HASTA LA NATURALEZA CONJURA, PERO…*

A treinta y cinco años de infortunios diversos,
doy a la sombra del alba una crónica de versos
que levantan un enjambre de grandes conjuros
en dolores abundantes y en sujetos oscuros;
pero con la mira en horizontes nada adversos.

El primer gran conjuro ocurrió el 6 de noviembre de 1985: estaba terminando la maestría Problemas colombianos en la literatura, en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. De pronto, la tranquilidad aparente del barrio colonial la Candelaria y las soporíferas clases recurrentes fueron interrumpidas por disparos y explosiones apabullantes. Después de algunas averiguaciones imprudentes pero pertinentes, supimos que más de treinta hombres y mujeres de la guerrilla del M-19 entraron a sangre y fuego al Palacio de Justicia, ubicado en la Plaza de Bolívar a tres cuadras de nuestra casa de estudios. Tomaron de rehenes a todos sus ocupantes, ante todo los magistrados de la Corte Suprema y consejeros del Consejo de Estado que allí laboraban, y exigieron la presencia del presidente Belisario Betancur, a quien le practicarían un juicio público por “traición a la voluntad nacional de forjar la paz por el camino de la participación y la negociación ciudadanas”. 

Tras 28 horas de terror, 28 largas horas de acciones armadas entre ocupantes y militares, más ocasionales y tensas conversaciones con aquéllos, los hechos fueron dolorosamente elocuentes, a pesar del angustioso llamado telefónico del presidente de la Corte al Gobierno en pleno para que se encontrara una salida pacífica al conflicto: un palacio totalmente incendiado, y un centenar de cadáveres incinerados, esparcidos en pasillos y oficinas, entre los cuales estaba el presidente de la Corte, Alfonso Reyes Echandía, y una docena de magistrados y consejeros; y,  por supuesto, guerrilleros diligentes y máximos dirigentes de la “utopía redentora”. 

En medio del estupor y el temor, la sevicia del Palacio de Justicia se ensañó en sus hijos porque los tradicionales dirigentes bipartidistas gobiernan ocultando la verdad y se apoyan en la mentira para tapar sus desmanes o apetitos.

El pueblo colombiano no se había repuesto de la sevicia del Palacio de Justicia, cuando el 13 de noviembre, a las once y media de la noche, aconteció el segundo gran conjuro: una avalancha de lodo y piedra producida por la erupción del volcán Arenas del nevado del Ruiz y el consiguiente deshielo, sepultó al municipio de Armero Tolima y cobró la vida de más de 20 mil personas y 230 mil damnificados. La tragedia la produjo el calor generado por la erupción, lo cual derritió fracciones de nieves perpetuas que se precipitaron sobre las corrientes de agua sepultadoras de la localidad. Es hasta hoy la mayor catástrofe natural sufrida por Colombia. Armero se convirtió en un valle de dolor y tristeza y fue declarado camposanto debido a los miles de cadáveres que quedaron sepultados bajo el lodo.

Omaira Sánchez, una niña de 13 años, estuvo atrapada tres días por una plancha de concreto con el lodo hasta el cuello. El 16 de noviembre, su débil cuerpo no resistió más y falleció. Personificó el drama humano de Armero y se convirtió en símbolo mundial de la peor tragedia producida por un volcán en el siglo XX.

En medio del llanto y la impotencia, la tierra explotó porque el imperio del pensamiento está moribundo y el de la fuerza se impone.

El 19 de noviembre, cuando aún retumbaba el grito del Arenas y cuando aún continuaban vivas las imágenes de la sevicia del Palacio de Justicia, sucedió el tercer gran conjuro: un intempestivo desbarrancamiento nocturno arrasó muchas vidas y la mitad de las viviendas de Tacamocho Bolívar, mi patria chica que queda al sureste de los Montes de María. Exactamente, el cuerpo del agua herido y envuelto en sangre del Magdalena, como la opaca luna vertiginosa, arrastró el caudal de 155 vidas y 49 viviendas del río: un temblor de pueblo como un escalofrío recorrió el torrente.

Mientras intentaba dormir en la noche del 20 de noviembre, se me acercó el espectro de Humberto González Fernández, mi abuelo, y me dijo: ¡Querido Dayro! Desde este rincón, donde el olvido nos ha dejado como sombras proyectadas en la memoria, en el recuerdo que no es pasado ni está muerto, me quisiera comunicar contigo. Aproximarme para vencer esta terrible soledad que sólo conocemos los que andamos muertos desde antes de nacer, los exiliados de Armero, de Bogotá, de Macondo y de  Tacamocho, los que aún no nos con-vencemos de nuestra muerte; los que nos tocó morir porque así lo dispusieron esas figuras humanas que retan la creación desde allá, lo que tú conoces como Palacio, Volcán o Río y que para nosotros es sólo un recuerdo, y una carga, porque los muertos solemos llevar en nuestros hombros el peso de ese mundo.      

Aquí estamos con los animales y nuestras cosas, que nos acompañaron siempre. Esas cosas que ahora son también memoria, pero no esa memoria que se alimenta de imágenes televisivas sino la memoria que se nutre y se alimenta diariamente de la vida, las imágenes y los símbolos que producen los propios individuos; esa memoria que toda sociedad debe cuidar, preservar y vigilar porque esa memoria es nuestro único patrimonio seguro para el futuro, y el que nos salvará de la hecatombe final. Aquí vemos desfilar a diario a todos los valientes que luchan con la muerte y le reclaman la vida que necesitaron para morirse a tiempo. Y yo les digo: “No griten tanto que no nos dejan terminar de morir en silencio”. Pero ellos insisten porque desean cobrar el tiempo necesario para poder alejarse. Ese mismo que nos hurtaron allá, donde tú estás ahora, Negro. Dicen que les hurtaron todo: la sangre, la sonrisa, la esperanza, la alegría; que lo que sí les dieron, y en abundancia, fue el olvido y la tristeza, el desespero y el llanto en el fondo de su impotencia. Eso dicen.                

Lo cierto, Dayro, es que allá nuestras voces se extraviaron en los laberintos de Palacio, en las risas de los que mandan, entre los barullos de la demagogia. Allá se ahogaron nuestras voces. Allá, donde tú estás, Hombre-caimán, alguien dijo: “Porque en este País del Sagrado Corazón de Jesús, hasta la naturaleza complota contra el pobre”. Aquí no fue así. Porque en este villorrio oculto por el agua y en aquél oculto por piedra y lodo, la naturaleza sí habló y tampoco la escucharon. O se fingieron sordos. Así fue como los que tienen poder no hicieron caso y, por el contrario, protagonizaron nuevos hechos inhumanos como los del Palacio de Justicia. La tierra no aguantó más y lanzó toda su ira a través del volcán Arenas y del río Magdalena.  

En medio del llanto y de la impotencia, la tierra explotó, el río se inundó y la sevicia del Palacio de Justicia se mostró y se protagonizan nuevas masacres y nuevos atropellos porque aquí no respetan la vida de las mujeres y los hombres. La tierra se lamenta porque el imperio del pensamiento está moribundo y el de la fuerza se impone. El río Magdalena se desbarrancó inmisericordemente por el afán insaciable de poseer de algunos hombres; mientras unos no tienen nada, otros tienen todo: la furia de las aguas fue contra el capitalismo salvaje e inhumano. La justicia está triste porque sus hijos gobiernan ocultando la verdad; porque para tapar sus desmanes o apetitos, se apoyan en la mentira. La justicia de la naturaleza no soportó más y protestó horriblemente a través del Volcán del Arenas y el río Magdalena.

Como los enjambres de los grandes conjuros colombianos arrastran todos su dolor, y están teñidos por las lágrimas de su humanidad**, ese legado de protesta telúrica y redentora fue retomado por el aguerrido pueblo colombiano 34 años después para reivindicar las cuatro estaciones sagradas para nuestro país: verano e invierno son las dos estaciones eternas de Colombia, pero lo sucedido con el clamor multitudinario, pacífico y festivo del glorioso paro de noviembre 21 de 2019, la eterna primavera de Medellín se extendió a todo el país y provocó la primavera colombiana, tal como se dio la primavera árabe, cuyo reclamo por la democracia y los derechos sociales tuvo un final feliz: en unos países derrocaron al régimen vigente, en otros, los gobiernos tuvieron que hacer reformas. Si sumamos El otoño del patriarca macondiano completamos así las cuatro estaciones de muchos países del mundo para Colombia. La primavera colombiana de 2019 vendría a ser entonces la apoteósica estación multicolor donde la mayoría del pueblo con formidables marchas multitudinarias, alegres cacerolazos sinfónicos y movibles rapsodias emancipadoras en ágoras, parques, calles, barrios y en ventanas hogareñas han hecho reclamos coyunturales y estructurales al decepcionante y pésimo Gobierno de Iván Duque y su partido, el Centro Democrático que de centro no tiene nada y de democrático tampoco. 

Lo que hay detrás de esta memorable manifestación multitudinaria es un mar de preocupaciones e inconformismos o desahogo colectivo en contra del actual mandatario y en contra del agotamiento del antipopular modelo neoliberal y de la crisis de representaciòn de los partidos y del Congreso que vienen de hace muchos años, lo cual se resumuría en el paquetazo despiadado contra los humildes trabajadores; en la lucha por la vida que impugna el continuo asesinato de líderes sociales; en los reparos a las privatizaciones de empresas estatales, a las reformas laboral, pensional y tributaria, que eliminarían beneficios y legalizarían la inestabilidad y la informalidad; en contra de la regulación, criminalización y restricción del derecho a defender derechos; en el incumplimiento reiterado de los acuerdos con las organizaciones sociales; en contra del segundo desempleo más alto de América Latina; en contra de una desalmada dirigencia empresarial; en contra de los flagelos de la generalizada corrupción rampante, la desigualdad social, el narcotráfico y la violencia;  en la lucha por una democracia transparente, sin trampas ni juego sucio; y, por supuesto, en contra de las mentiras y argumentos falaces del Gobierno alrededor de los objetivos centrales del Paro, de la Minga y de la irrebatible alegría patriótica de la justa rebeldía juvenil. 

A pesar de que la Consagrada primavera colombiana o ese histórico estallido social avizoraba un futuro un poco más promisorio para nuestro país, a finales del año pasado apareció en Wuhan China el Covid-19, un virus con síntomas similares a la gripe que surge periódicamente en diferentes áreas del mundo y que causa infección respiratoria aguda, el cual fue convirtiéndose lentamente en una pandemia que hasta hoy ha afectado a la nación macondiana con más de treinta mil fallecidos, más de un millón de infectados y por fortuna más de 900.000 recuperados. El confinamiento obligatorio le cayó a Iván y a su partido político como una lluvia bendita que aplacó el fuego rebelde nacional y convirtió en cenizas el eterno hacinamiento carcelario y la masacre de 23 reclusos en marzo 21 de 2020. La crisis del coronavirus le dio un segundo aire al Centro Democrático y al mandato errático y vacilante de Duque, que ahora gobierna desde las urgencias que le plantea la peste universal, mientras truena un nubarrón fascista y un manto de oscuridad cae sobre los escándalos gravísimos de la compraventa de votos y sobre los problemas también gravísimos que nunca ha enfrentado con seriedad.

Entonces, con ese legado de protesta telúrica y redentora  a casi un año del histórico estallido social de noviembre 21 del 2019, sólo resta anhelar que cada fibra de dicho legado y cada esquirla de dicho estallido atruenen en las conciencias del subpresidente Duque y del presidente eterno para que rectifiquen su rumbo de más de dos años de Gobierno (por no decir 20 que lleva gobernando directa e indiretamente El Innombrable expresidiario); para que convoquen un diálogo decisivo con los organizadores del paro más grande de los últimos 35 años y la joven Minga diversa de pueblos indígenas, comunidades negras y organizaciones campesinas que ejemplar, civil y pacíficamente recorrió medio país y sacudió conciencias con su arribo a Bogotá; para construir, después de más 210 años buscando nuestra nación, un Real Pacto Nacional sobre lo Fundamental que dé respuestas a los problemas estructurales y coyunturales cada vez más complejos del país para construir, con un verdadero sentimiento patrio, un camino más grato y así poder disfrutar de otra mejor Sociedad que engendre todos los antídotos contra autoritarismos, violencias e inequidades. 

Ciertamente, no deberíamos esperar otro periodo presidencial para cumplir los ideales de justicia, libertad e igualdad por los que lucharon los héroes y las heroínas de la Independencia y de este modo el país del tamaño de nuestros sueños no quedé sepultado debajo del poder maquiavélico y la ambición desmedida. Por eso, exorcicemos una vez por todas las desigualdades, exclusiones, marginaciones y desprecio por la vida que nos ha impuesto la conservadora versión neoliberal y autoritaria del capitalismo salvaje e inhumano y démosle la bienvenida a los espíritus de indignación y deseos de cambios que marcan todas las reivindicaciones, las luchas civiles y las peticiones de paz y de perdón por violencias e infortunios del presente: ¡Qué cesen las horribles noches y los días aciagos y qué las Reciedumbres Auténticas del Universo y los Esperanzadores Faros Meridianos alumbren nuestro nuevo horizonte promisorio!

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*Este texto fue escrito el 25 de noviembre de 1985, unos días después de ocurrido tres grandes conjuros colombianos, y por primera se publica ahora después de un barniz de actualidad. Forma parte de Oscuridades y destellos de la memoria, libro que será editado próximamente.

** Parafraseando a Juan Esteban Constaín (Lágrimas de cosas, El Tiempo, octubre 7 de 2020), a propósito de unos versos de Virgilio en La Eneida. 

7 respuestas a «HASTA LA NATURALEZA CONJURA, PERO…*»

  1. Admiro tal elocuencia para decir realidades que nos aquejan.tristemrnte no hay un líder que recoja este sentir y haga que valga la protesta.no hay por quien votar.y los que lo han hecho ya sabemos cómo han terminado.desesperanza frente a nuestra realidad

    1. Gracias Cristina por tu lectura aunque un poco desesperanzada, pero ánimo porque siempre hay que tener Esperanza y pensar lo imposible, para ayudar a encontrar una salida digna al futuro.

  2. Amigo Dairo, muy duro que te definas como un hombre «muerto en vida».
    La fuerza y la esperanza de la vida esta sujeta a los valores y principios que nos guían… Pero ese no es el tema.

    Creo que cacerolazos y coloridas manifestación nunca cambiará el rumbo de una nación. Son las ideas claras y prácticas nacidas de un corazón recto que funcionan.
    Digo lo del corazón, porque los hombres – cualquiera que sea- somos capaces de pervertir lo más puro.

    Espero que logres levantar tu sueño de una Colombia linda y buena, por lo menos a tu alrededor, sobre palabras de unidad y respeto.

    Para que con-venzas que el mal se derrota con el bien y no con más mal.

    1. Apreciado Yezid, gracias por tu lectura tan juiciosa. Tienes toda la razón en relación con lo «muerto en vida», pero es que así me sentí en aquel momento; afortunadamente ese sentimiento ya fue superado. Estoy de acuerdo: «el mal se derrota con el bien y no con más mal.» Por eso, te repito lo que le dije a la amable lectora Cristina González: hay que tener Esperanza y pensar lo imposible, para ayudar a encontrar una salida digna al futuro.

  3. El estilo periodístico de Dayro González, con cada entrega, adquiere más ritmo y soltura. Este artículo es una muestra acertada de la óptima utilización de la lengua en la expresión de ideas claras y precisas. El monólogo del abuelo colorea el texto con su humanidad.
    El lector percibe, además, que sus ideas surgen de un anhelo profundo por otra la realidad nacional; hasta llega a pensar en la posibilidad de un cambio de rumbo de la dirigencia nacional en sus políticas públicas.
    En la perspectiva de las responsabilidades del Gobierno, es inexcusable la falta de actuación para prevenir la destrucción de Armero y los desastres en Tacamocho. Con relación al Palacio de Justicia, sí actuó el Gobierno, y ya conocemos las consecuencias.

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