del Universo.

destino

https://lonedain.wordpress.com/2008/10/07/el-comienzo/destino/

Pertenezco con Julio César Londoño al grupo de La incertidumbre de los últimos días. No simpatizamos con el Destino ni con san Agustín, el satánico inventor del Limbo. Aceptamos que al principio fue el caos (luego la cosa empeoró), pero no aspiro a zanjar la cuestión en un breve ensayo. “Está escrito que no la resolverá nunca”, dirán los fatalistas. Reconozco al igual que el autor colombiano que cierto tipo de determinismo, una forma decimonónica y racional del fatalismo, sería útil. Podríamos tener ciencias naturales capaces de anticipar las coordenadas de los terremotos, por ejemplo, y ciencias sociales exactas para formular con buen pulso las políticas públicas. En un mundo determinista podrían calcularse muy bien los proyectos de las naciones y los negocios de los particulares. “Para la ética, en cambio, un determinismo absoluto sería fatal. Si todo está predeterminado, nadie es culpable de nada. No somos responsables de nuestros crímenes ni acreedores de nuestros méritos”, termina diciendo el gran Julio César.

Reitero pues que desde sus inicios la literatura ha tenido al destino o fatum como un espléndido filón porque en sí mismo, esa materia prima que nos habita, ha servido para escribir historias importantes y significativas como las mencionadas. Enfatizo que la antigua tragedia griega aborda este tema en obras como Antígona de Sófocles y la trilogía de La Orestíada de Esquilo. También se encuentra en La Ilíada y La Odisea, los poemas épicos de Homero, donde los designios de los héroes son moldeados por fuerzas superiores y los dioses. Estas obras esenciales de la literatura clásica presentan personajes cuyas vidas están influenciadas por el hado, un concepto que incluso se creía que estaba por encima de los propios dioses. Otra obra es la epopeya La Eneida de Virgilio, quien presenta a Eneas como un héroe cuya vida está marcada por el destino de fundar Roma, y los dioses y las circunstancias lo guían a través de grandes dificultades.  

En realidad, a través de la historia de la literatura, encontramos muchos ejemplos: en medio de los avatares del Destino hay que reafirmar el poder del arte literario. Solo recordaré estos tres últimos ejemplos: Don Álvaro o La fuerza del sino (1835) del Duque de Rivas es el primero, en esta obra de teatro se da cuenta de la odisea por la que transita Álvaro, el personaje principal. El segundo es de finales del siglo XIX: Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski en el que Raskolnikov cree que está destinado a cumplir grandes hazañas y para cumplir con su hado se plantará frente a la disyuntiva de asesinar a otra persona; la novela resuelve de manera magistral el conflicto entre el destino, la moral y la muerte. Y el tercero es uno de los más reciente: El gesto de la muerte de Jean Cocteau que tiene como tema central la ineludibilidad del designio y la futilidad del intento por escapar de él.

Finalmente, ¡amables lectores multicreyentes y sentipensantes!, permítanme registrar que antes de la Pandemia La incertidumbre de los últimos días organizó un Congreso Internacional, volviendo atrás, con los pies bien puestos en el presente, en medio de la Música lenta del arroyo de Tomas Transtrómer en un edificio cerrado de una universidad de la vida colombiana, pero con el sol entrando por las ventanas que “calienta la parte superior de los escritorios / Que son tan fuertes como para cargar el peso del destino del hombre. / Y el ser con ojos pegados… / se arroja hacia adelante sin temblar / en furiosa hambre de sencillez”, de vida…

Sin ser revelado por ningún oráculo, dicho congreso fue todo un éxito pues estuvo cobijado por las energías positivas del universo, los cósmicos susurros sagrados y las ciencias humanas pobladas de amor, educación y virtud: auténticas fuerzas universales que orientan nuestras acciones para que tengan sentido en este mundo tan convulsionado y hostil: Lo más terrible que puede ocurrirnos es carecer de metas; por eso, “el alma carente de de un objetivo fijo se extravía”, dice Michel de Montaigne (2014: 95). En este mundo no hay que entretenerse en anticipar los asuntos futuros porque tenemos bastante tarea con digerir los presentes, más aún si los dioses se ríen “de aquel mortal que escruta inquieto su destino.” (Ibíd).

Aunque en este mundo el azar también nos acompaña e hipnotiza. No podemos evitarlo porque depende “de la imposibilidad de determinar de antemano una sucesión de acontecimientos” accidentales e inesperados, que obedecen “a unas determinaciones fuerzas ocultas” dependiente tal vez de “realidades invisibles para nuestro entendimiento. De ahí la hipótesis de que una determinada forma de intuición subconsciente casi telepática pueda, en cierto modo, prever lo imprevisto”, como bien lo dijo Edgar Morin (2022) en Lecciones de un siglo de vida, libro maravilloso encontrado por el azar (ver https://www.dairogonzalezquiroz.com/leer/azar-o-prioridades-falsas/), asunto que con la vida tenemos que entender para cada día nutrirnos con ellos.

Nutrir la vida de las fortalezas y maravillas de la naturaleza con sus amaneceres y atardeceres hermosos es esencial. “Nutrir la vida es la docilidad, la adaptación, la luz. Un respiro. Nutrir la propia vida de esa parte más sublime que nos acompaña. Nutrir la vida y el azar para ser el vuelo de un pájaro, el arcoíris y el espacio interior. Nutrir la vida con la alegría. Nutrir la propia vida para nada, para todo, para los otros, desde los otros. Nutrir la belleza y la libertad porque son la vida que palpita.” (Castro, 2017) Solo hace falta aplaudir –y apoyar– a quienes transitan el camino del destino hambriento de la vida, “sin dogmas ni estigmas, sin impotencia ni prepotencia.”

INDISPENSABLE TÁBULA GRATULATORIA

Castro Benedetti, Diana (2017, jun 23). Nutrir la vida. El Espectador, Bogotá, http://www.elespectador.com/opinion/nutrir-la-vida-columna-699749

De Montaigne, Michel (2014). Ensayos. Edición bilingüe, traducción y notas de Javier Yagüe Bosch. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores: Barcelona.

Londoño, Julio César (2023, jun 23). Destino o azar. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julio-cesar-londono/destino-o-azar/

SÉNECA (2010). SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA. Traducción, notas y posfacio: Francisco Socas Gavilán. JUNTA DE ANDALUCÍA, Consejería de Cultura: Andalucía-España.

6 respuestas a «UN DESTINO HAMBRIENTO DE LA VIDA»

  1. Papi este es el artículo (ensayo) más existencial-filosófico y literario que te he leído, comparto la idea de reivindicar la plenitud frente al fatalismo. Me dejó pensando en cuánto sentido tiene hablar de destino en tiempos tan inciertos.

    No somos víctimas del fatum, sino arquitectos de nuestro propio camino. Vivir no es dejarse arrastrar, sino organizar la vida, nutrirla de belleza, alegría y propósito.

    En un mundo saturado de ruido, este texto es una pausa necesaria: una invitación a leer, sentir y volver a tener hambre de vida.

    Gracias por recordarnos que el verdadero destino no es el que “nos toca”, sino el que construimos al elegir vivir con propósito. ♥️

  2. Utilizo el aforismo: «uno se marca su propio destino», va paralelo con los mensajes extraídos del estudio sincrónico de nuestra existencia; percibir la naturaleza directamente es un ejemplo clásico de «Nutrir la vida», como dijera Castro en su versión, referente para plasmar este didáctico ensayo. Felicítote González.

  3. Estimulante tema. Quizás la literatura, al proponer mundos nuevos (en especial la novela, que por definición tendría la misión de llevarnos a una nueva realidad, aunque pequeña, pues tiene que limitar a una parcialidad del género humano ; del latín (novum e illum), esté demandado de cada cual su inmesión en el sentido.
    Así sería para hombres libres; pero no para los esclavizados mental y materialmente por los detentores de los medios de producción.
    Gracias por la dedicatoria, me halaga este reconocimiento como lector de parte tuya que también desvelas las noches en la insaciable búsqueda por el saber.

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