ARTE, CULTURA O SOCIEDAD DEL ODIO

¡Amables lectores multicreyentes y sentipensantes!, preocupado por el  feroz mundo actual y por la polarización o la crispación generalizada (enfrentamiento que arrincona o silencia y evita la moderación o el consenso) y el odio en Colombia debido al carácter del presidente Gustavo Petro en contra de la constante manguala “del viejo establecimiento que está dispuesto a incendiar el país con tal de recuperar sus privilegios”, me vi en la necesidad de ahondar en la palabra odio: “Las palabras tienen varios significados, son polisémicas, pero el odio las empobrece, las reduce a una única acepción, la peor”, dice Julio César Londoño (2022). “Una simple palabra puede iluminar el día o herirlo, darte alas o hundirte”, agrega Irene Vallejo (2025) Palabras como el odio “se clavan en el tejido de la memoria y el daño arde a pesar de los años.” (Ibíd) En medio de un mundo con tanta confrontación democrática e informativa, con tanta convulsión política e ideológica y en medio de un mundo con tantos fundamentalismos, bulos e inmundicias léxicas, que me dan pánico, responderé al interrogante: ¿qué pasa cuando, arrebatados por el odio, “desatamos un lenguaje violento que anuncia el deseo de destruir al otro?” para detenerme en el arte, la cultura o la sociedad de la ira.

Mientras este sustantivo viene del latín odium que significa, según la RAE, antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea. Su sinonimia reafirma esa sustancia con aborrecimiento, aversión, animadversión, rencor, abominación, antipatía, ojeriza, desprecio, fobia, encono, rabia, tirria e inquina; pero reniega de ellos con adoración, amor y cariño. No obstante, el verbo odiar se enriquece con detestar, execrar y reprobar. Sea sustancia, verbo o adjetivo -sea despreciado u odiado-, las categorías gramaticales de la palabra odio odian y producen maldad en todos los rincones del mundo, sobre todo en Colombia, EUA, Gaza, Venezuela e Israel, donde hay odio hasta reencauchado del cual también nacen muchas acciones mucho más repudiables. Más aún, hay reclutamiento de jóvenes huérfanos y sin futuro, rebosantes de odio hasta el colmo de que si alguien en cualquier país autócrata los denuncia por el odio que fuere y Trump, Netanyahu o Maduro los meten al cementerio o a la cárcel por eso, pues estos presidentes también han llegado a instancias irreconciliables que se manifiestan en terribles hechos de violencia.

A la mayoría de colombianos, desde niño, nos enseñaron a odiar y crecimos en hogares católicos recalcitrantes que nos enseñaron “a odiar a los ateos, gente sin fe y sin Dios, sospechosa de llevar vidas licenciosas y desordenadas” (Mendoza, 2017); también nos enseñaron a odiar a los comunistas, gente rara que no creía en el trabajo ni en la propiedad privada. Más tarde nos enseñaron a odiar a los negros, una raza de perezosos y sinvergüenzas que si no la hacían a la entrada la hacían a la salida. Y así a lo largo de nuestra vida, toda nuestra educación había sido siempre en contra de algo o de alguien, consejos para defenderse, para contraatacar, para protegerse de los demás. (Ibíd)

Esa lista -continúa el escritor y columnista colombiano Mario Mendoza-, si empezamos a ampliarla, se vuelve infinita. Los cónclaves masculinos hablando en contra de las mujeres. Las madres y abuelas previniendo a sus hijas contra los hombres. Los de Santa Fe detestando a los de Millonarios y viceversa. Cierta gente de la capital hablando mal de los `paisas’ y viceversa. Los de Cali hablando mal de ‘los rolos’ y viceversa. Los del Caribe hablando de los ‘cachacos’ y viceversa y así la lista se vuelve verdaderamente infinita.

Los de una creencia religiosa hablando en contra de las otras creencias, o de las que no tienen ninguna; los conservadores hablando contra los liberales, los de tal universidad contra tal otra, los de una tribu urbana contra la otra. Los del norte de Bogotá contra los del Sur, los del Sur contra los del Norte. Ciertos fanáticos religiosos contra los gais, los bisexuales y los transexuales. Ciertas pandillas de homofóbicos aborreciendo a sus colegas homosexuales. Los flacos contra los gordos, los deportistas contra los que no les gusta el deporte. Todos contra los judíos, todos contra los musulmanes, todos contra los extranjeros que practican costumbres raras. En fin, todos contra todos, como bien lo explica Mendoza.

En definitiva, nos mostramos incapaces de gestionar “las nuevas formas de concebir el amor, de concebir la vida, se nos hizo normal que un régimen estricto e inequívoco, para nosotros, sea la ruta, la guía para transitar por este mundo sin entender al otro, y no me refiero al otro como el ser que está a mi lado, sino realmente al otro, al distinto a mí, al que difiere de mí, al que está en el extremo opuesto al que estoy yo… Estamos en nuestro modo más primitivo, probablemente nunca hemos salido de él, tal vez el pensar en el cerebro reptiliano como solo una de las tres partes de nuestro cerebro sea un error, tal vez siempre hemos sido dominados por esta zona y probablemente sea más amplia de lo que se nos ha dicho. Solo hay una respuesta primitiva para evitar recibir el daño y para reaccionar en dado caso de que este se me genere. Esta zona de nuestro cerebro está caracterizada por la aparición de conductas básicas simples y sobre todo impulsivas.” (Reyes, 2021) Normalmente dichas conductas son motivadas por la experimentación de sensaciones como el odio, la rabia, el miedo o el hambre.

En verdad, nuestra sociedad está desgarrada por el absoluto odio mortal: “Años, décadas y siglos de exclusión, racismo, violencias, pobreza, injusticias y una de las mayores desigualdades del continente han creado una nación de seres suspicaces, que nos miramos los unos a los otros de reojo y, lo que es peor: como enemigos.” (Botero, 2025) Por eso, cuando el Papa Francisco nos visitó en 2017, en su homilía de Bogotá llamó «sembradores de cizaña» o de odio a los enemigos del proceso de Paz en Colombia del presidente Juan Manuel Santos, cizaña que aún hoy se cultiva en el sobreviviente proceso de Paz Total en la mitad de los años 20 del siglo XXI: sembradores y cultivadores del rencor que persisten con su maldad rabiosa al expresidente Santos y al presidente Petro. Mas, “si le encontraron mil reparos a la paz del príncipe Juan Manuel, cómo esperar que aprueben las reformas de un exguerrillero.” (Londoño, 2025)

Ese odio malvado está en hogares, calles, pueblos y ciudades como producto de la hostilidad que vivimos en las redes sociales, un espacio que suponía nos podría conectar y abrir amplias autopistas de comunicación emancipatoria que conectarían gente que de otro modo estaba aislada; pero qué va, ellas catapultaron al rencor porque están programadas con algoritmos que benefician a quien suba su nivel de agresividad, y por eso las redes son cada vez más violentas. Ellas dieron origen hasta el hater o persona que, en Internet, redes sociales o cualquier comunidad online, se dedica a odiar. Y lo peor es que regímenes y movimientos políticos usan las redes como instrumentos para esparcir mentira y propaganda negra que multiplican odio. Por eso, a mediados de 2022, Unicef y Tele fe Argentina lanzaron una campaña denominada Al hater ni cabida con el objetivo de denunciar y combatir los discursos odiantes en dichas redes, lo que analiza Diana Paula Díaz en 2023 en su libro Discursos de odio, racismo y Estado.

Hoy está muy estudiado el papel que cumplen las redes sociales en nuestro estado de constante irritación, y algunos expertos, “hablando desde el arrepentimiento y la culpa, empezaron a hacer sonar las alarmas. Pero no parece que los ciudadanos hayan comprendido hasta qué punto su vida diaria, aun la más íntima, es manipulada por esas fuerzas insidiosas cuyo único objetivo es crispar: para que la gente salga -a votar, a manifestarse, simplemente a vivir-” (Vásquez, 2024) destilando odio. Sé que la manipulación de las emociones negativas —la ira, el miedo, el odio— es parte de la propaganda política desde que el mundo es mundo; pero ¿por qué es distinto o novedoso lo que ocurre ahora?

Según el escritor y columnista Juan Gabriel Vásquez la respuesta es sencilla: “porque las redes sociales han instalado entre nosotros un sistema que permite rentabilizar esas emociones. (No me resigno a la palabra monetizar, que se ha extendido tanto para hablar de este fenómeno: en nuestra lengua no quiere decir lo mismo, aunque tal vez llegue el día en que lo haga…) Por decirlo de otro modo: crear y explotar el enfado ajeno ha dejado de ser rentable solamente en términos políticos y solamente para los agentes políticos, y se ha convertido en un factor de supervivencia para los nuevos medios de comunicación, que han comenzado a rebajarse con titulares groseros que antes creíamos reservados al sensacionalismo más barato; se ha convertido incluso, y esto es lo más temible, en una manera más de ganarse la vida para cualquiera que tenga un ordenador, ciertos conocimientos y no los bastantes escrúpulos. Pues en nuestra nueva economía de la atención, la indignación y el escándalo producen tráfico; la agresión y el insulto dan clics, y pueden por lo tanto dar dinero. El mecanismo es perverso.”

Hay un libro de 1988 sobre los medios impresos, su poder, su influencia y nuestra relación con ellos. Se trata de Manufacturing Consent, de Noam Chomsky y Edward Herman, traducido inescrutablemente al español como Los guardianes de la libertad, “con lo cual se le ha birlado al original su mensaje primario: cómo los medios norteamericanos fabricaban opiniones o actitudes unánimes que marginaban el disenso y acallaban la crítica, y lo hacían mediante un cóctel de entretenimiento y diversión que enmascaraba poderes e intereses políticos y económicos. La manufactura del consentimiento, sería una traducción literal del título… La manufactura de la crispación: sí, eso es lo que hacen. Y los ciudadanos se han convertido, más que en cómplices voluntarios, en agentes activos, también fabricantes de ese enfado constante que no sólo es rentable en un video de YouTube o en un podcast más o menos escandalosos, sino que genera seguidores, tuiteos y retuiteos, todo parte del comportamiento, pueril y hasta risible pero nunca inofensivo, de la vida en redes. Allí el capital social lo dan esos indicadores” (Ibíd) del comentario destructivo u hostil que crispa o enfada, pero que lo convierte en el espaldarazo de la tribu. “En la cloaca de las redes sociales muchos han sido gustosamente ese hombre que hiere, miente, injuria o calumnia porque no ve las consecuencias de sus acciones, o más bien sólo ve el beneficio, el perverso beneficio que le proporcionan los algoritmos”, termina diciendo Vásquez.

Foto: Ilustración: Miguel Yein en http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/salud/el-resentimiento-esa-emocion-que-intoxica/14908075

En Colombia, desgraciadamente ese espiral de odios viene de desde hace tres o cuatro siglos, en el que su “depositario predilecto ha sido ese grupo del que hacen parte quienes han estado por fuera de lo que es llamado el establecimiento. “La historia del siglo XX es tan rica en ejemplos: odio hacia los movimientos sindicales de las petroleras y bananeras de principio de siglo (las mismas que tuvieron como punto culmen la masacre de 1928…); odio que recibía desde las élites capitalinas el caudillo Jorge Eliécer Gaitán —y que supieron atizar ejemplarmente Laureano Gómez desde los estrados políticos y Miguel Ángel Builes desde los púlpitos—; odio que despertaban en los años ochenta Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa; odio que no amainó en los años noventa y que comenzó con la muerte de Pizarro León-Gómez y cerró aquella funesta década con la muerte de Jaime Garzón. Porque el odio en Colombia no se permite medias tintas: el precio por osar “salirse del libreto” no es otra que la liquidación física. A los líderes se les quita su vida y a sus seguidores se les liquida moralmente.” (Zuluaga, 2018)

A propósito, mientras escribía este artículo quincenal, el pasado 7 de junio sucedió un atentado cobarde al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, reprochable e inadmisible desde todo punto de vista, que “ha puesto en evidencia lo que todo el mundo sabe, aunque no termina de reconocer plenamente, al menos de forma autocrítica: que la sociedad colombiana está polarizada, presa de los extremismos y, sobre todo, inmersa en odios profundos que en un país violento se exacerban con cualquier cosa” (Baquero, 2025), llevando a que se cometan actos terribles como el mencionado. A tenor de R. H. Moreno Durán, Colombia es un país que para mostrarse vivo solo ha dejado rastros de muerte. Rastros mortíferos dejados desde arriba o abajo, desde la derecha e izquierda, desde mafiosos o narcotraficantes, desde azules y rojos, e incluso desde sectores ligados a la institucionalidad que han instrumentalizado ese odio mortal.

Enseguida de la agresión criminal al joven político hijo de una periodista asesinada y nieto de un expresidente de la derecha tradicional, todos los gremios con plegarias han pedido bajarle la temperatura al lenguaje y a los ataques verbales que nos hemos cruzado entre todos en los que el poder de las palabras sobre el devenir socio-económico y político del país ha estado en un juego mortal. Es muy doloroso volver “a escuchar el eco de un país que creíamos ya superado, una Colombia donde asesinaban candidatos presidenciales con pasmosa facilidad, donde la vida no se respetaba en absoluto, donde el Estado era incapaz de proteger su propia democracia.” (EE, 2025) No obstante, el llamado gremial unitario se estrelló con el estallido verborreico y violento de las redes sociales, y lo que es peor, con la hostilidad de los opositores y gobernantes representados por políticos de alto nivel que están difundiendo información sin verificar o confusa, escudados en actos patrióticos, sembrando un ambiente de terror y ayudando a la difusión de las tensiones que tienen al país entero apresado y alejado del campo estratégico del movimiento del eje del país político..

Sabemos que el odio no ha permitido siquiera que sus perpetuadores demuestren si sus ideales o propuestas son viables. Según el citado Guillermo Zuluaga, el establecimiento -llámese Partido Conservador o Partido Liberal, desde su ala más conservadora- ha gobernado a Colombia durante 213 años (salvo el gobierno de José Hilario López, que impulsó medidas como la abolición de la esclavitud, expropiación de tierras a la Iglesia católica, a la que además le arrebató el monopolio de la educación; o el intento de López Pumarejo a mediados de los años treinta). Y, sin embargo, ese establishment tiene hipotecado el manejo de lo público y no lo suelta, repite y repite la siembra de odio en contra de ciertas ideologías o de quienes las defienden o encarnan. Y siempre tienen un responsable: antier fue Uribe Uribe y ayer fue Gaitán; hace tan poco Pizarro, Pardo Leal, Jaramillo Ossa… Ahora, la amenaza la encarna Gustavo Petro. Y entonces nos alertan, nos previenen de los riesgos de votar por él o su partido.

“Porque les ha resultado tan rentable. A cada nueva elección presidencial aparece ese coco, ese demonio que les quiere arrebatar su paraíso terrenal de privilegios. Algunos líderes de ese establecimiento, inteligentes a la hora de entender tal sentimiento tan humano del odio” (Zuluaga, 2018), nos lo despiertan y nos lo disfrazan con diferentes ropajes acordes a los tiempos: liberalismo ateo, comunismo o socialismo, la idea es no tener que explicar mucho. “Ese discurso del odio cala fácil y certero. Entonces, a esa práctica se le agregan unos miedos, donde palabras como infierno, caos, expropiación, son adjetivos tan explícitos” (Ibíd): ahora, repito, la amenaza y, además, el coco es Gustavo Petro Urrego. Y siempre les ha funcionado. Tanto que han logrado que algunos votantes petrista sientan complejos de culpa por estar probando los métodos o estilos del primer presidente colombiano de izquierda o de alguien que se salga del libreto amangualado del establecimiento.

Quienes desde la izquierda habían intentado llegar al poder nunca habían tenido la oportunidad de Petro, como sí la han tenido otros países vecinos, unos con éxito, otros no tanto. Mas siempre el establecimiento colombiano trata de mostrar lo negativo de él y de ellos; “no se miran, por ejemplo, los avances en educación en Chile, las mejoras en infraestructura en Ecuador, las medidas progresistas a favor de la salud y la educación en Uruguay: no, la estrategia dicta que es más fácil fomentar el odio y fomentar el miedo desde el desastre económico en Venezuela. Y bueno, hay que decir que el campo ahí es muy fértil, con la ayuda del impopular Maduro.” (Zuluaga, 2018) La fórmula entonces ahora se repite. Las redes sociales son tan eficaces en la propagación de esos odios que se riegan como verdolaga en playa. Y, sin embargo, son esas mismas redes las que han ayudado a entender que el problema de Colombia no son los gobiernos de izquierda que nunca habíamos tenido. Las redes poco a poco también ayudan a entender que son las élites que han sembrado odio, las mismas que han detentado el poder por más de dos siglos en Colombia.

¿Debemos respetar las ideas ajenas? ¿O podemos criticarlas, satirizarlas, volverlas añicos? ¿Y las personas? ¿Respetar sus creencias, pero matarlas, secuestrarlas, torturarlas, exiliarlas, empobrecerlas, pisarlas como cucarachas o sanguijuelas o sabandijas? Hago míos esos interrogantes de Esteban Carlos Mejía (2015), quien acudiendo a Fernando Savater afirma que su respuesta es inequívoca: “respetar a las personas no a las ideas”. Al revés de lo que se hace a diario. ¿Cuántas veces no nos han dicho en una discusión: ‘yo respeto sus ideas, pero no las comparto’, y en seguida nos han soltado un zurriagazo, un gargajo de odio? Típico en Colombia. ¿Los que mandaron matar a Luis Carlos Galán o los que exterminaron a la Unión Patriótica acaso no dizque respetaban su ideario? Los que ejecutaron a decenas de “falsos positivos” probablemente respetaban los humildes pensamientos de sus víctimas. Si alguien grita que Santos es castro-chavista y que entregó el país a las Farc, ¿tengo que respetar tal sandez? Son opiniones, es cierto. Pero cada opinión refleja una idea. ¿Castro-chavista? ¿En serio tengo que respetar semejante imbecilidad? O si alguien susurra que Gustavo Petro es el responsable del ataque a Miguel Uribe, ¿debo respetar esa idiotez? ¿No puedo refutarla o ridiculizarla, sin necesidad de bombardear a quien la sostiene?

Por mi parte, reclamo al igual que el citado Mejía el derecho a irrespetar las ideas ajenas y cumplo el deber de respetar a las personas. Me burlo de tus ideas, pero no te rompo la cara, marica, ni te doy puñetazos ni te acribillo a balazos porque tu Alá o tu Uribe no son los míos. Irrespetar ideas, respetar personas: he ahí la línea divisoria entre los fanáticos y los multicreyentes o librepensadores, esos seres que tanta falta le hacen a este planeta sin dios y sin ley. O, al contrario, repleto de dioses y de leyes. En fin, estoy de acuerdo con Fernando Savater cuando afirma que la única obligación que tenemos en esta vida es no ser imbéciles: la palabra imbécil es más sustanciosa de lo que parece. Viene del latín baculus que significa bastón: el imbécil es el que necesita bastón para caminar. En esta línea, también estoy de acuerdo con Jorge Luis Borges cuando plantea que la mayoría de políticos y gobernantes -hombres sin límites con conductas antiéticas que usan mal las palabras y que han contraído el hábito de mentir, de sobornar, de sonreír todo el tiempo- “fomentan la opresión, el servilismo, la crueldad; pero lo más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez con burócratas que balbucean de manera imperativa, combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes de la gente culta y de los escritores».

Pues bien, antes de Mario Mendoza, Diana P. Díaz, Cristian E. Reyes, Juan G. Vásquez, Guillermo Zuluaga y Esteban C. Mejía, el arte, la cultura o la sociedad del odio ha sido abordado por otros escritores y periodistas expertos e investigadores de diferentes disciplinas humanas pobladas de amor, educación y virtud. Por cuestión de espacio, sólo mencionaré tres autores más con sus libros representativos.

La obsolescencia del odio de Günther Anders (1902-1992) es el 1º. Él es un filósofo polaco de origen judío con nacionalidad estadounidense que estuvo casado durante siete años con Hannah Arendt, escritora​ y teórica política​ alemana también con nacionalidad estadounidense; Anders escribe “sobre el estado de consciencia del presidente que odia, y éste no se corresponde con el cargo que ocupa. En ese sentido sólo es importante el cargo que ocupa y no lo que piensa. Su capacidad para odiar a los súbditos, a quienes le dieron el poder que ostenta, lo hace a la vez impotente, pues desde el punto de vista de su conciencia individual no puede hacer nada para cambiar la situación de catástrofe que genera su odio. Y este odio se presenta ante quienes lo eligieron como un cumplimiento de la ley.” (Vanegas, 2021)

El 2º libro lo conocí por un artículo de 2019 de Héctor Abad Faciolince, se trata del ensayo Contra el odio de Carolin Emke, filósofa y doctora alemana nacida en 1967. Ella me impresionó mucho, y de alguna manera me enseñó formas de dudar de mis convicciones, de mis filias y fobias, de mis preferencias, certezas y animadversiones, pues habla de las falsas dicotomías a las que se nos quiere someter, y defiende la complejidad; además, reflexiona sobre por qué crecen los autoritarismos y el rencor en el mundo contra el otro, el diferente, sea agnóstico, judío, musulmán, negro, indígena, lgbtiq+ e inmigrante, quienes tenemos que vivir juntos: no hay que mirar la diferencia como algo defectuoso, el discurso político actual siempre parece sugerir que de alguna forma la diferencia infecta y que de alguna forma la identidad propia va a quedar socavada o subvertida por los diferentes, lo cual Emke describe como hipocondría. “El mundo contemporáneo, a nivel local y global, se está polarizando radicalmente en una lógica perversa de amigos y enemigos, de repudios y lealtades, de amores y odios. Este ambiente de bandos contrapuestos recuerda épocas históricas no muy lejanas en las que líderes irresponsables arrastraron países a la guerra civil, y continentes y alianzas de naciones a la guerra mundial.”

El placer de odiar de William Hazlitt (1778-1830) corresponde al 3er libro que leí para analizar “en qué regiones de la existencia encontraba el autor placer y lugar para el odio y para estudiar cómo se objetivaban esa malquerencia y esa animadversión por sus contemporáneos y por el mundo que lo rodeaba. En efecto, según Juan Zuloaga (2025), este tratado escrito con la tinta de un cinismo desencantado y férreo —«No se ha exagerado el valor de la bilis, y nada conserva tanto como un conocimiento de misantropía. De todo nos cansamos, menos de poner en ridículo a nuestro prójimo y congratularnos de sus defectos»—, propone que sin el odio caeríamos presas de la inacción y del tedio: «La naturaleza parece realmente (y tanto más cuanto más la observamos) hecha de antipatías; sin algo que odiar, perderíamos el veneno del pensamiento y de la acción». Aparecen entonces la envidia y las ansias de opacar y de aplastar a los demás, tan predominantes en ciertas naciones, incluida la nuestra: «La veta blanca de nuestro propio destino brilla más (y a veces aun sólo así se torna perceptible) cuando se hace en torno de ella la mayor obscuridad posible».

¿Quién tiene la culpa de lo de Miguel Uribe? por Jarape, jun 10/25, https://www.elespectador.com/opinion/caricaturistas/jarape/quien-tiene-la-culpa-de-lo-de-miguel-uribe/

Este escritor inglés célebre por sus críticas literarias y ensayos humanísticos denigra en éste del nacionalismo, de los viejos y de los nuevos amigos, de los libros recientes y de los vetustos y venerables, de las opiniones propias y de las ajenas en páginas y reflexiones que recuerdan algunos capítulos del Cándido de Voltaire. Hastiado, no obstante, de ese nihilismo exacerbado, parece encontrar refugio y consuelo en la belleza de las pinturas de Tiziano. «¿Qué me impide, entonces, poner esta imagen de belleza encantadora a modo de una barrera perenne entre la desgracia y mi propia persona?». Pero vuelve el desencanto a la carga: «Pues porque la alegría exige un mayor esfuerzo del espíritu para sostenerla que la tristeza; así que, al cabo de una breve tregua de placer, instintivamente nos volvemos de lo que amamos hacia lo que aborrecemos». Ocurre todo como si sólo el odio fuese el único motor válido para la acción: «No podemos soportar un estado de indiferencia y de tedio». Conforme a Zuloaga, tesis inquietante de todos los apologistas de la oposición y de la discordia, desde Empédocles y Séneca hasta Nietzsche, pasando por el propio Hazlitt.

Como El placer de odiar de William Hazlitt no es tan crudo de lo que el título promete. Su autor concluye que no odia tanto al mundo como a sí mismo, pues sabe que el mundo y sus gentes son volubles e ingratos. Y sabiendo esto, encuentra una razón para odiarse y despreciarse, sobre todo por no haber odiado y despreciado lo suficiente al mundo. Y en esa conclusión y en esa argucia argumentativa entreveo con Juan Zuloaga aún cierto lugar para la esperanza. E incluso para el amor. Aunque la historiadora colombiana Diana Uribe plantea que en la venganza, el odio se vuelve proyecto e identidad de varias generaciones: soy porque odio lo cual ubica al desprecio como un veneno terrible. Sea como sea, hay que salir de ese espiral odioso tanto en Gaza como en Colombia o en Ucrania.

Por eso, hay que preguntarse, clarificar y entender por qué se tiene tanta rabia contra esa otra persona o grupo, y cómo se puede manejar esa situación tanto aquí como allá. El cerebro es capaz de hacerlo, como lo demostró -conforme a Luis Jaramillo- una investigación reciente publicada en la revista Frontiers in Human Neuroscience. Después de un proceso de paz, es necesario declarar una amnistía con la persona hacia la cual se tiene resentimiento. Hay que aprender a perdonar y a ponerse en los zapatos del otro, un ejercicio en el que tenemos que trabajar los colombianos, los gazatíes o ucranianos. Es lesivo para la salud mental y física vivir constantemente intoxicados por sentimientos de rabia, impotencia y venganza. Por esa razón, cuando sienta que esta situación, que usted no logra manejar o controlar por su cuenta, se prolonga en el tiempo y afecta su calidad de vida y su tranquilidad, busque el apoyo de un tercero. Un profesional en salud mental puede orientarlo en este proceso.

Frederic Luskin, PhD e investigador de la Universidad de Stanford (y un estudioso de los efectos del perdón), asegura -según el psiquiatra y columnista Luis Jaramillo- que las personas que aprenden a perdonar experimentan menos ansiedad y estrés, elevan su seguridad, son más calmadas, se deprimen menos y tienen mejor salud. En un estudio llevado a cabo por Luskin en el 2008 con la U. de Wisconsin, se demostró que aprender a perdonar no tiene efectos nocivos y a corto plazo reduce el estrés. Vale recordar que el sistema de defensas y las hormonas que se liberan con el estrés están relacionados, al punto que la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol (sustancias que se elevan con el estrés) bloquean la función de las células que defienden al cuerpo como lo analicé en https://www.dairogonzalezquiroz.com/leer/la-palabra-estres/.

De allí la insistencia de los expertos con la hipótesis de que el estrés y las emociones negativas generadas por el odio, el rencor y la ira pueden causar ciertas enfermedades. Por eso recalcan que ellos no se refieren solo a males relacionados con la baja de las defensas, también han cuantificado un doble riesgo para adquirir asma, artritis, dolores, úlceras y alteraciones cardiovasculares. El odio y la hostilidad, “generados por sentimientos de venganza, activan las glándulas que producen el cortisol, la epinefrina y la norepinefrina, que pueden afectar el funcionamiento de neuronas en el hipocampo, un área del cerebro relacionada con el aprendizaje; estas células cerebrales pueden morir de prolongarse esta acción en el tiempo.” (Jaramillo, 2014)

Es evidente, entonces, que el odio, como la emoción en caliente de destruir a alguien, de atacar al otro, es un tipo de sentimientos que están en muchos lados; también es evidente que las palabras destilan odio y falsedad, imprecisión. Hay unas palabras infames que se han convertido “en una de las posibles metáforas de nuestro tiempo: no sólo en mi país, sino en cualquiera de nuestras democracias cada vez más descoyuntadas. En 2016, los colombianos fuimos a las urnas para aprobar o rechazar los acuerdos de paz que habían firmado, tras cuatro años de negociaciones tensas, el gobierno y la guerrilla de las FARC. El referendo estuvo marcado desde el comienzo por las mentiras inverosímiles de la oposición que rechazaba los acuerdos; cuando esa oposición resultó victoriosa, es decir, cuando los acuerdos de paz fueron derrotados en referendo, el gerente de esa campaña tuvo un raro acceso de honestidad involuntaria durante una entrevista espontánea. Confesó que la estrategia había consistido en dejar de explicar los acuerdos y más bien apelar a la indignación. “Estábamos buscando”, dijo con franqueza impagable, “que la gente saliera a votar verraca”. Por si usted no tiene a mano su diccionario de colombianismos: enfadada, enfurecida, cabreada. Es decir, como a veces parece que está todo el mundo todo el tiempo.” (Vásquez, 2024)

Personalmente acepto haber sido víctima de creencias falsas sobre este tema durante años de mi vida porque la lengua es la esencia de lo que somos, pues, ella parte del léxico familiar que “es una huella invisible pero profunda”. En realidad, fue difícil el proceso de aprender a pensar por mí mismo, cuestionar e inclusive analizar ese odio: ¡prosista, prosista, prosista!, insultaba mi madre Amelia Rosa Quiroz Jiménez a alguien que se explayaba con una prosa mentirosa. “El lenguaje es importante, las palabras son importantes. Alguien decía que abominaba la mentira porque era una inexactitud.” (Abad, 2017) Sí, las palabras destilan odio y falsedad, imprecisión. La gente a la que mi madre dirigía su frase famosa le parecía arrogante e hiriente. Hoy no lo veo así, pienso que aprenderíamos mucho de cualquier mensaje si analizamos detenidamente su contexto y su posible humor con que fue enunciado. También pienso que nunca se acaba de aprender, e incluso de este momento histórico nacional y mundial que tanto me aterra.

En torno al vil acto contra Uribe Turbay -eje en el cual gira la coyuntura nacional-, tengo que decir que a mí no me gustan las ideas de Miguel ni “su forma de hacer política. Es agresivo, sesgado, muy godoy, evidentemente, ha jugado el juego de exacerbar la polarización en este país polarizado. Igualmente —no sobra recordar—, tuvo declaraciones tremendamente infortunadas frente a algunas víctimas de la violencia en Colombia, a pesar de ser él mismo una víctima.” (Baquero, 2025) Pero, a pesar de la alta inyección de capitales que ha tenido su campaña, “contratando, incluso, al asesor estrella de Bukele, no marcaba significativamente en las encuestas, por lo que no era un “peligro” para nadie… Tampoco se trataba precisamente de una voz muy escuchada, salvo en esos virulentos —verbalmente, aclaro— enfrentamientos que solía tener en el Congreso de la República, por lo que posiblemente, a pesar de sus pretensiones, no iba a ser el candidato de la derecha dura para las elecciones presidenciales del próximo año…” (Ibíd) No obstante, alguien intentó matarlo, lo que nadie puede justificar. Hago votos por su total restablecimiento y espero que los autores intelectuales del execrable atentado se conozcan pronto.

 + pluma – plomo por Matador, https://x.com/ELTIEMPO/status/1391697132290248704?lang=ar-x-fm

Como no recordar ahora que FundéuRAE escogió en 2023 a polarización como palabra del año, y en 2017 a aporofobiamiedo o rechazo a los pobres-, término acuñado por la filósofa española Adela Cortina para describir este fenómeno. Aunque odio no fue la palabra del 2017 ni de 2023, sí fue una de las palabras que se consideró para el premio por la Fundación del Español Urgente que integran la RAE y la Agencia EFE. Ojalá que este año la palabra elegida por esa fundación “sea más cercana a convivencia, nos recuerde que diversidad es riqueza, nos haga creer que entendimiento suena mejor o nos proponga calma y reflexión, ¿suena acaso a quimera?” (Urgell, 2025:176) Probablemente, pero tengo por cierto que este breve ensayo “puede ser una buena parada en ese camino que necesariamente hemos de reconocer juntos” (Ibíd), máxime si la odiología se ha convertido en ideología y la ignorancia o estupidez en circunstancia peligrosa. “Es sorprendente cómo los charlatanes han conseguido ocupar una parte tan importante del espacio de los medios de comunicación, quizás porque las teorías científicas son más difíciles de entender que las explicaciones” (Juan Arzuaga citado por Reguero, 2025:9) populacheras, “que nos suenan más razonables, aunque no tengan razón. Pero me temo que los dogmáticos están en otra parte, no en la ciencia.” (Ibíd)

Es momento pues de la prudencia, de la cabeza fría y, sí, de insistir en la unión que no significa apagar las diferencias ni tampoco de coartar la libertad de expresión ni mucho menos la argumentación sólida. Es urgente “que las estigmatizaciones, los señalamientos infundados y la difusión de rumores se detengan. Hoy necesitamos que los diferentes se sienten a conversar, que podamos enviarles un mensaje único a los violentos: que este país es nuestro y que la paz es la única estrategia política que permitimos.” (EE, 2025). Es hora de reforzar la seguridad de todos los actores políticos, sí, pero también de trabajar en armonía con el Gobierno Nacional en lo que concierne a la mejoría de la situación nacional. “Para eso necesitamos moderar los discursos, romper con la dictadura de la lógica de la red social X y estar a la altura del momento histórico.” (Ibíd)

No permitamos que la violencia nos haga entrar en su juego perverso ni regresar a aquellos funestos años en que se asesinó a varios candidatos presidenciales de derecha -un ejemplo fue el de Ávaro Gómez Hurtado en 1995- e izquierda, pero sobre todo de izquierda. Se necesita que el presidente y sus más íntimos colaboradores, así como voceros de la oposición, contribuyan moderando su lenguaje el cual es la esencia humana que crea la realidad; “la estigmatización es el arma que muchas veces ha sido cómplice de las peores atrocidades en la historia de Colombia.” No buscamos un adormecimiento del debate público, sino más reflexión seria y un uso muy responsable de las palabras.

¡Amables lectores multicreyentes y sentipensantes!, como tenemos que desescalar el lenguaje del odio, eliminar la polarización que estigmatiza o ridiculiza al otro, enseñar sobre los peligros de la violencia y educar la escucha atenta y sostenida hacia cada rincón de nuestro ser, y como también queremos una sociedad realmente democrática para desmontar las falsas dicotomías en las que nos quieren obligar a tomar partido los promotores del absoluto odio mortal, permítanme resumir lo anterior con dos fragmentos literarios: el primero de Baudelaire (“El odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, porque está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño y ¡con dos tercios de nuestro amor! ¡Hay que ser avaros con él!”) con este complemento de Londoño: “hay que exorcizar el odio verbal, deslastrar las palabras y devolverles su levedad y su polisemia” porque ante tantos odios viscerales o mortales, y algunos pocos banales, casi fríos, sin vísceras y corporativos, hay que estar lúcidos, muy lúcidos. Ojalá que entonces reflexionemos y cambiemos estas conductas atávicas del colectivo e individuo, heredadas y aceptadas sin ningún cuestionamiento.

Justo, El odio es el título del poema de Wislawa Szymborska en que está el segundo fragmento sintetizador: “Ay, esos otros sentimientos, / debiluchos y torpes. / ¿Desde cuándo la hermandad / puede contar con multitudes? / ¿Alguna vez la compasión / llegó primero a la meta? / ¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre? / Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo”. ¿O será que de odiarnos tanto y durante tanto tiempo, como en este trozo poético de la Nobel polaca, ya no nos mueven ni la compasión ni la hermandad y sólo el odio nos arrastra? Quizás sea todo a la vez para aportar nuestra leña a las hogueras públicas donde a menudo se está quemando a alguien. Ya es hora de desprendernos de nuestra “caparazón de envidias y de odios” y empezar a caminar livianos, y en paz. Definitivamente, la inmensa mayoría de colombianos queremos tranquilidad, motivación y alegría para vivir bien, no sólo sobrevivir, porque los buenos somos más y los malos son menos, aunque no es que sea tan cierto que “los buenos somos más y malos los demás”. Pero “entonces todos somos h. p.” como lo grita el grafiti.

Amables lectores generosos y pacientes permítanme también una palabra parafraseada más de la citada Beatriz Vanegas Athías para cerrar este breve ensayo. Ante personajes como los del viejo establecimiento colombiano o como Bukele, Netanyahu, Putin u otros en el mundo, incapaces de construir un mundo vivible -aman odiar-, su tarea ha sido la de simular que protegen a quienes verdaderamente odian e instrumentalizan. Para ello crean unos enemigos a los cuales hay que derrotar porque supuestamente pueden acabar con los súbditos o con esa entelequia llamada pueblo. Aunque sabemos que sólo ellos y los odiadores profesionales a quienes representan que no tienen verdadera intención de acabarlo. Pero no más la reproducción del odio atávico que se ha prolongado por los siglos de los siglos. Nuestros descendientes deben ser educados en el respeto y el amor porque somos hermanos e iguales, tenemos que querernos: reconozcámonos como hermanos e iguales; ejerzamos los espíritus crítico y autocrítico, pero sobre todo el espíritu autocrítico.

Antes que perdonar a otros, “deberíamos primero empezar a hacer un examen de conciencia para después lograr lo más difícil: perdonarnos a nosotros mismos por todo el horror que hemos construido y permitido.” (Mendoza, 2017) Urge pues identificar y practicar el mejor aprendizaje que consiste en desaprender u olvidar la borrasca del absoluto odio mortal para construir en colectivo desde la diversidad ya que un país no crece a punta de odios ni polarizaciones, pero urge también la dedicación de los líderes “a remediar la obscena concentración de la riqueza y moldear un proyecto nacional, un norte tan magnético que nos ponga a todos a empujar en la misma dirección.” (Londoño, 2025) No podemos darnos por vencidos ante las bestias del odio y la polarización, que deben ir de retro. Nuestro país debe ser una apuesta por la paz, desde el rechazo a toda la violencia física hasta la moderación de las formas en las agresiones retóricas. Como tristemente ya hemos estado en situaciones similares, llegó la última oportunidad del momento clave de la historia nacional para solucionar nuestros problemas eternos.

“Por eso mismo, aprendamos de nuestro pasado: allí donde más sufrimiento experimentó nuestro país» (EE, 2025) fue cuando los ciudadanos libres “más nos unimos para sacar adelante este sueño conjunto llamado Colombia” (Ibíd), Palestina o Ucrania. Y por eso, necesitamos una esperanza realista o un espacio de posibilidad auténtica o una rendija de confianza para no paralizarnos ante amenazas como el odio -sentimiento humano, demasiado humano- o los algoritmos tecnológicos desalmados, sino pulverizarlas con más acciones y argumentos sólidos para mantener viva esa esperanza y evitar caer al abismo del delirio colectivo inundado de sectarismo y mesianismo.

Caricatura de Nani, junio 19/25 https://www.elespectador.com/opinion/caricaturistas/magola/magola-231/

INDISPENSABLE TÁBULA GRATULATORIA

elespectador.com (2025, jun 10). No podemos perder la compostura como país. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/editorial/editorial-no-podemos-perder-la-compostura-como-pais/

Jaramillo, Luis E. (2014, nov 30). Cúrese del resentimiento, esa emoción que intoxica. El Tiempo, Bogotá,  http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/salud/el-resentimiento-esa-emocion-que-intoxica/14908075

Londoño, Julio César (2022, ago 20). La cartografía del odio. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julio-cesar-londono/la-cartografia-del-odio/

_____________(2025, jun 14). Hagámonos pasito. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julio-cesar-londono/hagamonos-pasito/

Mejía, Esteban Carlos (2015, ene 23). Irrespetar ideas, respetar personas.http://www.elespectador.com/opinion/irrespetar-ideas-respetar-personas-columna-539719

Mera, Aura Lucía (2018, feb 12). Cedo la palabra o La cultura del odio (Mario Mendoza). El País, Cali,https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/aura-lucia-mera/cedo-la-palabra-1.html

Reguero Ugarte, Urtzi (2025). Ni la mitad te creas. Mitos, verdades y algunas curiosidades más sobre El Euskera. Prologo de Lola Pons Rodríguez y epílogo de Blanca Urgell Lázaro. Athenaica: Sevilla (España).

Reyes Oliveros, Cristian Esteban (2021, mayo 23). La sociedad del odio. Al Poniente, Colombia, https://alponiente.com/la-sociedad-del-odio/

Vallejo, Irene (2025, jun 1). Por una frasecilla se pierde un gran amor. El País de España, Madrid, https://elpais.com/opinion/2025-06-01/por-una-frasecilla-se-pierde-un-gran-amor.html

Vanegas Athías, Beatriz (2021, oct 20). La utilidad del odio. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/beatriz-vanegas-athias/la-utilidad-del-odio/

Zuloaga D., Juan David (2025, mayo 22). El placer de odiar. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/juan-david-zuloaga-d-/el-placer-de-odiar/

Zuluaga, Guillermo (2024, mar 26). La rentabilidad del odio. El Espectador, Bogotá, https://www.elespectador.com/opinion/la-rentabilidad-del-odio-columna-746612

14 respuestas a «ARTE, CULTURA O SOCIEDAD DEL ODIO»

  1. El Odio es sinónimo de Egoísmo puesto que desde el origen de los dos seres humanos existentes en el mundo se refleja este flagelo que no debe instalarse en el corazón de nadie. Hay que tener empatía recíproca para la Buena convivencia y ser persona de Bien en la sociedad…

    1. La dinámica de la vida terrestre humana está en la dialéctica de los hechos!…bueno o malo no existe!…la verdadera vida está en la unidad y acción por esa dialéctica!. La humanidad no ha entendido aún esta realidad!
      Lo de Miguel, lo quieren convertir algunos, en su meta y proyecto político de vida y eso no lo permitimos!…. ¡Libertad, fraternidad y acción colectiva de todos nosotros por un “mundo mejor»!

        1. El tema es más profundo y en este medio la limitación es enorme!..los paradigmas que tenemos hay que revaluarlos!…un sentimiento de aprecio te envío con este saludo!..👊🤗

  2. Hilo argumentativo contundente e insoslayable.
    Debido a mis caminos literarios, me convertí, sin buscarlo, en un conocedor del período de la Violencia en Colombia. Y lo que he podido discernir es que, en realidad, allí no hubo un enfrentamiento entre liberales y conservadores, sino un enfrentamiento de las élites de ambos partidos por el poder político y el usufructo económico, que derivó en la miseria y la muerte de muchos gentes y que sin ningún recato se unieron en el Frente Nacional para continuar con su poder económico, En el seno de las poblaciones, se incubó la posibilidad de apoderarse de los bienes y tierras de otro, con el argumento y aval del Liberalismo o del Conservatismo; así como desde los púlpitos se hicieron campañas contra los protestantes, que estaban resintiendo la hegemonía católica y, por consiguiente, los diezmos, limosnas y el usufructo de los sacramentos. Creo que la lección de Marx sobre la infraestructura económica que define la superestructura ideológica, es aplicable a dicho época y a las demás, incluida la actual. Por ello, no creo que sentimientos contra otros puedan tener diferente génesis. Un caso, la xenofobia: se pone en entredicho al que viene, pues su fuerza de trabajo es más barata y me puede conducir al desempleo; es posible que por su medio se importen costumbres (como las alimenticias) que hagan rebajar mis productos, y hasta resulten más donjuanescos.

  3. He creído siempre que el odio nació con los seres pensantes, ensemillado por la envidia ; lo grave, el ser humano morirá con él.

  4. Un tema, que por no ser tan complejo el momento que hoy se está viviendo, valdría la pena ponerlo en la discusión de caduno de los estamentos de nuestra sociedad. A pesar de que hemos sido víctimas de una sociedad política tan ambigua, nuestras familias en general y en particular la mía, nos inculcaron valores como el respeto, el perdón, el reconocimiento, la fraternidad, el servicios… Elementos que me han permitido y me han ayudado a no ver con odio o a llenarme de el a pesar de las circunstancias.
    Mi querido maestro, auguro que tu petición, por el desescalonamiento de la polarización y el llamado al diálogo entre los diferentes, tengo eco, lo necesitamos más que nunca.
    Recibe un gran abrazo y mi agradecimiento por compartir tu columna.

  5. No solamente nuestro Presidente ha dado empujoncitos a la polarización; también, como es el caso de su última alocución de esta semana;alicorado, muestra poca responsabilidad ante la opinión pública.
    No dejo de creer, que lo peor que le ha pasado a la izquierda colombiana, ha sido llevado de la mano del actual gobierno.

Responder a Jose Fiorenzano Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *