
EL ALACRÁN ALADO Y EL PODER DESALMADO

A los Danieles, sus columnistas y poetizas,
monstruos del agudo periodismo virtual
y de la certera opinión política
¡Amable lector senti-pensante!, tú y yo nos enteramos por diferentes medios del fallecimiento de Antonio Caballero; una reseña de su vida y obra es lo que en esta ocasión nos convoca. Debido a su viaje sin retorno, por estos días, ha habido muchas reseñas y de seguro vendrán otras sobre este hombre irrepetible, ésta “no pretende innovar. Su único mérito es el de haber sido escrita con absoluta sinceridad y mucho amor” (Troyat, 2006:14) para honrar la memoria prodigiosa e influyente del hombre crítico, vital e inconforme que tanta falta le hará a la conciencia del país y a los que le era tan placentero e importante leerlo todos los domingos por la mañana como tomarse el primer café.
Con toda razón, radio, periódicos, revistas, noticieros de TV y las redes sociales informaron del fallecimiento de Antonio Caballero el viernes negro 10 de septiembre -terrible viernes cultural de orfandad y melancolía sin remedio-. Ese día, cuenta su amiga periodista Patricia Lara (2021), que le entró un chat de Isabel Caballero, la hija de él, dándole la noticia: “sentí un escalofrío… La víspera ella me advirtió que el médico le había dicho que los pulmones de Antonio, invadidos por una neumonía no COVID, tenían un daño irreversible… De modo que la noticia de la muerte de… Caballero la estaba esperando… Además, la vida que él llevaba desde hacía unos años ya no era vida: lo agobiaba una neuropatía incurable que hacía que los nervios fueran perdiendo su cobertura y le producía unos dolores cada vez más fuertes e invasivos, a tal punto que ya casi no podía caminar.” Lara testifica que “el mal había avanzado tanto que llegó a las manos y le dolía pintar, y después le dolía escribir.”
De modo que para Caballero “la vida se había convertido en una especie de tortura progresiva. Así que lo mejor, para él, era irse a descansar en paz. Sin embargo, Antonio se mantenía vivo y… escribiendo sus columnas.” (Lara, 2021) En suma, él había “fumado con aplicación hasta diciembre del 2012 y tenía dificultades para caminar debido a una neuropatía de origen alcohólico” (Londoño, 2021); pero finalmente fueron dos los paros respiratorios que lo mataron. “Su amigo Harold Alvarado Tenorio… asegura que murió de tristeza porque estaba solo y pobre. Había gastado las varias fortunas que se ganó vendiendo a precio de oro 3.544 columnas y 766 crónicas suyas y 350 cuadros de su hermano el pintor Luis Caballero.” (Ibíd.) Es cierto, “Antonio vivía siempre corto de billete y el periodismo fue un medio crucial de subsistencia. Lo ejerció hasta el final con una verticalidad que también le costó.” (Santos, 2021B) Entonces, a él, “como a muchos de los genios de la historia, le tocó pasar sus últimos días en medio de serias angustias económicas.” (Gómez, 2021) Así pues que este ser nacido en la más culta cuna oligárquica partió pobre al paraíso ecológico del más allá en una nave en la que nunca ha de tornar.
En verdad, Antonio Caballero Holguín había nacido en Bogotá en 1945 “en una familia en la que los niños aprendían primero a escribir bien y luego a hablar. Por las venas de los descendientes de Julio Caballero no corría sangre sino tinta, y los nombres de Lucas, Eduardo, Enrique y Antonio Caballero son los de una literatura, no los de una familia. A eso, a su talento impar con las palabras y la lengua y a su don natural y heredado, había que sumarle su descomunal erudición y su profunda sensibilidad estética.” (Constaín, 2021) Su padre, el también escritor Eduardo Caballero Calderón, a quien la columnista Aura Lucía Mera (2021) “visitaba religiosamente cada jueves en su apartamento de El Nogal y siempre quedaba extasiada al ver esa biblioteca infinita.” Es más, Antonio era sobrino de Lucas Caballero, Klim, “nieto de un Holguín que fue presidente, biznieto de un Caro que fue poeta `y de unas bisabuelas Holguín Dávila que fueron… mujeres adelantadas a su tiempo`, le explicó a Juan Carlos Irragori en el libro-entrevista Patadas de ahorcado.” (Londoño, 2021)
Continuando con su semblanza, vemos que Antonio estudió bachillerato en el Gimnasio Moderno, un año de Derecho en la Universidad del Rosario y luego vagamente Ciencias políticas en París. Vivió varios años en España, Francia, Italia e Inglaterra. Debutó como caricaturista en El Tiempo a los 14 años, fue reportero en The Economist, locutor en la BBC de Londres, traductor de noticias en la France Press, y fue rechazado en Radio Vaticano por prejuicios teológicos. Fue columnista y caricaturista de Alternativa -revista fundada por él, García Márquez, Enrique Santos, Fals Borda y otros con la ayuda de Marx y Dios, con el lema “Atreverse a pensar es empezar a luchar” durante sus seis años de existencia-, El Espectador, Cambio 16 -Madrid- y Semana -no la actual, sino la anterior, la pluralista e independiente, de la cual fue su pionero porque siempre la ayudó a levantar con su mirada-. Dedicó la mayor parte de sus letras a la actualidad nacional y mundial, al igual que a la tauromaquia, su otra gran pasión, como columnista del semanario español 6 Toros 6.
“Durante tantos años, desde los comienzos de los setenta, Caballero se erigió como `la mala conciencia` de un país semifeudal, en el que se perseguían campesinos, o se les despojaba de sus parcelas, cuando no de su vida. Y con otros compadres, a los que las malas lenguas bautizaron como los `guerrilleros del Chicó`, fundaron una revista, Alternativa, que iluminó debates y mostró otras realidades que los periódicos de entonces ocultaban.” (Spitaletta, 2021) Él siempre dijo que la etapa más memorable de su carrera periodística se dio en Alternativa y Semana, donde fue una suerte de cirirí del poder y uno de sus múltiples logros fue el de “traicionar a su clase.” Caballero Holguín escribió “miles de columnas de opinión en las que sometió al poder, a los burócratas, al imperialismo gringo, a las mafias y presidenticos bananeros a su estilete crítico y mordaz, se convirtió en la voz de más alto nivel como cuestionador de injusticias, corrupciones y otros abusos. Con un estilo impecable y gran agudeza en su ironía. Sus artículos eran una especie de termómetro que medía la temperatura de los febriles acontecimientos colombianos…” (Ibíd.) Así, este ácido y genial columnista se convirtió en un ineludible referente periodístico semanal.
Pero no sólo escribió columnas, pues publicó en 1984 una novela urbana llamada Sin remedio, uno de sus dos libros más leídos y elogiados -el otro fue Toreo-, en la que, y tal como lo indica su título, hay una tragedia: una historia palpitante de amor y dolor. Es también una reflexión seria y compleja sobre la dificultad de la creación poética, sobre las angustias de un poeta fallido que aspira al poema perfecto y se da cuenta de que el lenguaje es siempre insuficiente para abarcar los equívocos de la realidad. “Y es además una crónica implacable, hiperrealista y grotesca, de la vida cotidiana, a mediados de los años setenta, época en la que se desarrolla la acción.” (Caballero, 1984: contraportada) Aunque la novela está atestada de acontecimientos, “la verdadera trama la constituyen los esfuerzos del protagonista por escribir un poema y los obstáculos que se cruzan en su camino para que lo haga” (Ibíd.): todo eso descrito en una prosa clara y vigorosa, que a mí particularmente me deslumbró.
Y claro escribió en 2016 la Historia de Colombia y sus oligarquías (1498–2017), una incisiva historia de Colombia, ilustrada por él, en la que hay “una lectura crítica de nuestro pasado y nuestro presente, es decir, de nuestro futuro: un fascinante recorrido por los vicios de nuestra sociedad, por los hechos que han marcado el país y los personajes que los han protagonizado –desde el descubrimiento hasta nuestros días–, que discurre como una espiral que no asciendo, sino que desciende en picada.” (Caballero, 2018: contraportada) El texto muestra a “caudillos que se copian y se repiten con variaciones insospechadas, ansias de poder y de imposición que no se agotan y se perpetúan de generación en generación, oligarquías que mutan pero permanecen al mando de la sociedad, explotando al pueblo y determinando su destino.” (Ibíd.) Y por supuesto, está nuestra inherente tendencia a la corrupción, la burocracia y el delito; y hay “un llamado de atención para reconocer que en la era de la globalización, de la aparente democratización sin límites, podríamos estar más cerca” (Ibíd.) –si queremos y así las oligarquías no lo permitan– de tener la Historia y el futuro en nuestras manos, lo que para mí es una lección ética y estética del magistral Caballero.
Antonio escribió igualmente un apasionante ensayo clásico titulado Occidente conquistó el mundo… y empezó a perderlo, con estupendas ilustraciones del español Juan Ballesta, el cual fue publicado originalmente en el año 2000 como una crónica “entre el gran pavor del año 1000 y el gran terror del año 2000”. En esta edición de 2020, aparecen dos capítulos nuevos: El Internet, un antiguo artilugio y ¿El fin de la historia?, en donde nos explica cómo las cosas han venido empeorando en el siglo XXI. Caballero nos conduce desde el año 1000 hasta nuestra edad –edad que se inicia con las Alminares de sangre (http://www.dairogonzalezquiroz.com/leer/) de septiembre 11 de 2001–. El autor bogotano nos hace el recorrido de un camino en donde el pensamiento Occidental es el único válido y, aunque cada siglo va perteneciendo a un país diferente –el siglo XX a Estados Unidos–, “Occidente ha demostrado ser experto en consumirse a si mismo, a tal punto que, para el siglo XXI, ya ni siquiera es su propio protagonista: ahora el gran protagonista es China.” (Sterling, 2020) Él inicia su obra en el siglo XI porque, como el mismo lo dice, “marca el momento en que la Cristiandad (la palabra data de entonces), tomó conciencia de su naturaleza homogénea y de su ambición hegemónica y se lanzó a conquistar el mundo en nombre de la Verdadera Fe, y para la Europa blanca” (Caballero, 2020: 17), y su punto de partida fue la convocatoria del papa Urbano II, el 27 de noviembre de 1095, de la primera Cruzada contra el infiel mahometano porque Deus lo volt (¡Dios lo quiere!). Es decir que en este libro hay un repaso general de la historia de la humanidad desde el Medioevo hasta hoy. “En conclusión, tal como dice Caballero en la Introducción a su obra, `El Occidente grecocristiano, capitalista y norteamericano, está hoy en discreta retirada` y su libro es un exquisito relato del `autodevoramiento`”. (Sterling, 2020)
Dueño de un ácido sentido del humor y de una envidiable cultura literaria y humanística, Caballero Holguín “fue también un excepcional caricaturista. No hay figura de la política colombiana que haya escapado de sus mordaces plumazos” (Santos, 2021): Gómez Hurtado, el general Camacho Leyva, López Michelsen, Turbay Ayala, Pastrana Borrero, presidentes, generales y gamonales fueron blancos predilectos de sus caricaturas. Su desempeño como caricaturista fue muy impresionante. “No en vano terminó siendo uno de los mejores que ha tenido Colombia. Ahí resumía, claro, talento como dibujante, culto a la precisión y notorio humor negro. Episodio caricaturesco de su trayectoria en este campo fue cuando la que publicaba todas las semanas en ‘Lecturas Dominicales’ fue suspendida porque el personaje de esta, bajito y calvito, se parecía demasiado al presidente Carlos Lleras Restrepo.” (Ibíd.) Asimismo creó un personaje genial, “El señor agente”, un policía bonachón que cada semana filosofaba sobre las paradojas y miserias de su oficio. Y también “Macondo”, en la revista Alternativa, una página de humor escrita e ilustrada por él, en que combinó la mordacidad de su prosa con el veneno de su pluma.
A propósito de toda su obra y específicamente de su novela, cuenta el escritor y columnista Juan Esteban Constaín (2021) que Caballero “se enfurecía… cuando le decían que era una novela autobiográfica, pero escogió como título el mismo nombre de un ensayo brillante de Henry de Montherlant, su ídolo.” En ese ensayo Montherlant dice “que no hay nada que al final colme del todo nuestros anhelos y nuestras esperanzas: ni el arte ni el placer ni la vida, nada alcanza para redimirnos del desastre y la ruina que los habita como una terrible promesa y una certeza. Si uno lo piensa bien, esa es la filosofía no solo de Ignacio Escobar, el protagonista de la novela de Antonio, sino también la suya, la de toda su obra.” (Ibíd.) Es verdad, dicha filosofía atraviesa toda su obra constituida por su novela, su ensayo, un par de cuentos, sus prodigiosas crónicas taurinas, su libro infantil, su historia de Colombia, sus columnas y sus caricaturas, que eran lo mismo.
Ahora espiguemos algunas opiniones de Antonio Caballero citadas por el escritor y columnista Julio César Londoño (2021) tomadas de Patadas de Ahorcado y de Historia de Colombia y sus oligarquías: “El establecimiento le pondrá bolas al problema social cuando los combates se libren en los barrios de estrato 6. Laureano Gómez, Ospina Pérez y Álvaro Uribe son los manantiales de donde brota toda la sangre que anega el país… Las negociaciones del Caguán fueron un doble engaño. Las Farc las utilizaron para fortalecerse y Pastrana para desarrollar el Plan Colombia… Cuando lo mataron, Galán era un hombre inofensivo que había recibido la bendición de Turbay. De no haber muerto a tiros habría sido un presidente inocuo. Gaitán era un agitador político y su ideología fue una mezcla de izquierda, derecha, fascismo mussoliniano, socialismo de Jaurès, demagogia, oportunismo e improvisación. Samper salió limpio, o limpiado, porque la Cámara precluyó el caso, es decir que no lo encontró inocente ni culpable (¡plop!). La ´apertura´ de Gaviria quebró la agricultura y la industria nacionales. Vendió a menosprecio todas las empresas públicas y los bienes del Estado. Invirtiendo la flecha de tiempo de su slogan, ´Bienvenidos al futuro´, convirtió al país en monoexportador de recursos minerales, como en la Colonia. Uribe trabajó duro en seguridad y en inseguridad. Millones de desplazados, desequilibrio institucional, falsos positivos, malas relaciones internacionales y exacerbación de los odios nacionales. Los responsables del desastre llamado Colombia son las oligarquías que la han gobernado, concluye Caballero. Para demostrar esta obviedad cita la respuesta de un oligarca, ´el más lúcido estadista de los últimos cien años, López Michelsen. Cuando Enrique Santos le preguntó si se sentía parcialmente responsable de la debacle del país, López respondió con cínica sencillez: Si soy responsable, no me doy cuenta´. (Libro-entrevista Palabras pendientes)”. Antes Antonio había calificado al gobierno de López Michelsen como “desperdiciado e insignificante”.
No hay dudas de que “Caballero Holguín fue hasta el final un hombre fiel a sí mismo y a sus convicciones. Nunca transigió en la defensa de los más débiles ni en la denuncia de corruptelas o abusos de poder. No supo qué era un cargo público, ni cedió a halagos, tentaciones y zalamerías. Tampoco flaqueó ante las amenazas, que no le faltaron a lo largo de medio siglo como periodista de prosa tan fina como influyente y cáustica.” (Santos, 2021) Por su franqueza crítica, “Antonio Caballero sabía que el periodismo no es un oficio para hacer amigos sino para decir verdades. Así lo practicó siempre, de frente, con valor y sin falsas conmiseraciones.” (Ibíd.) Un lado singular de esta singular persona era su memoria prodigiosa, enciclopédica, meticulosa, elefantina: todo lo recordaba. En fin, él fue autor multifacético, escribió libros sobre arte, cocina y tauromaquia; una gran novela y un ensayo enorme. “Todo con inimitable estilo y un manejo impecable del idioma, cuya pureza defendió siempre con un ardor rayano en la pasión. `Caballero puede ser un h. p., pero escribe como los dioses`, dijo alguna vez uno de sus malquerientes.” (Ibid.)
A propósito de malquerientes, algunos pero sobre todo algunas, han acusado a Caballero de machista. Aunque su amigo y columnista Poncho Rentería (2021) afirma que tuvo 137 amigas que lo consintieron en demasía, solamente vamos a ver cinco testimonios -cuatro femeninos y uno masculino-: desde que lo conocí, dice Aura Lucía Mera (2021), siempre “me produjo respeto, admiración y, por qué no decirlo, una ternura infinita.” Cuando almorzamos juntos, “se me quedaban grabadas sus palabras justas, su mesurado gesto, su mirada triste, esa especie de melancolía silenciosa que parecía envolverlo, esa clarividencia del genio que intuye sin remedio que este país no tiene una salida posible todavía. Recuerdo ahora esa sonrisa cómplice cuando le comenté que había escrito un libro para poder publicar su poema… Sin remedio. Ese sentido del humor solo posible en inteligencias privilegiadas, esa ironía sutil que se le escapaba, casi etérea, ese comentario corto que desbarataba un discurso, ese gusto exquisito y sobrio, esos ojos que penetraban el fondo de las cosas, esa timidez no impostada que lo hacía parecer lejano. Esa calidez de alma.” Según la también columnista Cecilia Orozco Tascón (2021), en algunos de sus escritos y caricaturas “muestra una faceta de su carácter que pocos le reconocían: la de admirador de la inteligencia sin que hiciera distinción de género entre quienes contaban con ella: muchos —y muchas— le tachaban un supuesto desprecio por las mujeres. Antonio tenía momentos machistas, desde luego, como casi todos en esta sociedad patriarcal, pero estaba muy lejos de ser misógino. Eso sí, detestaba la `bobería` y la ignorancia en cualquiera, hombre o mujer, especialmente si el tonto —o tonta— ignorante hacía gala de poder para aplastar a los demás.”
La escritora y columnista Patricia Lara Salive (2021) afirma que no hay nadie tan buen ser humano ni tan tierno como Antonio. Y fue precisamente a ella que la también escritora y columnista Laura Restrepo le dijo en un chat: “¡Qué pérdida tan berraca, mi Patricia: cuántas generaciones tienen que pasar para que se produzca un Antonio Caballero!”. Y he aquí el testimonio último, el de su amigo escritor y columnista Enrique Santos Calderón (2021B): “Un rasgo más de su versatilidad era una vocación de seductor sorprendentemente exitosa. En medio del ajetreo en que vivíamos encontraba tiempo para coquetearles a las secretarias de Administración y de Redacción, dos mujeres atractivas y esenciales que para fortuna de la estabilidad interna nunca sucumbieron a sus persistentes galanterías.” En fin, Antonio no era machista ni misógino, era amoroso, caballero, galante y tierno.
Como muchos medios hicieron un cubrimiento superficial o profundo sobre la vida y obra de Caballero, ahora veamos entonces varias opiniones sobre el significado de su vida y muerte: “Ha muerto el gran rebelde del periodismo colombiano”, titularon algunos. Otros centraron sus reflexiones en la naturaleza de su alma insubordinada. Además, hubo muchos mensajes repletos de duelo; ojalá le lleguen. Son mensajes salidos del fondo del corazón de sus amigos, compañeros de vida, de periodismo, de escritura: menos mal no murió de bala, en un país en el que, a escritores, también los abalean. “La muerte de este hombre tan cercano, tan fiel a sus afectos y a sus desafectos me llena de tristeza y también de rabia, porque personas así no deben irse antes de tiempo. Quienes apreciaron su condición humana y su amor por la vida entienden lo que significa su partida”, zanjó su amigo y escritor Enrique Santos Calderón (2021)
Caballero Holguín fue “el mejor prosista de la prensa colombiana en toda su historia. O no sé si el mejor, porque nuestra prensa tuvo siempre grandes prosistas, pero sí el que más dominaba las posibilidades expresivas de la lengua. Era muy raro ese metrónomo tan afinado de Antonio, pues tenía un pésimo oído. Alguna vez que García Márquez lo oyó cantar a voz en cuello un vallenato dijo aterrado: ´Es el demonio`.” (Constaín, 2021) Pero el Mago mayor de Macondo lo adoraba, “decía que Caballero era el mejor prosista de Colombia, y además le tenía pavor porque le pescaba todos los gazapos de sus libros. La explicación que dio siempre Antonio de su estilo deslumbrante es que lo había forjado leyendo a los poetas de la generación de ‘Piedra y Cielo’: una prueba más, la mejor, de que no se puede ser un buen prosista sin la escuela de la poesía…” (Ibíd.) Realmente, Antonio fue uno de los pocos que “tuvo la entereza de diseccionar sin compasión, con una lucidez y un humor implacables, las miserias de la vida colombiana” (Ibíd.); esto lo he comprobado leyendo su obra y escuchándolo en varias ferias del libro de Bogotá y otros eventos académicos presididos por el gran periodista que hablaba despacio y escribía con fuego.
Aunque Colombia es un país desalmado y rencoroso, “nadie ha hablado mal de Antonio Caballero. Él se pasó la vida despotricando contra los poderes que nos hacen chapalear en la inmundicia. Ahora, cuando está muerto, la mismísima muerte lo respeta. Las redes sociales se han privado de derramar su escrupulosa cuota de blasfemia sobre esta estatua. En vida no movió un dedo para quedar bien con nadie… Cada día se despierta más crecido y célebre que cuando todavía respiraba. Se ha alzado en torno suyo un plebiscito de respeto estupefacto. Siempre fue trabajador sin horario… Se hizo un régimen acomodado a su libertad y a su genio… A la vida y obra de este artista no hay modo de morderles ni un gramo de prestigio. No se trata del sigilo que inspiran los recién muertos. Sucede que su estampa se agigantó, de modo que nadie encuentra cómo fastidiar su memoria.” (Guerrero, 2021) De modo que siendo Colombia un país que no cree en nada, “ha despedido a un símbolo de que los valores existen. Caballero se marchó en el momento de mayor descrédito de las instituciones, cuando ni partidos políticos ni congresistas ni jueces ni mandatarios ni policías ni ministros ni altos funcionarios ni banqueros ni predicadores valen un peso. Él sigilosamente representa el anticuerpo contra esta pústula. Lo más increíble de su andanza es que, sin proponérselo, conquistó la inmortalidad que tanto añoran los ávidos” (Ibíd.) y que tanto odian los envidiosos.
Según la periodista Lariza Pizano (2021), lo que fue Antonio, él mismo lo resumió en 2001; cuando se ganó el Premio de Periodismo Simón Bolívar, dijo: “Soy un crítico, pues. Lo he sido de casi todo. Crítico de toros, crítico de arte, crítico de literatura y crítico de política. Más exactamente, crítico del poder. Y más exactamente aún, crítico obstinado de eso que los ingleses llaman el ‘Establecimiento’: ese armazón de clase, ideología e intereses que constituye el trasfondo y el motor del poder”. Fue un maestro al cual muchos de sus mejores amigos, “le reprocharon siempre que no escribiera más. Él decía que uno escribe solo cuando tiene algo que decir, si no para qué. Es más: decía que esa es la única regla del arte, y que violentarla es una estafa intelectual y moral.” (Constaín, 2021) Así el polifacético Caballero (1945-2021), muerto a los 76 años, “deja una estela de dignidad y buena escritura, de crítica honesta y denuncia. Uno de sus últimos cuestionamientos al régimen de Duque, a su represión sangrienta al paro nacional, lo escribió en su columna en Los Danieles, sobre la visita de la CIDH al país y la superficialidad presidencial, consistente en maquillar la realidad: `Que maten gente está bien. Pero que no se sepa`.” (Spitaletta, 2021) Es evidente pues que Antonio “escribió y dibujó guiado por su visión crítica y ácida de la sociedad, a la que jamás hizo concesiones y a la que diseccionó con una prosa filosa, implacable, pero también con la elegancia de estilo y la finura de espíritu…” (Bonnet, 2021)
Lamentablemente pues se nos fue el Caballero: ha dejado huérfano a un país, el de los necesitados de palabras verdaderas, que lo extrañará y seguirá llorando su ausencia. Se dirá que sigue vivo su patrimonio, sensible y racional; su caricatura y agujazos; su lección y cuestionamiento. Y sí, ahí nos quedan. Pero es difícil acostumbrarse a la muerte, en particular de este ser agudo, vital e inconforme. Según Spitaletta (2021), decía Nietzsche que “el filósofo ha de ser la mala conciencia de su tiempo”. Y, por qué no, también el periodista, escritor y caricaturista. Caballero se ganó esa condición, difícil y heroica. Ganó “la luz como se gana el pan”, pero nos dejas a los que le quisimos en la más oscura oscuridad. Su verticalidad de pensamiento y de convicciones constituyen su ética y estética. “Jamás se rindió. Jamás se doblegó. Jamás hizo componendas ni aceptó favores. Sus columnas, sus caricaturas, siempre desafiantes y contundentes.” (Mera, 2021) El gran conversador despacio y escritor de fuego, profundo en arte e historia, es irrepetible. “No se muere Antonio, se mueren muchos Antonios que vivían en él. Pocos seres tan universales e imposibles de encasillar.” (Ibíd.)
Es evidente que hoy tenemos algunos escritores y caricaturistas muy originales y muy valientes, “pero durante décadas solo Antonio Caballero tuvo la entereza de diseccionar sin compasión, con una lucidez y un humor implacables, las miserias de la vida colombiana. Creo que por eso, y por la riqueza y la belleza de su escritura” (Constaín, 2021), que nadie influyó tanto en nuestra generación como él. Así lo reconoció el lunes 13 de septiembre durante la homilía que en su memoria ofició Fernán González, padre del CINEP, en la iglesia del Gimnasio Moderno, quien “luego de resaltar `la inmensa capacidad de Antonio para desenmascarar las apariencias que ocultaban la realidad`”(Ibíd.), habló del Caballero ausente “pero poseedor de la presencia de un amor más allá de la separación física, que nos invita a continuar su esfuerzo, su testimonio y su compromiso por un mundo mejor” (Ibíd.) con un verdadero proyecto científico, cultural y colectivo de nación. Se marcha, entonces, este referente del pensamiento crítico de este mundo enloquecido y de esta Colombia destrozada con tremendo malestar social vivo, nos hará mucha falta “en medio de tanto periodista al servicio de las cuentas bancarias o las verdades de ocasión.” (Bayona, 2021)
Por fortuna Antonio Caballero es uno de “esos contadísimos muertos que se hacen más vivos después de muertos. Se forjó su eternidad a fuerza de integridad” (Guerrero, 2021), pero nos hará falta su coraje “para llamar por su nombre a paracos, generales, cacaos y guerrilleros; su agudeza para entender la enrevesada ecuación de sangre que es Colombia” (Londoño, 2021), y también nos hará falta su alada prosa envenenada para denunciar al establecimiento desalmado. Desafortunadamente nos vamos quedando solos en esta tarea: “Ya se fue Alfredo Molano. Y ahora partió Antonio. Por más que nos esforcemos en continuar con su lucha, no hay nadie tan vertical, honesto, brillante, erudito, cáustico” (Lara, 2021), ni tan magnífico escritor como él.
Lloramos pues hoy sin remedio ante la tumba de Antonio Caballero Holguín, lamentamos la muerte de ese gran hombre y deploramos la pérdida para la sociedad de una invaluable conciencia crítica, que ejerció con valentía el periodismo en todas sus formas. No olvidemos entonces el ejemplo de honestidad y coherencia que nos deja este genial disidente total, una verdadera gloria de las letras nacionales. “Su muerte nos deja un enorme vacío tan grande como el que deja en el periodismo colombiano. ¡No has debido irte tan pronto, querido Toño!” (Santos, 2021B): hasta siempre adorado Antonio, amado Caballero y apreciado maestro, ¡descansa eternamente! Amables lectores senti-pensantes, aunque Federico García Lorca haya dicho que “¡También se muere el mar!”, permítanme decir finalmente con Miguel Hernández: Siento más su muerte que mi vida.
BIBLIOGRAFÍA
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- Bonnet, Piedad (2021). Escritores comprometidos. El Espectador, Bogotá, publicado el 19 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/piedad-bonnett/escritores-comprometidos/
- Caballero, Antonio (2018). Historia de Colombia y sus oligarquías. Bogotá: Ministerio de Cultura-Biblioteca Nacional de Colombia.
- _______________ (2020). Occidente conquistó el mundo… y empezó a perderlo. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana.
- _______________ (1984). Sin remedio. Bogotá: Editorial Oveja Negra.
- Constaín, Juan Esteban (2021). El buen salvaje. El Tiempo, Bogotá, publicado el 15 de septiembre en https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/juan-esteban-constain/el-buen-salvaje-columna-de-juan-esteban-constain-618357
- Gómez Lara, Federico (2021). Caballero. El Espectador, Bogotá, publicado el 14 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/federico-gomez-lara/caballero/
- Guerrero, Arturo (2021). Caballero y su país que no cree en nada. El Espectador, Bogotá, publicado el 17 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/arturo-guerrero/caballero-y-su-pais-que-no-cree-en-nada/
- Lara Salive, Patricia (2021). Hasta siempre, Antonio. El Espectador, Bogotá, publicado el 17 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/patricia-lara-salive/hasta-siempre-antonio/
- Londoño, Julio César (2021). En la muerte de un alacrán alado. El Espectador, Bogotá, publicado el 18 de septiembre enhttps://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julio-cesar-londono/en-la-muerte-de-un-alacran-alado/
- Mera, Aura Lucía (2021). Sin remedio. El Espectador, Bogotá, publicado el 14 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/aura-lucia-mera/sin-remedio/
- Pizano, Lariza (2021). Un periodista. El Espectador, Bogotá, publicado el 17 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/lariza-pizano/un-periodista/
- Orozco Tascón, Cecilia (2021). ¿Machista Antonio? Una prueba en contrario. El Espectador, Bogotá, publicado el 15 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/cecilia-orozco-tascon/machista-antonio-una-prueba-en-contrario/
- Osuna, Héctor (2021). Caballero viajó antes. El Espectador, Bogotá, publicado el 16 de septiembre en Https://www.elespectador.com/opinion/caricaturistas/osuna/caballero-viajo-ntes/
- Rentería, Poncho (2021). Y viajó Antonio Caballero. El Tiempo, Bogotá, publicado el 14 de septiembre https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/poncho-renteria/y-viajo-antonio-caballero-columna-de-poncho-renteria-618088
- Santos Calderón, Enrique (2021). Antonio Caballero. El Tiempo, Bogotá, publicado el 12 de septiembre en https://www.eltiempo.com/opinion/antonio-caballero-columna-de-enrique-santos-calderon-617446
- _______________________ (2021B). Antonio en Alternativa. Los Danieles, Columnas sin Techo, Bogotá, publicado el 19 de septiembre en https://losdanieles.digital/antonio-en-alternativa/
- Spitaletta, Reinaldo (2021). Señora muerte que se va llevando… El Espectador, Bogotá, publicado el 13 de septiembre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/reinaldo-spitaletta/senora-muerte-que-se-va-llevando/
- Sterling, Claudia (2020). Antonio Caballero y Juan Ballesta: la pérdida de Occidente en sus propias manos. pulzo.com, Bogotá, publicado el 3 de julio enhttps://www.pulzo.com/opinion/occidente-conquisto-mundor-empezo-perderlo-antonio-c-PP928729
- Troyat, Henri (2006). Dostoievski. Barcelona: Vergara Grupo Zeta.
Antonio Caballero todo un caballero, ejemplo para estas juventudes ávidas de saber del panorama político que nos rodea en la habitualidad.
Dayro, quedo agradecido por permitirme recordar y actualizar apartes de nuestro entorno nacional.
Mi estimado Héctor, gracias por su lectura y comentario.
Por medio de una prosa prístina y documentada, un retrato lúcido de un periodista esencial para entender por qué el país nunca ha salido del estado agobiante de postración y envilecimiento.