DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS DE LA MUJER

A todas las mujeres que, a través de la historia pese a las adversidades, han luchado por sus derechos, la vida, la paz y la reconciliación; pero sobre todo a Delgys Romero Cabeza, mi gran esposa de siempre, a Pamina Amelia y Raiza Andrea, mis dos vástagos andinos del alma. Y, por supuesto, a mi madre entrañable Amelia Rosa (1927-2007), La Osa Ame, jirón de una fuerza mágica que, con los cuentos de la tía Dora y del río Magdalena, llenó mi niñez; también por su constancia ante las durezas de la vida y su preocupación por el mejoramiento de su clan caribe.

En nombre de mis colegas de fraternidad que no tememos a la igualdad, presento un cálido, afectuoso y solidario saludo a las compañeras profesoras, a las estimadas estudiantes, a las apreciadas funcionarias y a las férreas trabajadoras del colegio Usaquén, hoy en una histórica conmemoración, como muchas, tristemente tergiversadas ya que es un día que debe ser para movilizarnos, encontrarnos y hacer memoria; para recordar a las mujeres que les precedieron y lucharon para que sus vidas “salieran del silenciamiento y del disciplinamiento –como decía Michel Foucault– y al mismo tiempo, es un día para seguir mostrando que” la revolución femenina “es una revolución inconclusa que le recuerda al Estado que tiene que cumplir sus promesas con la mitad de la población del país”, con el fin de que tomemos “conciencia de la incansable labor de ellas y de lo que aportan a la economía mundial.” (Thomas, 2018B)

Por eso, no hablamos de felicitaciones ni celebraciones, pues nos parece equívoco e injusto que sea esa la forma de recordar el valor civil, la dignidad y la lucha por la igualdad de mujeres excepcionales que, con su ejemplo y ofrendando sus vidas, entre las armas ordenadas por manos asesinas, dejaron huella indeleble de la importancia de esos valores para la humanidad: aquí está la hoguera en la que ardieron seis millones de mujeres en la inquisición del Papa Inocencio VIII; las 129 mujeres también quemadas vivas en Nueva York en 1857; y Juana de Arco en Francia y Policarpa Salavarrieta y la Cacica Gaitana en Colombia. “En otros mundos, por ejemplo en el musulmán o el africano…, las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda clase, objetos u animales más que seres humanos, a los que se puede encerrar en un harén o someter a mutilaciones rituales para garantizar que tendrán una conducta sexual apropiada”. (Vargas Llosa, 2017)

Mientras los dioses antiguos del paganismo eran más liberales con el sexo, a partir de la llegada del monoteísmo y, concretamente, el cristianismo influenciado por Pablo de Tarso, el ejercicio de la sexualidad con su fuerza de liberación, empezó a ser considerada como pecado y la mujer como la tentación del varón. Para ello fue desempolvado el mito de Eva, que tentó al hombre haciéndole desobedecer a Dios. Desde entonces, las iglesias cristianas señalaron a la mujer como peligrosa para el varón y hasta fue alejada de los misterios del culto de los que se adueñaron los hombres. Ellas quedaron relegadas de la jerarquía de la Iglesia. Y en la vida, como sentenció San Pablo, “sometidas en todo al varón, hasta en el ejercicio de la sexualidad.”

A lo largo de muchos siglos, las mujeres, prácticamente en todas las culturas, han sido víctimas por el simple hecho de ser mujeres, un sexo que, en algunos casos, por cuestiones religiosas, y, en otros, por su debilidad física frente al hombre, eran las víctimas naturales de la discriminación, la marginación y la “conducta impropia” de los hombres, sobre todo en materia sexual, política y laboral. Este tipo de violencias sexuales “han existido desde que la humanidad es sexuada, es decir, desde que las relaciones entre hombres y mujeres se dan en contextos de culturas profundamente patriarcales-machistas, o sea, relaciones de poder (físicas, económicas, políticas, familiares y demás…) en las cuales hay una víctima, siempre o casi siempre una mujer, y un victimario, casi siempre, por no decir siempre, un hombre.” (Thomas, 2017)

He aquí el machismo como la actitud o creencia de pensar que el hombre está por encima de la mujer, el machismo como “un techo de cristal en la vida laboral de las mujeres. Es aún una enorme brecha salarial entre hombres y mujeres. Es 6.400 niñas de menos de 14 años madres en este país. Es miles de mujeres violadas al año. Es una miserable proporción de mujeres en el Congreso.” (Thomas, 2017B) Además, el machismo fue el causante de la muerte de 565 mujeres colombianas, para agosto de 2017, la mayoría de ellas asesinadas por sus parejas o exparejas, por celos en muchos de los casos; “cada hora 16 mujeres son víctimas de violencia sexual en Colombia. Cada año, 70 mujeres mueren en salas de aborto clandestinas” (Urbina, 2017); y cada hora en Colombia es violada una mujer o una niña. América Latina y el Caribe tiene, según un informe de la ONU de 2017, «la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja del mundo y la segunda tasa mayor de violencia por parte de pareja o expareja», (Guerrero, 2018) a pesar de que en los últimos años 18 países de la región incluyeron leyes tipificando el delito de asesinato de una mujer por el sólo hecho de serlo: eso que conocemos como femicidio.

La violencia sexual del machismo también provoca distintos silencios, como lo muestran algunas de las reacciones frente a las valiosas denuncias de Dorotea Laserna y las valerosas columnas de las periodistas Juliana Vargas Leal y Claudia Morales, quienes narraron que hace años fueron violadas por sus jefes pero nunca se habían atrevido a denunciar el hecho. Y que aún hoy se niegan a dar los nombres de los agresores, por temor a sus poderes. (Uprimny, 2018) Sí, Una defensa del silencio reivindica a las víctimas de violencia sexual que callan porque están en su derecho y en Colombia es mejor callar, porque acá uno nunca sabe y porque “esta cultura ni esta sociedad ni esta justicia han sido capaces de ponerse en el lugar de las víctimas. Porque la impunidad en relación con los delitos de violencia sexual sigue siendo del 90 por ciento: ¡el 90!” (Silva Romero, 2018)

Los últimos acontecimientos de abusos y acosos sexuales de todo orden cometidos por productores, artistas, políticos en Hollywood, Washington, Bogotá y otros sitios, “tienen el indudable mérito de haber puesto sobre la mesa una intolerable realidad: que pese a los avances logrados en las últimas décadas, entre los amplísimos espacios de discriminación entre hombres y mujeres que todavía subsisten hay uno particularmente grave y doloroso: el del abuso y acoso sexual en el ámbito laboral. En él, como ocurre en el ámbito privado, donde la lacra de la violencia machista tanto está costando erradicar, el abuso de las posiciones de poder y privilegio por parte de algunos hombres está favoreciendo situaciones de humillación y sometimiento inaceptables y deteniendo el avance de la igualdad” (El País de España, 2018) que nosotros, hombres y educadores, no tememos, sino que practicamos e impulsamos porque la igualdad de género también es con los hombres.

Sabemos que el rol asignado a mujer y hombre, “si bien parte de realidades genéticas, se alimenta también de patrones sociales. De allí surge el machismo, por ejemplo, que ha menospreciado el papel de la mujer y ha dificultado su desarrollo pleno. Un enfoque de género busca obtener la integralidad del reconocimiento de los derechos de la mujer en la vida social” (De la Calle, 2016), en la vida político-económica, en la vida doméstica-laboral, en la vida afectiva e íntima. “Según datos de organismos como el Banco Mundial y ONU Mujer, entre otros, el trabajo doméstico, o más exactamente el trabajo no remunerado de las mujeres (limpiar dentro del hogar, lavar, planchar, cocinar y, en general, el cuidado de los hijos e hijas y familiares, entre otras actividades), participa aproximadamente de un 19 % del producto interno bruto (PIB) mundial… Me gustaría saber qué dicen los grandes economistas del mundo.” (Thomas, 2018B). Porque el trabajo dignifica al hombre y estafa a la mujer, e incluso, la defraudamos hasta en la afectividad e intimidad ya que uno por el hecho de que se pueda meter en el lecho de una mujer no le da derecho a que también se pueda meter en su vida. (Vladdo, 2001)

En este orden de ideas, es necesario no mezclar y asemejar abuso y acoso sexual con seducción y/o piropo, aunque “es fácil y frecuente confundirse cuando se trata de relaciones entre hombres y mujeres.” (Thomas, 2017) De acuerdo con Georges Bataille (1993), existe “una manera de ´explicar´ estos dos fenómenos esenciales de la vida, gracias a un campo de experiencia que está al alcance de todos: la voluptuosidad, esa muerte-nacimiento dentro de uno mismo, que hasta ahora no hemos hecho sino intelectualizar demasiado, pornografiándola o sentimentalizándola a ultranza.” Claro que sí hay zonas grises, líneas rojas, interpretaciones diversas; verbigracia, algunas expresiones insinuantes se inician “con bromas que se quieren anodinas y triviales, pero que la mayoría del tiempo son ofensivas e hirientes, recuerda de una manera u otra a todas las mujeres del mundo que sigue siendo un riesgo nacer mujer y tener un cuerpo sexuado cuya historia ha sido de desposesión, manoseo y objetivación.” (Thomas, 2017)

Así, ciertas insinuaciones aparentemente inofensivas se convierten en “una alerta de violencias para lo que llamamos el violentómetro que se inicia con el piropo y puede terminar con el feminicidio.” (Ibíd.) Florence Thomas, líder feminista y Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional, y María Eugenia Pérez Zea, integrante del Consejo de la Alianza Cooperativa Internacional y Presidenta del Comité Mundial de Equidad de Género, reconocen que es difícil asemejar “Si amarte fuera pecado, tendría el infierno asegurado” con “Si cocinas como caminas, me como hasta el raspado”; y la escritora y periodista Claudia Palacio (2018) afirma que el “cómo estás de linda”, dependiendo del nivel jerárquico, el momento y el tono, puede ser un gesto de amabilidad o el comienzo de un acoso.

En efecto, es fácil confundir y asemejar impropios gestos sexuales con el derecho a la seducción, a la galantería; en esta fronteriza zona gris entre puritanismo y libertinaje e insultos que van y vienen, acusamos a algunos hombres de abusos sexuales porque alguna vez dijeron “cómo estás de linda” o “picaron un ojo”: inocuas imprudencias insinuantes, sí, pero no hay que mezclarlas con el abuso sexual, que es una cosa grave. No hay que equiparar grosería, vulgaridad o imprudencia con violación, abuso o acoso sexual; sin exagerar, es simple falta de decoro sexual que no nos permite guardar las proporciones.

Por supuesto, éstos son indecorosos actos triviales por los cuales sus enunciadores no pueden ser tratados como delincuentes, ni matoneados; pero que quede claro, de ninguna manera pretendo matizar el acoso ni ser benevolente con abusadores o acosadores sexuales como Harvey Weinstein, Donald Trump o Álvaro Uribe (sospechoso y universalmente sospechado de violación carnal, fue denunciado por la silenciosa víctima y valerosa Claudia Morales, mencionó su nombre el gran periodista norteamericano Jon Lee Anderson, lo demostró la corajuda periodista Patricia Lara Salive y por último, se espera que esta vez la justicia actúe con eficacia); sino que condeno la asimilación de las inocuas cortesías insinuantes a la violación criminal; esto lo que rotundamente revela es “la existencia de una cultura patriarcal y machista en la sociedad contemporánea… Pero lo que agrava el asunto es la confusión entre unas cosas y otras… Pretender que toda propuesta sexual es indecente, que toda insinuación sexual es inaceptable, que toda mirada de intención sexual es condenable, que todo piropo de índole sexual es criminal, conduce a la desaparición de las relaciones amorosas, y sí, sexuales, entre los varios sexos.” (Caballero, 2017)

De todas maneras, es un hecho que, pese a que la legislación de muchos países “prohíbe la discriminación en materia laboral por razones de género, ésta no solo existe, sino que es plenamente visible y ocurre a la vista de todos. La observamos… en el día a día, donde además de recibir salarios inferiores y tener menos oportunidades de ascender, muchas mujeres siguen experimentando y sufriendo culturas laborales machistas en las que la condescendencia masculina y los comentarios y actitudes sexistas están a la orden del día.” (Thomas, 2017)

La mezcla de una frustración largamente larvada con la ira provocada por el desenmascaramiento de los abusivos y acosadores casos sexuales en espacios laborales, recreativos y hasta familiares, ha provocado un estallido de indignación tal que llegó el 8 de marzo de 2021 con un feroz movimiento mundial, “a través del cual las mujeres han denunciado que el acoso laboral debería ser un tema público, que es más común de lo que suele creerse, y que los hombres no han sabido reaccionar ante la incomodidad que les genera enfrentarse a esta realidad. Regalar flores cuando la contraparte está exigiendo mínimos de respeto y protecciones legales eficaces es una ofensa y no entender la connotación histórica del momento” (El Espectador, 2018) que está sacudiendo nuestras sociedades. “Su virulencia ha sorprendido a quienes pensaban que los avances logrados en las últimas décadas habían sido más profundos y extensos que nunca. Pero no hay contradicción: si nos indigna la desigualdad y el abuso que sufren las mujeres es precisamente porque subsiste en sociedades donde en modo alguno resulta admisible.” (Thomas, 2017)

Como estamos ante un problema crucial, que debe ser resuelto de forma satisfactoria, es necesario entender bien las dificultades y desafíos que enfrentamos y es importante lograr la sanción que ni los tribunales ni las empresas donde ocurrieron los abusos fueron capaces de ofrecer en su momento. El reto entonces “es múltiple y requiere actuaciones en varios planos. El primero es el legal: debemos mejorar la capacidad del sistema judicial de perseguir y sancionar estos delitos, poniendo fin a la impunidad que los ha caracterizado hasta ahora. El segundo es el laboral: las empresas deben comprometerse a fondo, tanto habilitando los cauces para las denuncias como sometiendo a revisión sus culturales laborales en la medida que favorezcan la impunidad o creen espacios para el abuso. El tercero es social y cultural: la discriminación, el abuso y el acoso, existen en las empresas porque, por desgracia, la desigualdad entre hombres y mujeres todavía existe en nuestra sociedad. Y los poderes públicos están obligado a velar por ese valor” (El País, 2018), anclado constitucionalmente con el máximo rango en cada una de las Cartas Magnas Nacionales, que es la palanca desde la que la política debe actuar para acometer, de forma urgente, este grave problema.

Indudablemente, lo que lograron las campañas de MeToo, YoTambién, y BalanceTonPorc (DenunciaTuPuerco) y las posteriores reacciones de la carta de las francesas, encabezada por Catherine Deneuve; el manifiesto de las mexicanas firmado por Martha Lamas; los programas radiales y televisivos, la valiente denuncia de la colombiana Claudia Morales y el #8MParo de 2018 que paralizó las actividades de 70 países durante unas horas, “fue una alerta simbólica para todos los hombres del planeta. Una importante fractura de la maquinaria patriarcal.” (Thomas, 2018) La Marcha de las Mujeres en diferentes ciudades de Estados Unidos contra el machismo y las políticas conservadoras de Trump, también fue una reacción del MeToo, en la que la joven Jamie Albaum dijo: “La igualdad entre hombres y mujeres ya está escrita en las leyes, pero no es real en la práctica, y yo estoy aquí luchando por eso”. (Mars y Pozzi, 2018). Es decir, “mucha voluntad política, mucha inversión social y sólidas políticas públicas para transformar el sistema judicial, sensibilizar y formar jueces y policías, y educar, educar, educar.” (Thomas, 2017)

En efecto, en “los programas educativos debe mantenerse lo ya enseñado en materia de sexualidad. La anatomía y fisiología del cuerpo humano, las diferencias sexuales, los métodos anticonceptivos y el modo de contraer y evitar las enfermedades de transmisión sexual. Este es un piso mínimo que no puede disminuirse. Sin embargo, es necesario incorporar nuevos conceptos y mayores técnicas, para que quienes habrán de acceder a una vida sexual, lo hagan con responsabilidad y consideración a sí mismos y a sus parejas. Mucho de lo que hoy vemos y nos molesta de las prácticas sexuales, parece guardar relación con los modos en que malamente se educó a los niños y a los jóvenes en el pasado. Es importante comenzar a revertir las cosas desde su origen cultural y educativo. De otro modo, seguirán repitiéndose los tristes fenómenos que cíclicamente se manifiestan.” (Cossio Díaz, 2018)

Desde Colombia, en este día célebre e histórico, habría mucho que decir y por eso seguimos afirmando: el Día de los Derechos de la Mujer no es el día de la madre. Importante recordarlo en un país tan “maternalista”. Queridas compañeras profesoras, estimadas funcionarias y férreas trabajadoras, el día de la mujer nos recuerda que antes de ser madres, ustedes aprendieron a ser mujeres; nos recuerda las luchas feministas de todas las mujeres del mundo para acceder a la ciudadanía. Si hoy en Colombia y en los países occidentales desde hace muchas décadas, las mujeres son todas sujetos sociales de derecho que pueden votar, que pueden “decidir si quiere ser madre o no, decidir sobre su cuerpo sin ser manoseada o abusada, interrumpir su embarazo legalmente si ella lo decide, entre muchos otros derechos” (Thomas, 2017), no ha sido precisamente gracias a los Estados ni a los gobiernos de turno. Ha sido, ante todo, gracias a las luchas de muchas mujeres que como algunas de ustedes se sentían mal en un mundo tan masculino y patriarcal. Por fin las cosas han comenzado a cambiar, sobre todo en el mundo occidental, aunque en muchas partes de él, como ya dijimos, la condición de la mujer siga siendo todavía, por el machismo reinante, muy inferior a la del hombre.

Después de muchos años de lidiar con diversas realidades femeninas comprendí con Mar Candela (2014) que eso que denominamos “patria” agoniza porque hemos violentado y vulnerado en todos los sentidos a la Matria, es decir: la matriz de todas las sociedades. Esta no es sólo el vientre femenino que reproduce a la humanidad, sino también la naturaleza femenina, habite ésta en un cuerpo útero vaginal o no, la naturaleza femenina ha sido olvidada y pisoteada de generación en generación y si bien es cierto que el feminismo ha ganado grandes batallas de derecho y espacios valiosos para las mujeres, también es cierto que en la plenitud del tercer milenio tenemos que seguir resistiendo a la falta de equidad y justicia social y tenemos que seguir denunciando y castigando los abusos y acosos sexuales en el ámbito laboral. Máxime si en toda mujer moderna se almacena un sensual torbellino de actividad y “alienta una vida secreta, una fuerza poderosa llena de buenos instintos, creatividad y sabiduría.” (Pinkola Estés, 2011, p. 12)

Finalmente, hacemos un llamado a las educadoras, funcionarias y trabajadora de Usaquén. Un llamado con el fin de que sean solidarias con nuestro género, pero sobre todo con el de ustedes, con mujeres que hayan tomado contacto con el movimiento social de ustedes, con mujeres que conozcan sus vidas, sus conflictos, sus reivindicaciones, sus historias, e incluso, sus silencios como excelentemente lo mostró la valiente Claudia Morales. Solo así, recuperaremos, reencontraremos y construiremos los verdaderos valores que tanto necesita nuestro martirizado pero querido país buscador de paz. ¡Apreciadas maestras, funcionarias, trabajadoras y estudiantes!, a pesar del irrespeto parcial de sus derechos, a pesar de que el machismo o patriarcado camina por todas partes y salta cuando menos se lo espera como una de las máximas ideologías de poder que durante siglos ha tratado de ocultar, maltratar y silenciar a las mujeres, es necesario que sigan, al lado de hombres de fraternidad que no tememos a la igualdad pues entendemos que no solo hay que asumir sino defender la igualdad entre los géneros, intentando ser las mejores estudiantes, trabajadoras y mujeres del País Lúdicamente Dramático.

¡Mujeres!, ustedes saben que pueden contar con nosotros ahora, dos décadas después del tercer milenio, época soñada por nuestro Nobel de literatura para entregar el manejo del mundo a ustedes “y abogar por la emergencia del principio femenino en la conducción de la política. Que nuevos valores dirijan la humanidad. Que sentidos como la intuición, la imaginación, el onirismo y la percepción, entren a completar y superar la tarea de la lógica, de la razón y de la planificación. Que la ternura haga el trabajo que durante más tres milenios masculinos ha realizado la violencia” (García Márquez, 1995, p. 40) que, según la también Premio Nobel de literatura Svetlana Alexiévich, “no tiene rostro de mujer”. Con ustedes y los hombres de fraternidad e igualdad, podemos construir un nuevo movimiento ciudadano, para crear otro mundo distinto gobernado por mujeres que feminicen “el poder porque no es suficiente el simple ascenso de un género a éste”. (Vergara Estarita, 2013)

Claro que soy optimista garciamarquiano pero con Simone Veil no albergo muchas ilusiones con el exterminio de las desigualdades e injusticias al sexo femenino largamente postergadas y que tarda siglos en desaparecer totalmente; por eso, con esta mujer excepcional y gran política pensadora que logró la legalización del aborto en Francia en 1974 aunque decía que la ley Neuwirth autorizadora de la píldora era más importante, guardo la pesimista convicción optimista de que algunos seres humanos son capaces de lo peor pero también de lo mejor por el bien de todos para conquistar nuestra armonía y felicidad.

REFERENCIALES SOLLOZOS Y MURMULLOS ESCOGIDOS MÁS DEL MUNDO FEMENINO

2 respuestas a «DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS DE LA MUJER»

  1. Datos incontrastables le dan solidez al artículo, polémico en algunos apartados. Simone de Beauvoir en «El segundo sexo» escribió en novecientas páginas bien surtidas, una antropología, sociología e historia de la mujer; es un libro insuperado en la temática, que debería ser de cabecera para hombres y mujeres; en especial para ellas, que son quienes han sufrido una instrumentación permanente.

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