TALIBANES, EE.UU. Y EVANGÉLICOS

¡Amable lector sentipensante! como estos días están siendo pródigo en noticias internacionales que trascienden la política nacional, que ha quedado así disminuida en sus habituales conflictos, me voy a detener en los talibanes, los EE. UU. y los evangélicos ya que el Gobierno colombiano anunció que recibirá 4000 afganos. “La dimensión de problemas como la lucha contra la pandemia, el cambio climático, las sacudidas geopolíticas, el temor a las grandes migraciones o las amenazas a la democracia hacen que `lo nuestro`… quede como mera calderilla política. Esto no significa que no tenga importancia la política nacional. Todo lo contrario. Deberíamos estar discutiendo cómo abordar todas esas amenazas desde nuestra propia esfera de acción política, buscar cómo defendernos frente a ellas o sumarnos a iniciativas de los que participan de nuestras circunstancias y valores.” (Vallespín, 2021) De esta forma, Colombia se suma -así sea un intento de “enmendar su desastrosa política exterior hacia Estados Unidos y ocultar el escándalo que hay en Haití por la intervención de una fuerza mercenaria” (Cepeda, 2021)-, a la iniciativa norteamericana de refugiar afganos porque ello participa de nuestras circunstancias y valores.

Desde la narrativa de la Segunda Guerra Mundial, “o incluso desde antes, los estadounidenses se apañaron una imagen de país grande, invencible y bendecido por Dios. Pero es muy posible que estas glorias del pasado estén alimentando las deshonras del presente” (García Villegas, 2021) para cometer muchos errores en su política internacional. Lo que está pasando en Afganistán es una prueba de ello. Después de 20 años de invasión, de más de dos billones de dólares invertidos, de más de 100 mil soldados peleando y de más de 2.400 soldados muertos, el ejército del Águila imperial “está saliendo atropelladamente de Kabul, de la misma manera que lo hizo en 1975 saliendo de Saigón y como lo ha hecho en muchas otras partes en las que no ha podido consolidar una invasión militar” (Ibíd.), siempre disfrazada, incluida la de Afganistán, como un vehículo de la libertad y la democracia.

El país de Afganistán (665 mil km2 con 35 millones de habitantes), el extraño y legendario, el de las caravanas y los bellos relatos medievales, el de los cruces de caminos, es hoy el epicentro de las noticias internacionales. No hay que olvidar que este territorio ancestral fue Invadido a fines de la década de los setenta por la Unión Soviética, y que ha sido “carne de cañón de las superpotencias. No porque allí estén los bárbaros, sino porque está en unas coordenadas estratégicas, de suma importancia geopolítica, aparte de sus recursos naturales, como el litio.” (Spitaletta, 2021) La tierra de los pastunes o afganos “fue uno de los campos de batalla de la Guerra Fría entre EE. UU. y la URSS de los 80, lo que lo convirtió en un polvorín repleto de armas y, sobre todo, de gentes que crecieron y se formaron en el hábito de la guerra.” (Gamboa, 2021)

Tampoco hay que olvidar que EE. UU. patrocinó a los talibanes con el fin de oponerlos a los soviéticos, pero a partir de 2001, los atacó e invadió a Afganistán. El país del Norte como representante de las barbaridades por su afán imperial y vengativo, con la voracidad de tiburón hambriento, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 (ver http://www.dairogonzalezquiroz.com/leer/alminares-de-sangre/), intervino o estimuló injerencias y ocupaciones no solo en Afganistán sino también en Líbano e Irak, con el arrodillamiento de la comunidad europea, plegada a los gringos; por eso, contó con el concurso de la OTAN, con tropas del Reino Unido, Canadá e Incluso Australia. Todo indica, en fin, que la “guerra contra el terror que decreto GW Bush hace veinte años anda tan perdida como la que hace casi cincuenta proclamó Nixon contra la droga. De este fracaso los colombianos somos viejos dolientes y testigos de primera línea. Del afgano aún faltan muchas lecciones y algunas sorpresas.” (Santos, 2021)

A propósito de Talibán, es necesario afirmar que este término abarcó inicialmente a los estudiantes del Sagrado Corán (precisamente en la lengua original la palabra «talib» significa «estudiante» o «buscador de conocimiento») que en gran medida eran esos niños que tuvieron que salir de su tierra después de la invasión rusa, “principalmente hacia Pakistán, despavoridos y con sus familias destrozadas. Justamente allí encontrarían como oportunidad única de educación y realización personal la de ser entrenados en madrazas, o escuelas coránicas, que les proveyeron de los elementos de convicción necesarios para volver a su patria y luchar por un gobierno islámico que llevara su marca.” (Barajas, 2021) Así se produjo la primera toma del poder por los Talibánes, en la que “aquellos niños estudiantes formados en el exterior, convertidos ahora en soldados que prometían la paz y la recuperación del país, bajo su propia forma de estado religioso, ante la mirada curiosa de un Occidente que hacía gala de su ignorancia sobre el proceso histórico de una nación a la que consideraba… extraviada.” (Ibíd.) Hasta que decidió invadir el territorio afgano como reacción a los terribles atentados mencionados, proyectados desde ahí “como brutal arremetida terrorista del radicalismo islámico en contra del mundo occidental. Invasión… con la cual se inició la aventura que acaba de culminar estrepitosamente, luego de haber ido, destruido y fracasado, para después abandonar” (Ibíd.) porque el Talibán logró hacerse al poder prácticamente sin derramar sangre, mediante acuerdos con líderes tribales y ofertas de amnistía. 

Es evidente que los intentos de la ONU y la OTAN de estabilizar Afganistán y mejorar la seguridad de sus habitantes resultaron una y otra vez infructuosos. El motivo es que los Estados Unidos y sus aliados “en la lucha antiterrorista eran los llamados señores de la guerra, muchos de los jefes —o sus hijos— a los que la CIA había reclutado en los años ochenta para luchar contra la invasión de la URSS. La presencia continua de esos caudillos criminales y depredadores es el factor que explica la corrupción estructural y la falta de legitimidad del Gobierno afgano” (Kaldor, 2021) dirigido por Ashraf Ghani -elegido en 2019 con 920.000 votos, menos del 10% del censo electoral- se desplomó como un castillo de naipes. “Algunos de los que se aliaron con los norteamericanos en la lucha antiterrorista tenían la ciudadanía estadounidense, pero seguían actuando con impunidad. Los grupos de la sociedad civil no cejaron en sus sonoras demandas de que se hiciera justicia y se pusiera fin a la corrupción. Pero no se les prestó atención.” (Ibíd.) Como sea, la caída de Kabul supone “el mayor revés geopolítico del siglo”, ya que la retirada de EE UU de Afganistán demuestra su irrelevancia en la región y evidencia el fracaso de Occidente.

“El fiasco de la salida occidental de Afganistán y el desmoronamiento de la Administración y el Ejército locales… han terminado con el espejismo de una invasión con objetivos presuntamente humanitarios. La gran mayoría de los dirigentes occidentales ha reconocido que se han cometido errores. Y que entre las primeras lecciones a extraer tras la llegada al poder de los talibanes figuran la de rebajar la ambición de futuras intervenciones en el exterior y la de aceptar que no se puede transformar un país sin contar con el firme apoyo de la población local.” (Editorial de elpais.es, 2021). La culpa del más humillante revés militar sufrido por Estados Unidos en su historia de guerras y conflictos la tienen todos: Biden, Trump, Obama, Clinton, Bush padre e hijo, Ronald Reagan, e incluso John F. Kennedy, “porque a cada uno de ellos le cabe su cuota de responsabilidad como ejecutor de una política internacional teñida de arrogancia que en el último medio siglo condujo a su país a grandes descalabros político-militares. En Vietnam y en Cuba, en el Líbano y en Somalia, en Siria, Irán e Iraq, entre otros… Política que en Afganistán…acaba de sufrir un golpe devastador, con consecuencias aún inciertas para la reputación e influencia de Estados Unidos.” (Santos, 2021)

Pero sus “efectos más inmediatos caen por supuesto sobre el gobierno de Joe Biden, que en medio de indecisiones y equivocaciones presidió esta debacle diplomática, militar y política… Es sorprendente que hoy sean Estados Unidos y sus aliados de la Otan los que salen con el rabo entre las piernas” (Ibíd.): funcionarios internacionales “huyendo sin preocuparse ni un ápice por sus colegas afganos. El personal de la Embajada sueca se fue de inmediato y dejó abandonados a todos los empleados locales. Los funcionarios de la Embajada alemana consiguieron llevarse solo a siete afganos. Los organismos de la ONU están discutiendo sobre la mejor forma de escapar.” (Kaldor, 2021) Y por supuesto, también está el trance de un presidente estadounidense “tratando de salir del foso de sorpresa, vergüenza y ridículo en el que vino a caer, junto con sus aliados, por haber calculado mal lo que podría pasar en una región cuyos procesos políticos se había ufanado de conocer, no es sino el último episodio de un drama que comenzó hace mucho tiempo.” (Barajas, 2021)

De todos modos, la decisión de Biden de retirar las tropas “era inevitable y fue la correcta. No obstante, por la forma calamitosa en la cual se siguen desenvolviendo los hechos, sin duda pagará un alto costo político, pese a que el fiasco es responsabilidad compartida con Trump, Obama y Bush…” (García-Peña, 2021) Como sea, los rectores del Titán norteño no aprendieron “la lección de la derrota en Vietnam: la intervención militar no sirve, la superioridad en armamento y tecnología no se traducen en más poder o influencia, los pueblos son más fuertes y resilientes que los intentos de imponerles a la fuerza sistemas ajenos de gobierno” (Ibíd) por más que se camuflen en democráticos actos humanitarios y libertarios.

En la tierra de los pastunes nuevamente se ha demostrado “que las guerras no las ganan necesariamente quienes parecen más fuertes, ni los que tienen mejores herramientas. Las convicciones, y la razón elemental de defender el suelo propio, superan los argumentos de intervención que jamás podrán ostentar soldados invasores que luchan sin el impulso del alma.” (Barajas, 2021) En ese país asiático se cumplió la recomendación ideal de Sun Tzu (2019): conducir a que el enemigo se retire sin pelear del campo de batalla, de manera que “el triunfo de los buenos guerreros no se debe a la suerte, sino a haberse ubicado de antemano en posición de ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que desde un principio ya han perdido”. Todo lo cual “aplica tanto a las fuerzas americanas y europeas en territorio afgano, como a las de un gobierno que, siendo mayoritarias, terminaron por no oponerse a la toma del poder por los Talibán.” (Barajas, 2021)

A pesar de todo, cualquier impresión de que los talibanes son hoy diferentes es un puro espejismo; por eso, hay que seguir abriendo el pasillo humanitario, hay que seguir concediendo visados a todos los refugiados sin mucha tramitología.  “La caída de la capital no solo es una tragedia devastadora para los afganos, sino que el mundo entero la ha visto como una victoria del extremismo islámico, precisamente lo que Biden dijo que Estados Unidos quería destruir. Ahora, los talibanes podrán ofrecer cobijo tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).” (Kaldor, 2021) En fin, pocos “creen en las promesas talibanes de que no habrá represalias y muchos temen el regreso de la ley islámica con sus ejecuciones, amputaciones y lapidaciones, tal como la impusieron cuando gobernaron de 1996 a 2001.” (Santos, 2021) Pronto se sabrá si de verdad han cambiado estos implacables guerreros islámicos “que, careciendo de artillería, de misiles y de aviones, expulsaron de su país a la primera potencia militar del planeta. Así lo habían hecho antes con británicos, soviéticos y otros invasores del pasado.” (Ibíd.)

Aunque los voceros de los implacables guerreros talibanes han dicho que ellos optarán por buscar legitimidad internacional para evitar el estatus de paria que se ganaron en los noventa, algunas afganas y afganos no creen que ellos hayan cambiado mucho su fundamentalismo y terror islámicos; por eso, los incrédulos dicen: “Nos gustaría escapar de este infierno”, pues el miedo los empuja a abandonar el país porque temen perder los derechos adquiridos en los últimos 20 años; las desgarradoras escenas e imágenes dantescas de la caótica evacuación son el pan de cada día. Por eso, “lo que debe ocupar la agenda internacional es la protección de la vida y libertad de personas que se encuentran a merced del recién instaurado régimen talibán.” (Dangond, 2021) Lo cierto es que el resto del mundo y Colombia pueden darle cobijo a esos cuidadanos asiáticos perseguidos como gesto de solidaridad internacional entre los pueblos y de justo reconocimiento de que nuestros discursos en política exterior tienen que ir acompañados con hechos, máxime cuando en Colombia “conocemos la guerra, la pérdida de derechos, la muerte y la violencia contra las mujeres y su cuerpo como trofeo, conocemos el exilio para salvar la propia vida y la de los seres queridos. Nuestra diáspora ha sido por los cinco continentes…” (Calvo, 2021) Tener ahora ese gesto de reciprocidad y gratitud sería lo más lógico.

Se sabe que el Buitre de la guerra y del desacierto “se comprometió a cubrir los gastos de la estadía. Inicialmente se espera que las personas que entren a nuestro país se queden entre tres y seis meses mientras el país del norte define su estatus migratorio. Esto, sumado a que ya contamos con un sistema de atención a migrantes y con la presencia de organismos internacionales, hace que nuestro país esté en la capacidad de servir como buen refugio.” (Editorial de EE, 2021) A pesar de la mala fama que el populismo xenofóbico construye sobre la migración, “los procesos son beneficiosos para las sociedades que reciben los flujos de personas. La diversidad construye nuevos relatos identitarios, la economía agradece los nuevos participantes en el mercado y los países abandonan su ostracismo.” (Ibíd.) Por supuesto que hay retos, pues, “Colombia todavía tiene muchas deudas con los procesos de asimilación de los migrantes venezolanos, una población particularmente vulnerable. Pero la solución no es cerrarnos, sino insistir en las puertas abiertas y en los proyectos de integración a la sociedad.” (Ibíd.) 

Con relación al extremismo musulmán y fundamentalismo religioso, hay que decir que a mí como al escritor Enrique Santos Calderón (2021) nos “produce escalofrío el avance de cualquier índole de fanatismo religioso en el mundo, y en Afganistán… el extremismo islámico gana una crucial batalla contra la democracia occidental.” Sabemos que en el nombre de Dios, “en todas las regiones del mundo, hay gente, principalmente hombres, explicando qué quiere Dios, para qué lo quiere y cómo lo quiere. Estos hombres, traductores e intérpretes de la voluntad divina, especialmente parecen tener muy claro qué quiere Dios, para qué lo quiere y cómo lo quiere, en lo que se refiere a las mujeres. Y así ha ocurrido por siglos.” (Castillo, 2021). En el nombre divino, “las mujeres fueron confinadas al espacio del hogar y reducidas a máquinas reproductoras y de crianza. Estudiar, trabajar o decidir por quién votar en unas elecciones fueron derechos vedados hasta no hace más de un siglo. Decidir si querían tener hijos, cuántos, cómo y cuándo también es un derecho adquirido recientemente en la ley.” (Ibíd.) A pesar de todo, todavía “hay muchas disputas culturales al respecto, parece que cada vez es más claro que lo que pase sobre, en y con el cuerpo de una persona debería ser una decisión de esa persona. Aun si esa persona es una mujer. Y suena obvio, pero no lo es. Basta ver los debates alrededor de la interrupción voluntaria del embarazo y las reacciones que causa. Sobre todo, en quienes hablan en nombre de Dios.” (Ibíd.)

Definitivamente, ser creyente –en lo que sea– es un derecho. “Y no ser creyente de nada también es un derecho. Lo que no es un derecho es pretender imponer mis creencias personales a los demás. Menos aún si esa pretensión se busca a través del uso indebido de las funciones públicas y a través de la cooptación del Estado, como hace el fundamentalismo religioso más recalcitrante en todo el planeta.” (Castillo, 2021) No importa la religión que sea, sobre la base de un Dios, único y verdadero, “arrasaron pueblos y territorios en la conquista/invasión sangrienta, de América, África y el resto del mundo. Sobre esa misma premisa, los talibanes arrasan, violan, matan y lapidan a las mujeres en Afganistán… El fundamentalismo religioso, en cualquiera de sus orillas, es peligroso. No importa si es en nombre de Dios, de Alá, de Jehová, de Ra o de Quetzalcóatl. Da lo mismo. Y especialmente a las mujeres nos da lo mismo, porque lo verdaderamente importante no es en nombre de qué Dios y a través de cuáles intérpretes, sino cuáles derechos nos limitan o impiden en el entretanto.” (Ibíd.)

Y claro el cuerpo es el gran sacrificado en esa disputa. “El cuerpo, la sexualidad y el placer, alrededor de los cuales se han erigido, desde todas las religiones, normas que restringen, regulan o controlan el cuerpo, la sexualidad y el placer de las mujeres…” (Castillo, 2021) Sólo basta “recordar tres restricciones que deberán enfrentar las mujeres afganas: 1) No podrán salir al espacio público sin usar burka… 2) No podrán salir sin la compañía de un hombre y, obvio 3) Las podrán matar si osan reírse en público.” (Ibíd.) Al parecer, los talibanes quieren construir “sociedades religiosas (no seculares) en las que es más importante creer que comprender, pues la organización y las leyes provienen de una entidad invisible que es su dios. No hay preguntas, sólo obediencia.” (Gamboa, 2021)

Grupos fundamentalistas religiosos como los talibanes afganos o los evangélicos americanos “no se toman el gobierno de un día para otro. De hecho, se valen de la democracia para hacerlo. Por ejemplo, la expansión del evangelismo en Brasil tomó décadas. Y hay que reconocer que ha sido efectivo, produjo a Bolsonaro. En EE. UU. produjo a Trump. Allá que cada quien defina si eso le parece un triunfo.” (Castillo, 2021). No sobra reconocer “que mucha de esa expansión se da por la ausencia del Estado, así que las iglesias les proveen servicios a la comunidad mientras evangelizan, y hasta ahí no habría problema. Pero el asunto se complica cuando, aprovechando el sermón, el pastor recomienda (porque ya dijimos que es el intérprete de Dios) por quién votar en las próximas elecciones. O si votar ‘No’ a un plebiscito por la paz.” (Ibíd.)

En sociedades seculares hay pues “una conciencia colectiva que proyecta, pero con frecuencia se equivoca porque a su vez convive con seres invisibles y órdenes que provienen de mitos o creencias. Los senadores que en Colombia son evangélicos se rigen por la Constitución, pero su obediencia mayor es hacia algo que los demás no ven y que está en el Nuevo Testamento. ¿Cómo sería Colombia dirigida por uno de estos pastores? Puede que no fusilen gente en las calles, como los talibanes…, pero las cárceles se llenarían de homosexuales y de adúlteros y de jóvenes novios que se besan en los parques y la policía irrumpiría en los moteles y en las discotecas y en las facultades de sociología. Eso ya no nos parece tan lejano, eso sí podemos imaginarlo. Son las probables metamorfosis de quienes, aun entre nosotros, anhelan —como los talibanes— que la historia se detenga y vuelva hacia el pasado.” (Gamboa, 2021)

Atención que se aproximan las elecciones en Colombia, “y el fundamentalismo religioso avanza en el mundo. Cuidado con esos lobos disfrazados de ovejas que hablarán en el nombre de Dios.” (Castillo, 2021) Ah y con lo sucedido en el brutal ataque suicida en inmediaciones de la terminal área de Kabul que dejó el jueves pasado más de 160 muertos -entre ellos 13 militares norteamericanos- y cientos de heridos, es evidente que el problema afgano está lejos de terminar y seguirá siendo preocupación no sólo para el país del norte sino para todo el planeta porque desafiado de nuevo “el orgulloso Águila imperial…/el temor de su puntería volcánica acecha;/…con tal de erigirse en policía global/e indiscutible vengador justiciero.”

BIBLIOGRAFÍA

Una respuesta a «TALIBANES, EE.UU. Y EVANGÉLICOS»

  1. Hernán Borja (autor de la novelas "Al pie de l a hoguera" y "Sangrenegra: La Cruz de Jacinto". e de la Hoguera" dice:

    Los avances científicos de la humanidad son contrarrestados muy efectivamente por los fanatismos de cualquier índole; en Colombia, los grupos poblacionales explotados y de quienes piensan y actúan diferente, se enfrentan en vano a las barreras retrógradas y a los intereses del capitalismo y sus burócratas. Desde hace medio siglo, mi experiencia me ha indicado que los cambios sociales solo son letra muerta en papeles oficiales.

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