A TACAMOCHO, PLATO Y BOGOTÁ

Este homenaje no corresponde al deseo de formarme falsas ideas
sobre mí mismo sino al de conocerme mejor.

Parafraseando a Goethe citado por Juan Villoro (2017, p. 344)

A la Escuela Rural Mixta de Tacamocho Bolívar porque allá se prolongaron mis padres en La seño Elisa Buelvas y don José Villafañe quienes eran amables educadores modestos y prudentes que nos llevaron en la infancia inolvidable por la lúdica pedagógica y el laberinto de los buenos libros, ellos pusieron a nuestro alcance el tierno Platero y yo de Juan Ramón Jiménez; por eso, la educación que recibí en mi tierra natal vive amparada en la memoria como los primeros escarceos amorosos.

Pero Tacamocho era un corregimiento que no tenía colegio. Mis viejos le apuestan a un futuro más promisorio para nosotros, sus hijos; querían asegurarnos estudios de nivel secundario que no nos obligasen a alejarnos de la familia y sí del contubernio de papá con Martina, aunque aceptado por mamá no dejaba de ser mortificador. Por eso, bajamos a Plato, en diciembre de 1973, en La Caracola, lancha que servía para llevar tabacos y traer frutas, al ritmo placentero de la carretera líquida del Magdalena y la guía incomparable de mi papá Lácydes, El Culebro del Río, con la colaboración desinteresada de Julio Antonio Morales Olaciregui de Fals Borda, el boga más solidario del Magdalena. “No he conocido nunca –me dijo aquella vez con cierto matiz de asombro y condescendencia– a un hombre de negocios en estado puro como él; tiene un instinto increíble para los negocios”. A pesar de las frecuentes correrías por el bajo y medio Magdalena, a mi papá siempre le ha gustado viajar con un mapa y observar con exquisita sensibilidad el espectáculo de los bellos paisajes que hacen vibrar el alma. Es esta pasión (y no la del negocio) la que ha sido siempre la primera lección de mi padre.

Con la mudanza a Plato Magdalena termina pues la etapa de los pantaloncitos cortos y de las primeras novias: «Adolescentes sin luz, /tu grave pena llorás, / tus sueños no volverán, /corazón, /tu infancia ya terminó», dice Ernesto Sábato (1998, p. 40). Y claro, empieza la etapa de los pantalones largos, que simboliza un acontecimiento en la vida costeña, marcado por el orgullo y por la vergüenza; sí, empieza la adolescencia. No comprendo por qué se dice que esta etapa es la más feliz de la vida, que es puro goce y aventura. Lo cierto es que uno adolece de todo, se la pasa peleando con el mundo y consigo mismo. Al revisar esta etapa, pienso en mi país. ¿Será que aún somos una nación adolescente? Tenemos tan sólo 202 años de vida como República y el lío propio de la adolescencia: la identidad refundida y múltiple.

Plato llega por tanto a nuestras vidas como la tierra de El Hombre-Caimán y Francisco el Hombre, dos grandes amigos de mi papá. Como la tierra de los retos del agua, de la oralitura ligada al gran río, con esa larga estela de agua que, erótica como el gran saurio, se extiende entre las pasiones humanas, los vados, los cantos y los mansos, los canales que conducen a los amores tropicales de la ciénaga de Zarate, al olor de mango, al besuqueo y al ron. Claro que Plato también es un centro de recolección y mercadeo, de productos agropecuarios y suministro de insumos y herramientas, de créditos, de bienes de consumo duraderos, de servicios educativos primarios y secundarios, de juzgados y bienes al por mayor.

La oralitura ligada al gran río y a la tierra firme, la presencia del progreso a través del Depósito González (local comercial recomendado a papá por sus dos amigos), la existencia de un colegio nacional y el alejarnos de Martina “la bandida” según mamá, son algunas de las razones para que hayamos escogido a Plato como sitio de nuestra nueva residencia. ¿O será que Plato nos escogió a nosotros? A mí me daba la impresión de que lo que había detrás de aquello era el propio estancamiento de Tacamocho, pero ni yo ni ningún otro miembro de la familia podía decir exactamente por qué. Como sea, en aquel momento no acabé de comprender el paso extraordinario que habíamos dado.

También dedico entonces este escrito al Colegio Nacional Mixto Gabriel Escobar Ballestas de Plato ya que allí conocí a seres que me dejaron huellas perdurables: los profesores Cilia Beltrán, Carlos Buelvas y Félix Pizarro y la bibliotecaria Angélica Gómez de Escobar, mujer amable que tenía sabiamente organizada la pequeña biblioteca. Cada uno de ellos me hizo reaccionar de forma entusiasta, despertando el descubrimiento intelectual -y del descubrimiento de mí mismo-. Si tengo que elegir un autor de esa segunda etapa de mi vida, como un gran maestro, sería El mago de Macondo que ellos me dieron a conocer; leí casi todas sus novelas y cuentos, cuando estaba en la secundaria soñadora. Además, porque en la tierra del hombre-caimán y Francisco el Hombre, tuve la primera relación sexual, pero sobre todo porque conocí a Delgys Romero Cabeza, el gran amor de mi vida y madre de nuestros cuatro vástagos.

No obstante, decido, después de obtener el título de bachiller, hacer dos intentos universitarios infructuosos en la región Caribe y de pensarlo mucho con mis viejos, viajar la a anhelada Bogotá buscando universidad, superación y calidad académica, a donde llegué en las primeras horas de una mañana lúgubre y glacial, con trancones de carros por todos lados y una lluvia de agua revuelta con hollín, aunque la primera impresión es de agrado. Nunca imaginé que esta urbe iba a ser un destino tan esencial para mí; ahora sé que fue una de las decisiones más importante de cuantas tuve que tomar en toda la vida de mis primeros 60 años bien contados.

Atrás, en la tierra querida de mis paisanos, queda el recuerdo perenne de muchas amistades; atrás queda el nacimiento de un nuevo mundo para mí, no es Plato ni Tacamocho; yo diría que más bien es la fusión de los dos: Platomocho, pueblo siamés que “no lo llego a cambiar ni por un imperio…”, como lo plasmó el gran compositor vallenato Adolfo Pacheco Anillo. En Bogotá pues hice tres intentos universitarios que resultaron positivos para Sociología en la Universidad Nacional, Filología e Idiomas en la Universidad Libre y Filosofía y Letras en la Universidad de La Salle. Por varias razones que después confesaré finalmente me quedé con la Libre.

Por supuesto que este escrito también está dedicado a Bogotá, brújula académica, erótica e intelectual tan determinante e incuestionable para mí en donde me encontré, primero, con la Normal Nuestra Señora de la Sabiduría que me aportó herramientas pedagógicas para desenvolverme bien con mis primeros estudiantes y también me aportó elementos humanos para mejorar las relaciones con las amantes andinas representada en una Amazonas iluminada; esos títulos formal e informal me facilitaron, además, la consecución rápida de empleo docente. Segundo, la Universidad Libre de Colombia ya que aquí entoné asimilando el himno “a la paz y al derecho a vivir, / a la luz del heroico pasado, / la aurora que habrá de venir” y escogí la Licenciatura en Filología e Idiomas que afianzó mi formación y vocación docentes. Aquí tuve como maestros a Rafael Cabanillas y a Enrique Cabeza, silenciosos hombres sabios; se me cierra la garganta al recordar la noche en que los vi entrar a sus clases, cultos en cada uno de sus gestos que con palabras mesuradas imponían una secreta autoridad. Tercero, el Instituto Caro y Cuervo porque me permitió incrementar el gusto estético y pulir la pluma literaria e investigativa, con la ayuda de doña Lucía Tobón de Castro, don Ramón de Zubiría y Cándido Aráus, educadores que me parecieron verdaderas luminarias. Cuarto, la institución educativa distrital José Asunción Silva porque fue el laboratorio de experimentación pedagógica por excelencia y porque ahí conocí a uno de mis mejores amigos y colegas, Hernán Borja. Y, por último, la Universidad Pedagógica Nacional porque en esta Educadora de Educadores palpita la patria por conquistar, “la gloria de ser maestros / para salir a enseñar / por los campos y ciudades / hasta que veamos brotar, / entre luces de fe y ciencia, / una nueva sociedad.”

Una vez en Bogotá, movilizándome de Sur a Norte en un bus repleto en medio de la lluvia y pasando por el Centro Internacional, calle 26 con carrera décima, me hice esta pregunta: ¿será que esta parte de la ciudad se llama así porque aquí queda la Plaza de Toro, los edificios más grandes y los hoteles cinco estrellas? No estoy seguro, pero lo cierto es que aquí se captan dos extremos similares a los captados por el poeta García Lorca en Nueva York (1984, p. 210): arquitectura extrahumana y acompasado orden violento. Aflicción y geometría. Los filos salientes suben al cielo sin voluntad de nube, sin voluntad de gloria. Nada más lírico y furioso que la lucha de las moles de cemento con un poco de ansia del cielo que las cubre. Lluvias y nieblas subrayan, mojan, tapan, las gigantescas torres, pero éstas, ciegas a todo juego, expresan su intención fría de misterio y cortan los cabellos a la lluvia, o hacen visibles sus casi quinientas espadas a través del cisne suave de la niebla. El orden acompasado puede parecer grato, mas cuando se examina el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y mujer y máquina juntos, se comprende aquella violenta aflicción hueca que hace perdonable hasta el vandalismo descarado y los delitos graves de los humildes.

La impresión de que este inmenso mundo citadino no tiene raíz me captó a los pocos días de llegar del Platomocho caribe. Y creo que he venido comprendiendo cómo he tenido que abrazarme a lo misterioso y al hervor de la embriaguez en este espacio urbano. La escala descomunal de esta ciudad, sus rascacielos, silenciosos y anónimos lo reducían a uno a un átomo intrascendente, me llevaban a preguntarme qué era yo en medio de todo aquello y mi existencia me confería una inquietante pero momentánea sensación de liberación por primera vez en mi vida. De forma indirecta y apenas perceptible, al estilo de los cantos del chamán, mi fusionado terruño costeño con el acordeón y el caimán aparecía y luego desaparecía rápidamente en mi vida en esta ciudad, donde he sentido la alegría del instrumento y la compañía del espíritu del animal, muchas veces arañándome el pecho.

Por último, gracias a todos los tacamocheros, plateños y bogotanos mencionados y ojalá que “no se venguen tantos olvidados”, como bien lo dice Joaquín Sabina (2014, p. 19). Porque no “están todos los que son, pero son todos los que están”, como también bien lo afirma Enrique Santos Calderón (2018, p. 12).

Bibliografía

  • García Lorca, Federico (1984). Poeta en Nueva York. En Maestros de la literatura universal. España 2. Bogotá: Editorial Oveja Negra.
  • Santos Calderón, Enrique (2018). El país que me tocó (Memorias). Bogotá: Penguin Random House.   
  • Sábato, Ernesto (1998). Antes del fin (Memorias). Buenos Aires: Seix Barral.
  • Sabina, Joaquín (2014). Ciento volando de catorce. Madrid: Visor Libros.
  • Villoro, Juan (2017). La utilidad del deseo. Ensayos literarios. Barcelona: Editorial Anagrama.

20 respuestas a «A TACAMOCHO, PLATO Y BOGOTÁ»

  1. Profesor Dairo …para felicitarlo por su artículo alusivo a Atacamocho Plato y Bogotá…muy interesante todo ese recorrido histórico; biográfico y literario que haces con tu pluma…me recuerda al viejo José Eustasio Rivera en su obra la Vorágine….y a Arturo en busca de su Alicia….que bien mi profe; que estilo que le pones a tus escritos…un abrazo y de nuevo mis felicitaciones….

  2. Esa breve remembranza por los caminos de la vida, observa a un hombre anfibio que dejó el río de emociones de gaitas y tamboras para adentrarse en la constante búsqueda de la inmortalidad sobre los fríos amameceres bogotanos. Yo soy testigo de ese trasegar incesante. Un abrazo.

  3. Si la vida trae recuerdos nombro algunos ;en las tibias tardes donde el sol del ocaso brilla en una ventana,abatir el sueño inolvidable de la juventud,en un perdurable sentido del humor,elocuencia que brotaba en el aula clase ,donde los momentos culturales daban vida a otra generación,la mía, es dedicado a un hombre que me inspiró y mostró que las barreras solo cambiarían con la actitud «No necesitamos ser copia de nadie»ser la mejor versión de cada uno. Allí empezó mi vocación,la cuál ejerzo con pasión y gratitud por grandes maestros que inspiran cómo usted profesor.

    1. Estimada Lida Marcela, cómo me alegro que la lectura te haya traído todos esos hermosos recuerdos y más aún cuando ahora somos colegas. Gracias por visitar este portal que también es tuyo. Gran abrazo,

  4. Excelente amigo Dairo, un historia fantástica de su itinerario en el destino de su vida, que me transportó a tiempos maravillosos olvidando lo sufrido.

  5. Felicitaciones mi gran amigo, este artículo da cuenta de todo una história llena de vericuetos por el transitar de su vida, que finalmente logra llegar al sueño; la conquista de una capacidad intelectual, producto de la tenacidad, resiliencia, acompañada de su amoroso grupo familiar, brillantes docentes y grandes amigos, que seguirán enriqueciendo su pluma exquisita. Con todo mi aprecio.

  6. Dairo, que orgulloso me siento de leer un articulo donde por fin un hijo ilustre de nuestro pueblo, como usted; menciona a nuestro querido TACAMOCHO del alma. Gracias por traer a nuestra mente esos recuerdos vagos de infancia. Un abrazo.

  7. Compañero Dairo buena mañana.
    Buen comienzo de una vida que apenas comienza.
    Su caminar apenas comienza.
    Lo espero más adelante.
    😇

  8. González que mejor huella positiva la que hace uno al andar, Recogiendo sus vicisitudes que hacen parte de sus quehaceres es algo que engrosa su devenir… Felicitaciones…

  9. Dairo, me encanta este escrito. Cuanto más intimistas son, más me gustan. Yo creo que tú tienes “tablas” de sobras en la literatura como para escribir ensayos sobre la vida, tu vida o una inventada(novela) o, incluso novelar muchos de los recuerdos que, como buen observador de la condición humana, guardas en la sesera y en el corazón…sin necesitar citar a otros.
    Un fuerte abrazo!

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