POSIBLES ORÍGENES DE ALGUNAS LEYENDAS DEL CAIMÁN

El autor del artículo en compañía de su mamá en la plaza del Hombre-Caimán en Plato Magdalena

El autor del artículo en compañía de su mamá en la plaza del Hombre-Caimán en Plato Magdalena

Si hay animales en América y hay hombres en América, tiene que haber un puente entre Europa, Asia y América o entre Asia y América, y ese puente tiene que ser un puente de tierra.

Guillermo Páramo (1999, p. 35)

El mundo subterráneo nos escucha por las briznas de hierba.

Tomas Tranströmer (2011, p. 81)

Este apartado forma parte de la Triple aventura académica, libro que será editado próximamente, y fue publicado originalmente el 2 de febrero de 1997 en el No 571 del Dominical de El Universal de Cartagena de Indias; nuevamente y con motivo de nuevos festivales de finales de 2020, se publica ahora después de un barniz de actualidad. La raíz de esta reflexión, que habla de posibles orígenes de algunas leyendas del caimán y su presencia en la historia y la mitología universal, fue la celebración en diciembre del 1996 del XI Festival Folclórico del Hombre-Caimán en Plato, y la conmemoración en enero del 1997 del IX Festival Folclórico del Caimán en Ciénaga; pueblos que pertenecen al Magdalena, departamento de la región Caribe colombiana y epicentro de donde se irradian mis visiones acerca de las leyendas cocodrilianas.

A propósito de las festividades decembrinas, sabemos por Sante Babolin (2005) que “toda cultura festeja según los propios modos, pero el motivo de la celebración es común a todos los hombres llamados a la fiesta” (p. 213). En este sentido, el protagonista común de las festividades magdalenenses es el Rey de los Saurios porque es vida y muerte, es leyenda y mito, es religión y arte; él ha formado parte de numerosas civilizaciones a través de la historia. Por eso ahora a través del “puente de tierra”, vamos a zambullirnos en las profundidades y superficies de las aguas caimaneras de Egipto, la China, América y de la Biblia para escucharnos “por las briznas de hierba” cienaguera y plateña.

De acuerdo con el investigador G. W. Trompf (1992, p. 157), profesor de la Universidad de Sydney de Australia, los antiguos egipcios reverenciaban a los cocodrilos del Nilo y los consideraban sagrados. Ellos los asociaban con el eterno mantenimiento de sus tierras. Sebek era, hacia el año 2400 A. de C., una de las 438 deidades del Antiguo Egipto y se consideraba el hijo de Nit (la diosa más vieja). Sebek y Nit aparecen como dioses que “permanecerán siempre”. Sebek se representaba normalmente con cuerpo humano y cabeza de cocodrilo. Llevaba una vara en la mano izquierda y el símbolo de la eternidad en la derecha, en su tocado llevaba un disco solar y la pluma de la verdad. Sebek, deidad que pasó gradualmente de ser protectora menor para convertirse en una de las principales del panteón egipcio, era adorado como una manifestación de Ra el dios del sol. Quien mintiera al dios sería castigado con una muerte violenta. El culto a Sebek floreció en el delta del Nilo y en sus proximidades (Fayum, Tebas y el lago Moeris).

Las excavaciones realizadas en Tebtunis en el 1900 revelaron un gran templo dedicado a esta deidad. Según Heródoto, los egipcios del delta del Nilo ofrecían “a los cocodrilos todas las atenciones posibles”; adoptaban a las criaturas como animales de cría y momificaban a los adultos cuando morían. En otras regiones, sin embrago, los cocodrilos eran considerados enemigos y se cazaban por su carne.

La anterior concepción profana y sagrada del antiguo Egipto podría ser la fuente de la leyenda del Hombre-Caimán de Plato, donde el pescador Saúl Montenegro se transformó en caimán, gracias al embrujo de un indígena de la Alta Guajira, para conocer los secretos de las mujeres que se bañaban en el río Magdalena. Tras una manipulación equivocada del ungüento que debía devolverle su cuerpo, quedó condenado a vivir en el río, mitad cocodrilo y mitad ser humano como el Sebek egipcio. Este municipio colombiano cada año celebra en diciembre un festival en homenaje a su animal humano (esculturas suyas se levantan en la plaza principal de este pueblo y en el de Ciénaga-Magdalena) como una “idealización mitológica de la cultura anfibia” (Fals Borda, 1985, p. 26B); este año se realiza la versión 25 de dicho festival.

La antigua leyenda egipcia de la fundación de Crocodilópolis, principal centro del culto a Sebek, dice –conforme a Trompf (1992, p. 159)– que el rey Menes, el primer faraón, fue atacado por sus propios perros mientras cazaba. En su desesperada huida, llegó a orillas del lago Moeris, donde un gran cocodrilo tomaba tranquilamente el sol. Comprendiendo rápidamente la situación, la bestia ofreció al rey su lomo para atravesar las aguas y ponerse a salvo. En señal de agradecimientos el rey fundó allí una ciudad que los egipcios llamaron más tarde Crocodilópolis. La epopeya simboliza a Egipto huyendo del mal (los perros) y el caos (las aguas).

El mito citado de “la ciudad del cocodrilo” podría ser el punto de partida de la historia de San Martín de Loba, mencionada en el apartado sobre el pensamiento mítico bolivarense. Sí, el caimán es un personaje en la vida del río de nuestra vida. Permanece, aunque extinguido, no solamente en el agua que moja las orillas de los poblados de la arteria fluvial colombiana, sino en el pensamiento filosófico de sus habitantes.

También hay posibles referencias a los cocodrilos en la Biblia. En la actualidad, muchos estudiosos coinciden en que la criatura llamada Leviatán en el capítulo 41 del Libro de Job es en realidad un caimán:

¿Puedes sacar del mar al leviatán con artes de pesca?
¿Puedes aplastarle la lengua con cuerdas?
¿Te suplicará clemencia?
¿Te hablará con palabras dulces?
¿Llamará a algún acuerdo contigo?

Estas preguntas retóricas marcan, a juzgar por Trompf, el comienzo de una elaborada descripción del cocodrilo, como una terrible criatura con “antorchas ardientes en la boca” y “aliento de carbones inflamados”. En la poesía profética II de Isaías, parece ser que el caimán, en forma de leviatán, es el dragón cósmico arquetípico, símbolo del desorden y el mal.

Esta visión bíblica del cocodrilo se hace presente en Ciénaga, en donde este sirénido-centauro legendario se aficionó a comer mujeres, a juzgar por la evocación que de esta cualidad del animal hacen allí todos los años en enero con esta copla (que viene del latín copulam a significar enlace):

Hoy día de San Sebastián,
cumpleaños de Tomasita,
ese maldito caimán
se ha comido a mijita.
Mijita linda, ¿dónde está tu hermana?
El caimán se la comió.

La leyenda de Ciénaga, como la de la Biblia, considera al cocodrilo como un peligro para la tierra. Sin embargo, la danza cienaguera convierte al rey de los ríos, de acuerdo con la antropóloga Nina de Friedman (1984, p. 3), en símbolo fálico cuyos movimientos no dan lugar a dudas sobre la intención de los danzantes, que golpean una y otra vez las puertas de las casas preguntando por las jóvenes: “Mijita linda, ¿dónde está tu hermana? / El caimán se la comió.”

Los cocodrilos fueron conocidos por el pueblo de la Antigua China cuya civilización surgió hacia el año 2200 A. de C. Es probable que el dragón cósmico de doble cola o el “señor de todos los reptiles escamosos”, que según se creía ascendía a los cielos en el equinoccio de primavera y volvía a sumergirse en las aguas en el equinoccio de otoño, estuviera parcialmente inspirado en los informes sobre los grandes cocodrilos que existían en las fronteras del Imperio Celeste. Según se decía, los “bárbaros” del sur regalaban su apreciada carne en las bodas. Además, se consideraba al caimán como un heraldo de guerra, a causa de su acorazada piel. A partir de documentos antiguos que datan de las dinastías Yin y Shang (siglos XVI al XI A. de C.), algunos eruditos chinos han llegado a pensar que el dragón original era en realidad un caimán. Según esos textos, un dragón era una criatura “con cuerpo de ciervo, cabeza de camello, ojos de liebre y cuello de serpiente. Su vientre se parece al del Shen (mítico animal que vive en el agua y es semejante al cocodrilo). Sus garras son como las del águila, sus patas son parecidas a las del tigre y tiene orejas de búfalo” (Guoxing, 1992, p. 160).

Los mayas en el siglo X y los aztecas en el siglo XVI pensaban que el mundo reposaba sobre el dorso de un gigantesco reptil en una laguna de Nenúfares. El reptil imaginado debía de ser sin duda un caimán. En el arte maya, la espalda del terrible dios de la muerte (Ah Puch) se parece mucho al dorso de un cocodrilo. Por su parte, los Aztecas parece ser que heredaron de la anterior cultura de Teotihuacán la veneración de una representación icónica de otra deidad cocodriliana.

En épocas más recientes ha sido posible establecer la importancia de los caimanes para los indios de Norteamérica. La primera representación conocida de un saurio norteamericano es, según Trompf (1992, p. 161), un grabado realizado en 1565 por el explorador francés Le Moyne, en el cual aparecen varios indios de Florida introduciendo una estaca en la boca de un caimán para matarlo.

En el siglo XIX, el antropólogo William Holmes, que vivió entre los indígenas Chiriquíes de Panamá, reconstruyó la historia de la representación de los depredadores más grande de América Latina en la tribu, recorriendo a la inversa el camino desde las imágenes de saurios muy estilizadas que aparecían en los objetos de cerámica de la tribu, hasta los dibujos más convencionales de cocodrilos que podían verse las piezas de alfarería más antiguas. Esto no nos debe sorprender porque la historia de nuestros indígenas nos dice que ellos han plasmado el caimán en el arte de sus pitos de barro, y de arcilla, en orejeras de oro, en pectorales y en otros adornos que usaban.

En suma, pues, es claro que diversas culturas han venerado u odiado al caimán, deificado o vilipendiado, protegido o diezmado. Distintos pueblos han incorporado a los caimanes o cocodrilos en sus creencias y costumbres. En torno a ellos han surgido numerosas leyendas y mitos, desde civilizaciones antiguas hasta pueblos de naciones apartadas entre sí como Colombia y Egipto.


REFERENCIAS

  • Babolin, Sante (2005). Producción de sentido. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional y San Pablo.
  • De Friedeman, Nina (1984). Carnaval en Barranquilla. Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá.
  • Fals Borda, Orlando (1985) Mompox y Loba. Historia doble de la costa-tomo 1, Bogotá: Carlos Valencia Editores.
  • Guoxing, Zhou (1992). El dragón chino. En Cocodrilos y caimanes. Dirección de la obra Charles A Ross y Stephen Garnett, Plaza y Janés y Tusquets: Barcelona.
  • La Biblia (1995). Dios habla hoy. La Biblia con Deuterocanónicos. Versión popular-Segunda edición. Traducción directa de los textos originales: hebreo, arameo y griego. Bogotá: Sociedades Bíblicas Unidas.
  • Páramo, Guillermo (1999). Tradición oral, fantasía y verosimilitud. En Las voces del tiempo. Oralidad y cultura popular. Compilador: Fabio Silva Villegas, Bogotá: Arango Editores.
  • Tranströmer, Tomas (2011). Deshielo a mediodía. Madrid: Nórdicas Libros.
  • Trompf, G. W. (1992). Mitología, religión, arte y literatura. En cocodrilos y caimanes. Dirección de la obra Charles A Ross y Stephen Garnett, Barcelona: Plaza y Janés y Tusquets.

8 respuestas a «POSIBLES ORÍGENES DE ALGUNAS LEYENDAS DEL CAIMÁN»

  1. Los artículos de Dairo son cada vez más ‘ensayos’, en la línea de los grandes representantes del género, como los franceses. Ciertamente, a la copiosa erudición y manejo acertado de fuentes, une una prosa directa, despojada de los alambicamientos a los que el tema podría conducir; sin renunciar, desde luego, a la cualificación estética del texto, pero sin caer en un folclorismo fácil.

    1. Maestro Borja, gracias por hacerme sentir que estoy cabalgando en el caballo brioso del ensayo. Me siento honrado con su visita a este portal, que también es suyo. Desde ya, está invitado a la próxima entrega.

Responder a admin Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *