TRIZAS Y RISAS DEL URIBISMO

In memoriam de más de 50 jóvenes muertos como Lucas Villa por la brutalidad policial y el paramilitarismo, en medio del Apoteósico Paro Nacional que ya completa casi un mes. Y en memoria de Lácydes González Quiroz, mi hermano del alma arrebatado por la infame pandemia devastadora pero previsible y evitable.

“¡Viva la paz, viva la paz!”…
Así
trinaba alegremente un colibrí,
sentimental, sencillo,
de flor en flor…

Y el pobre pajarillo
trinaba tan feliz sobre el anillo
feroz de una culebra mapaná.
Mientras que en un papayo
reía gravemente un guacamayo
bisojo y medio cínico:
—¡Cuá cuá!

¡Amables lectores reflexivos!, nada mejor que estos versos de la alegre Fabulita irónica de Luis Carlos “el Tuerto” López (1990, p. 141) para aportar algunos elementos que enriquezcan el discernimiento del trato que el subpresidente Duque, el presidente eterno y su Centro Democrático le están dando al Acuerdo de Paz firmado en 2016 entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Farc: he aquí el objetivo de este escrito que ojalá alcancemos con la ayuda de los Astros prodigiosos, los faros meridianos de la humanidad y las reciedumbres auténticas del universo.

Tal y cual como lo prometió soterradamente en campaña, esa tríada está volviendo trizas sangrientas en medio de risas macabras dicho acuerdo porque se está asesinando y manejando discursos ambiguos, paralelos y contradictorios sobre este tema esencial y otros asimismo importantes. Los integrantes y esbirros de esa terrible tripleta han sido muy hábiles para garantizar el escondite de la autoría intelectual de la necro-política y la desintegración de los desmovilizados, el exterminio sistemático de los líderes sociales y el empobrecimiento total de la mayoría de los más humildes y vulnerables del pueblo colombiano, atribuyéndosela al socialismo bolivariano del siglo XXI.

El uribismo y sus esbirros se han ensañado con los excombatientes de las Farc porque son miles “que le apostaron a la paz, creyeron las promesas del Estado y, a pesar de los incumplimientos y la violencia en su contra, han seguido en la legalidad, construyendo país y creando su propio proyecto de vida. En retorno, son constantemente perseguidos por las fuerzas ilegales que no pudieron reclutarlos, son discriminados por su pasado en las filas de la guerrilla y son asediados por la falta de oportunidades y la persistente ambivalencia de los líderes políticos.” (El Espectador, 2021). La avalancha diaria de noticias acerca de las podredumbres de la paz uribista y los hechos tozudos de la vida nacional tomados por toda clase de epidemias, mafias y pandemias le recuerdan al país lo fácil que ha sido incumplir el Acuerdo de Paz.

Ahí está el ejemplo claro de la declaración de la excanciller Claudia Blum ante el Consejo de Seguridad de la ONU: “Debe considerarse la existencia de disidencias de Farc como un incumplimiento de la antigua guerrilla convertida ahora en partido político.» La intención de la Bli Bla Blum fue seguir estigmatizando a los excombatientes que han estado y siguen comprometidos con la paz para reafirmar la posición contraria del Gobierno; por eso, la realidad de los desmovilizados “es una constante amenaza a su vida. No es su culpa que otros excombatientes hayan retomado las armas y vuelto a la ilegalidad. Crear esa dicotomía es volver a los peligrosos discursos que hablaban de un brazo político y otro armado de las Farc. Ya sabemos toda la sangre y el sufrimiento en lo que eso terminó.” (El Espectador, 2021)

Lo cierto es que esa sangre y ese sufrimiento se están repitiendo ahora en medio de las epidemias de la injusticia y la corrupción, en medio de la infame pandemia devastadora que era previsible y evitable, y en medio de las criminales reformas socioeconómicas (tributaria, sanitaria, pensional y laboral) que atizaron el fuego del estallido social agudísimo detonado por la torpeza y agravado por la indolencia subpresidencial, aunque para los uribistas ese estallido es parte del plan conspiratorio de la “revolución molecular disipada” organizado por el castrochavismo desde Cuba y Venezuela.

“Con cierre de cuentas en marzo, desde 2016 han sido asesinados 276 excombatientes de las Farc, según datos de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Otros han denunciado amenazas y muchos obstáculos para sus proyectos productivos. Por eso, tiene razón Humberto de la Calle, el exjefe negociador en La Habana, cuando escribe que las afirmaciones de la canciller ponen `en riesgo la vida de excombatientes que dejaron las armas. Es la negación del Acuerdo`” (Ibíd.) porque desde ese año -lo cual se ha arreciado en el Gobierno uriduquista- “han sido asesinados 904 defensores y lideresas por las causas que defienden: la restitución de tierras, el modo de vida campesina, el agua, la sustitución voluntaria de cultivos, los derechos humanos y la defensa del territorio.” (López O., 2021) O sea, que cada 48 horas “acallan a un colombiano que vela por los intereses de su comunidad. Alzar la voz, aportar a la verdad u oponerse a la violencia” (Cifuentes, 2021) de los actores armados es una sentencia anticipada de muerte.

Las2orillas.co/caricatura: El estado crítico de la justicia y la paz en Colombia.

La masacre de la población inerme y los asesinatos reiterados de afrodescendientes, desmovilizados e indígenas en el Cauca se multiplican “en otras regiones del país. Antioquia, Chocó, Norte de Santander, Nariño y Caquetá se han convertido en campos de guerra y cementerio de líderes sociales. Es verdaderamente sobrecogedor” (Cifuentes, 2021) ese paisaje dantesco que causaría pánico al mismísimo Alighieri que describió con maestría el infierno en su Divina comedia.

“La comunidad internacional sigue con horror esta carnicería, mientras los Trizas y los Uribeños celebran la concreción de su sueño…, el genocida mayor ´glorifica la violencia´” (Londoño, 2021) y el subpresidente molecular disipado retoza en su burbuja palaciega de negligencia e insensatez. Ellos, con sus cancerberos del terror, han “venido construyendo a pulso su ilegitimidad a través de una represión brutal” (Ortiz, 2021) contra la radical democracia callejera que “puso sobre la mesa discusiones cruciales, construyó puentes de solidaridad, mostró las agudas carencias de la clase baja, la precariedad de la clase media, la mezquindad de un sector de la clase alta, la cobarde complicidad de las autoridades civiles con los abusos de la policía y, caso aberrante, con los traquetos que organizaron un safari contra la minga indígena…” (Londoño, 2021B), lo cual nos recuerda, “bajo la rabia que anida en esta sociedad de castas montada sobre la pobreza y la exclusión”, el “cuadro inmortal de los ancestros que exalta el puño de hierro del encomendero sobre el nativo.” (De la Torre, 2021) 

Hoy los territorios colombianos son lugares fantasmas a merced del narcotráfico y los terratenientes y una clase política mediocre e indolente cada vez más extraviada en la multitud de la dinámica de los hechos criminales y corruptos. Aunque también es preocupante la indiferencia de otros sectores nacionales importantes “que de manera simplista reducen lo que está pasando al problema de las drogas. Claro que las economías ilegales y los grupos que están detrás” (Cifuentes, 2021) tienen su cuota de responsabilidad frente a estas muertes. “Eso nadie lo pone en duda. Pero desconocer que la ausencia histórica del Estado y la falta de políticas sociales integrales no son ingredientes determinantes en esta ecuación es simplemente equivocado.” (Ibíd.)

No obstante, hay algo más “que nadie calculó: el paro le arrancó el delgado barniz demócrata a esta dictadura de pacotilla y exhibió ante el mundo su verdadera faz: una facción corrupta, inepta, indolente y sanguinaria” (Londoño, 2021B) no solo contra el Acuerdo de Paz sino también contra la mayoría del pueblo colombiano, empoderado precisamente con ese acuerdo que además le quitó el miedo. Así, entonces, el asesinato de líderes y las masacres sistemáticas, el incumplimiento de los acuerdos, la brutalidad policial, la corrupción rampante, la impunidad, el mal manejo del mortífero virus y las fallas del agotado modelo neoliberal para garantizar el acceso a servicios básicos a su población, son ejemplos claros de la configuración en Colombia del autoritario Estado fascista ya que es asesino, cómplice de asesinatos y desaparecidos; y, por tanto, violador de derechos humanos. 

En Colombia se vive una secuencia grave de tragedias anunciadas tras la impávida mirada del corrupto e inepto Gobierno sanguinario, que insiste en el éxito de su política de seguridad democrática; por eso, persiste en la solución militarista. Mientras la Colombia profunda sigue sumergida en la violencia, el molecular subpresidente disipado, provisto de una política de Estado y de seguridad humana represivas, la complementa dejando librada la suerte de las personas al dominio de los poderes criminales, que en los territorios fantasmas son la ley, “como lo demuestra la sentencia de muerte que ejecutaron contra Sandra Liliana Peña Chocué, líder indígena del Cauca.” (Cifuentes, 2021) Con la sistemática presencia acechante de la muerte selectiva sentimos hoy que hay “golpes en la vida… tan fuertes…/… como del odio de Dios; como si…/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma…” (Vallejo, 1979, p. 3)

Todo lo anterior es absolutamente coherente con la filosofía del uribismo ya que este régimen perverso o corriente política eternizadora de la guerra es sostenido por una extrema derecha que siempre le ha rendido culto a la muerte en Colombia, pero sobre todo en los dos últimos decenios y ahora en el despunte del tercer decenio del siglo XXI; por eso, siempre ha torpeado la vida y ahora sigue volviendo trizas sangrientas en medios de risas macabras el Acuerdo de Paz pues “lo considera una bandera del enemigo. Y la JEP les altera los nervios porque tienen un rabo de paja más grande y más inflamable que el de la FARC y todos los demás partidos y estamentos juntos.” (Londoño, 2021C) Ellos, los uribistas, serían menos execrables si “tuvieran el coraje de aceptar que adoran la guerra y la muerte.” (Ibìd.)

Pero no, su partido y seguidores, además de pisotear la separación de poderes, sostienen sobre el exterminio de los desmovilizados “que la cosa no es tan grave porque los guerrilleros fueron grandes criminales: `Los nuestros fueron errores, los de ellos fueron horrores`, es la consigna que les sirve de consuelo y de tapujo. Esa patética asimetría moral, esa capacidad de tapar una inmundicia alegando otra inmundicia, es la mayor vergüenza de Colombia” (Gómez, 2021), que se agrega como otro de los rasgos distintivos de ese uribismo que ha hecho emerger lo peor de todos nosotros como colectivo y que levanta el estandarte de “ese gran aforismo que un uribista enardecido expresó desde el fondo de su alma” (Flórez, 2021): “¡Plomo es lo que hay!, ¡plomo es lo que viene!”. Por eso, la actual militarización nacional de la histórica movilización ciudadana es totalmente coherente con la filosofía de muerte del uribismo, que hizo de las pasiones políticas su religión para que nadie renuncie a sus dogmas enceguecidos.

Finalmente, ¡amables lectores reflexivos!, permítanme cerrar este texto diciendo que el subpresidente Duque, el presidente eterno y su Centro Demoniaco se parecen mucho al sacerdote indolente de Tarde de verano (también del desafiante, rebelde e inteligente tuerto López), a quien “le importa un bledo la pobreza de sus feligreses. El cura que ha amansado al pueblo y lo tiene como un rebaño, lo ve asnal por ser intonso, por lo cual lo explota él también.” (González, 1991, p. 150) Lo más grave aún es que este personaje y aquellos están como el lobo en el redil, avivando la superstición y bebiendo la sangre del pobre. Tuvo que pasar mucho tiempo “para que surgiera Camilo Torres, cura valiente y generoso, que sí sabía lo que tendría que hacer” (Ibíd.) con ellos:  

Y yo, desde mi ventana,
Limpiando un fusil, me digo:
—¡Qué hago con este fusil!

Sin embargo, al igual que Borges (1969, p. 134), “Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.” Porque estamos “partidos por una grieta profunda que nos lacera y nos puede lanzar al abismo, y en nuestras manos” y las de nuestra dirigencia alternativa “está actuar para restañarla. Interpretar y responder desde las trincheras ideológicas la seguirá abriendo. Confiamos en el talante colombiano que nunca se ha dejado doblegar ante los retos más complejos para que un camino de comprensión, solidaridad y empatía permita ir poniéndole amarres a esa grieta para el bien de todos” (El Espectador, 2021B): avanzamos todos airosos de tanta guerra, muerte y sufrimiento, o todos nos hundiremos en ese violento abismo mortal que “hay entre nuestras instituciones y nuestras leyes igualitarias y una realidad atroz y excluyente –con sus dueños– que las niega de manera sistemática.” (Constaín, 2021)

¡Qué arduo fue iniciar! pero como ya ocurrió, sigamos avanzando nosotros mismos pasando de las masivas protestas justas a las decisivas propuestas ingeniosas sin ningún mesías, antes de que sea demasiado tarde porque hoy, más que nunca, “el país se juega su suerte en la historia” (Carrillo, 2021) ojalá con un diálogo asertivo que solucione franca y sin trampas, dilaciones e imposiciones los problemas coyunturales y estructurales que exigen a gritos la gente y las nuevas generaciones en la calle con la alegría y la fuerza de un país diverso y rico, para no despilfarrar esta oportunidad y así se encauce el enorme descontento social. En definitiva, construir un Nuevo Pacto Social o Gran Acuerdo Político Nacional es el único camino donde ya nadie nos puede detener.

BIBLIOGRAFÍA

  • Borges, Jorge Luis (1969). Elogio de la sombra. Emecé Editores: Buenos Aires.
  • Carrillo Flórez, Fernando (2021). Dialogar para reformar antes de que sea tarde. El Espectador, Bogotá, publicado el 12 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/dialogar-para-reformar-antes-de-que-sea-tarde/
  • Cifuentes Ghidini, Gabriel (2021). Colombia se desangra. El Tiempo, Bogotá, publicado el 26 de abril en https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/gabriel-cifuentes-ghidini/colombia-se-desangra-columna-de-gabriel-cifuentes-ghidini-583743
  • Constaín, Juan Esteban (2021). Nunca es tarde. El Tiempo, Bogotá, publicado el 12 de mayo en https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/juan-esteban-constain/columna-sobre-colombia-y-la-esperanza-de-volver-a-empezar-588031
  • De la Torre, Cristina (2021). La hora del cambio. El Espectador, Bogotá, publicado el 17 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/la-hora-del-cambio/
  • Editorial de El Espectador (2021). El cumplimiento del Acuerdo no aguanta equívocos. El Espectador, Bogotá, publicado el 24 de abril en https://www.elespectador.com/opinion/editorial/el-cumplimiento-del-acuerdo-no-aguanta-equivocos/
  • ______________ (2021B). La grieta: reflexiones sobre el paro nacional. El Espectador, Bogotá, publicado el 1 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/editorial/la-grieta-reflexiones-sobre-el-paro-nacional/
  • Gómez Buendía, Hernando (2021). El crimen más horrible. El Espectador, Bogotá, publicado el 12 de febrero en https://www.elespectador.com/opinion/el-crimen-mas-horrible/
  • González Quiroz, Dairo Elías (1991). Los retratos de las gentes en la poesía de Luis C. López. Revista Casa Silva, Nº 4. Bogotá, enero.
  • Londoño, Julio Cesar (2021). La orgía de sangre de los Trizas. El Espectador, Bogotá, publicado el 7 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/la-orgia-de-sangre-de-los-trizas/
  • ____(2021B). La «primera línea» y las otras cuatro. El Espectador, Bogotá, publicado el 14 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/la-primera-linea-y-las-otras-cuatro/
  • ____(2021C). La JEP y los rabo de paja. El Espectador, Bogotá, publicado el 26 de febrero en https://www.elespectador.com/opinion/la-jep-y-los-rabo-de-paja/
  • López, Luis Carlos (1990). Obra poética. Joyas de la Literatura Colombiana, prólogo Ramón de Zubiría. Círculo de Lectores: Bogotá.
  • López Obregón, Clara (2021). El vacío de democracia crea un vacío de Estado. El Espectador, Bogotá, publicado el 25 de abril en https://www.elespectador.com/opinion/el-vacio-de-democracia-crea-un-vacio-de-estado/
  • Ortiz, Javier (2021). En estos días, ni la luz malva. El Espectador, Bogotá, publicado el 12 de mayo en https://www.elespectador.com/opinion/en-estos-dias-ni-la-luz-malva/
  • Vallejo, César (1979). Obra poética completa. Edición, prólogo y cronología de Enrique Ballon Aguirre. Biblioteca Ayacucho, Editorial Galaxis: Caracas.
  • Zelman, Diego (2020). Caricatura: El estado crítico de la justicia y la paz en Colombia. Las2orillas, Bogotá, publicado el 22 de septiembre en https://www.las2orillas.co/caricatura-el-estado-critico-de-la-justicia-y-la-paz-en-colombia/

4 respuestas a «TRIZAS Y RISAS DEL URIBISMO»

  1. Lamento la desaparición de tu hermano, Lácides, muerto en combate en plena guerra pandémica, Paz en su tumba. Tus reflexiones sobre la burla del uribismo y el sub presidente Duque al ya maltrecho proceso de Paz es una realidad que para infortunio de sus promotores se viene encima como bumerán maligno que vuelve para vengarse de sus propios gestores. «La Paz con legalidad», un eufemismo de ridícula validez ante los últimos acontecimientos en torno al estallido social. Jose Acevedo y Gomez, ha resucitado y advierte: «si perdéis este momento de efervescencia y calor» estaremos perdidos en un régimen podrido que debe morir.

  2. Lamento mucho la perdida del hermano y por el otro extremo celebro la producción de este artículo revelador que se dice a fragmentos en otros medios. Tener la capacidad para unirlos y darles sentido de denuncia pública es su rúbrica, lo conozco bien… Mi amigo, literato, compadre y colega en muchas batallas: un abrazo.

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