95 AÑOS DE UNA MASACRE APOCALÍPTICA

¡Atento lector sentipensante y librepensador!, en estos días -exactamente el 6 de diciembre- se cumplen 95 años de la masacre espantosa que marcó con fuego y tiñó de sangre a la incipiente clase obrera colombiana en 1928, tragedia de la que aún se discute su mísera magnitud. Quiero tan solo decir unas palabras de este hecho histórico y del listado de masacres colombianas desde ese año hasta hoy, tema inagotable para el cual me basé en la Estadística, en la famosa canción vallenata Las bananeras de Santander Durán Escalona y en la novela universalmente conocida Cien Años de Soledad -CAS- de Gabriel García Márquez-GGM-, dos caribes con altura intelectual que son pivotes culturales identitarios.

Ahí procuro descifrar o descubrir la intimidad, la leyenda, el misterio y el esplendor de lo sagrado –aunque esto sea una profanación casi imposible–, la magia y la clarividencia de esas creaciones. Intento, por tanto, atender a la estructura de la oralitura misma (oralidad + literatura), al enlace interno de esas composiciones, temas e imágenes, para que la narración en sí como textos autónomos, no se esfumen en las anécdotas sobre sus cultivadores: ese es el primer deber —y el primer placer— de todo escucha o lector que, según Nietzsche, tiene que ser filólogo porque debe ser amigo-amante-enamorado y cómplice en el amor al cuerpo y al espíritu de las palabras.

95 años después frente a historia de La masacre de las bananeras, el interminable listado sanguinario abarca una mezquina violencia asesina que debemos, sobre todo, a los corruptos e insensibles gobernantes pasados de Colombia con sus ejércitos, a la norteña águila imperial, paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros y a las bandas criminales; aunque también lo debemos a muchos pasivos e indiferentes ciudadanos. Es decir que esa violencia eterna la debemos a sables, utopías e indiferencias. Entonces, desde antes del crimen de la utopía gaitanista, ocurrida en 1948, Colombia pacifista por lustros ha clamado. La violencia, muerte e infelicidad engendra hasta en el Frente Nacional bipartidista, cuerpo cerrado a cualquier oposicionista.

Después de la doble fachada política ineficaz, / cuando la reinserción era la clave de la paz, / Barco y Belisario un acuerdo serio con el M-19, EPL, PRT, la CRS / y el Quintín Lame firmaron / ¡A conquistar con la palabra llamados están, / lo que otros con patas de cabra se adueñaron!, / exclamó un poeta del sur, nuestro norte. / Cada uno lo que pudo hizo, / pero golondrinas cojas no llueven tranquilidad / ni mucho menos reconciliación con equidad. // ¡Oh paz estable y duradera y reconcilio nacional con igualdad, / vida digna y poder político social! / ¿Por qué tan esquivos con nuestra Patria? / ¿Será que hemos tejido más la guerra que la paz? / ¿Invocado a Némesis?, la diosa de la venganza / ¿Dividido a colombianos en halcones y palomas? /// Luego de Tlaxcala, Caracas y La Habana, procesos truncos, / la sangre por nuestros fértiles surcos continuó / como un arroyo escarlata de venganzas y odios / Nuevas masacres con orgías repugnantes arreciaron: / La Rochela, La Horqueta, Segovia y Montes de María; / Puerto Alvira, La Gabarra, Mapiripán y Urabá; / De nuevo, la Zona Bananera, El Aro, Medellín, Barrancabermeja, Bojayá y Bogotá.

Masacre en Colombia (2000) de Fernando Botero (1932-2023)

Se calcula que el total de víctimas de esos eventos bélicos contra la población civil es alrededor de 18.802 en los últimos 95 años registradas así:  wikipedia.org recoge 3287 homicidios selectivos entre 1929 y 1984. El informe ¡Basta ya!: Colombia: memorias de guerra y dignidad (2013) del organismo gubernamental Centro Nacional de Memoria Histórica entre 1985 y 2012, muestra 1982 casos de masacres que dejan 11.751 víctimas. 199 vidas segadas hubo entre 2012 y 2021. (wikipedia.org) Y si se mira lo ocurrido en los dos últimos años, la situación sigue preocupante. “Este año, según cifras de Indepaz, 277 personas han sido asesinadas en 86 masacres. El año pasado, en este mismo lapso las víctimas fueron 288.” (El Tiempo, 2023) No más la semana tras anterior, en un lapso de 72 horas, 21 personas murieron en el país en acciones criminales de este tipo; y la semana pasada hubo tres masacres en menos de 24 horas que dejaron nueve víctimas. Estas cifras y las anteriores son impresionantes: Si hay un detenido por esas abominables masacres sistemáticas, no hay dos; esto indica además que esas víctimas sufren total impunidad.

Esas abominables masacres sistemáticas o asesinatos selectivos de obreros, estudiantes, luchadores populares, campesinos, gentes del común e indígenas trajeron estudios e investigaciones históricas, obras de arte magistrales como CAS -también la pintura boteriana- y la emancipadora rapsodia vallenata (González, 2023) que empezaron a ocuparse de problemas políticos, económicos y sociales, como Las bananeras (Posada, 1986: 252) que cuenta la gran huelga y la famosa matanza obrera de la Zona Bananera del departamento del Magdalena que también pide emancipación:

Se fueron, se fueron las bananeras,
explotaron, explotaron la nación;
sólo quedan los recuerdos de quimeras
añoranzas de otras cosas, hambres, deudas y dolor.

Porque allá en la zona bananera,
allá sufre sin queja un pueblo soñador,
que nada ganó al pelear dos guerras,
sólo que hoy olviden su dolor.

Ese pueblo bananero
de abarca y sombrero
que espera redención;
ese pueblo bananero
alegre y bullanguero
pilar de la nación:
ese pueblo bananero
de estirpe guerrillero
que pide educación.

Muy adentro queda el recuerdo escondido
de las cumbias, del dinero y del tambor;
de las balas con que el pueblo fue abatido
en las plazas y caminos, cuando la huelga estalló.   

Por las noches al salir la luna llena,
por la sierra se ha visto la aparición
de fantasmas que con angustia y pena
para sus hijos y nietos piden pronta redención. 

Santander Durán Escalona, digno representante de la canción protesta, como Rey de la canción inédita en el Festival vallenato asume en esta composición “una posición crítica frente a la historia” porque denuncia la miseria que acosó “a las gentes por la despiadada explotación a que fue sometida la comarca del norte del Magdalena por la Unite Fruit Comapany” (Quiroz: 79 y 80) desde 1889 hasta 1928, cuando estalló el conflicto laboral que duró casi un mes y que el Ejército segó la vida de obreros y ahogó sus esperanzas en defensa de los intereses de esa compañía. Y, por supuesto, surge también el compositor defensor de las causas populares que busca ayudar a crear las condiciones para el cambio. Este himno al inconformismo tiene actualmente más vigencia que nunca porque la grave situación nacional no ha cambiado mucho a pesar que nos gobierna el primer presidente de la izquierda colombiana; no hay protesta contra los homicidios selectivos en el país donde no se entone dicha canción.

La “Yunaited” o la multinacional norteamericana del banano, conocida en toda la cuenca del Caribe como “Mamita Yunai”, fue acusada en su momento en el Congreso de la República por el insurgente dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, GGM la narró en un episodio inolvidable de su CAS y Pablo Neruda la “denunció en su Canto General por haber sembrado de feroces dictaduras ´la dulce cintura de América´, del Yucatán hacia abajo” (Caballero, 2018). Esa es una de las dos empresas imperiales de la época, la otra fue la Standard Oil Company representada aquí por la Tropical Co. –familiarmente llamada “la Tronco”–, que causaron “las dos grandes huelgas de trabajadores que marcaron el nacimiento del movimiento obrero del país, y, de paso, la fundación del… Partido Socialista Revolucionario y del… Partido Comunista: la huelga de los obreros petroleros en barranca, en 1924, y la de los corteros del banano en Ciénaga, en 1928.” (Ibíd., 304)

Los obreros asesinados no sólo eran de ese municipio cercano a Santa Marta, capital del Magdalena, sino de toda la zona bananera que encierra Riofrío, Orihueca, Sevilla, Aracataca, Fundación… Lo cierto es que Ciénaga es la capital de esa zona, donde su iglesia y plaza merecen el título de Monumento Nacional. En efecto, ahí fue donde los aglutinados obreros del banano mostraron su valentía antes las injusticias del patrón, muy bien recogidas por CAS en la que “el realismo mágico le ganó a la historia”. Yendo de Ciénaga a Barranquilla, hay que mencionar a Pueblo Viejo, extendido en frente de la Ciénaga Grande y al internarnos en ella se encuentra un desvío acuático que lleva hasta Trojas de Aracataca, sobre la desembocadura del río Aracataca, y a Nueva Venecia, en la Ciénaga de Pajaral: sitios bellos que viven en precarias condiciones también inmortalizados por el hijo de Aracataca en Vivir para contarla, sus memorias.

En torno a las influencias de las compañías bananeras en América Central y el Caribe, hay que agregar que en el libro De coles y reyes es donde el norteamericano O. Henry acuñó la frase peyorativa república bananera que “se utiliza para describir un país que es considerado políticamente inestable, empobrecido, atrasado y corrupto.” (Wikipedia.org) La historia, que se repite en estos países “con aterradora constancia, ha quitado preeminencia al banano, y le ha dado el reinado supremo al tráfico de drogas.” (Ramírez, 2023) Así hemos pasado de las repúblicas bananeras a los narcoestados, donde el narcotráfico, que es uno de los motores que mueve la guerra, ha permeado todas las esferas de Colombia.

En La traducción del mundo, Juan Gabriel Vásquez “relata la charla que tuvo con Eduardo Posada Carbó y ambos pusieron de presente que una cosa es la historia y otra la ficción de los novelistas” (Alarcón, 2023) o entre la verdad histórica y la que nos cuenta y se inventa la ficción; todo esto, porque Gabo estableció en CAS que la matanza dejó 3.000 muertos, y la historia oficial minimizó afirmando que fueron 9 y 3 heridos, e incluso que la cifra pudo haber llegado a los 13 y 19. Pero según colombiainforma.info, el diario La prensa de Barranquilla de la época “habló de 100 muertos. El general conservador Pompilio Gutiérrez, cinco meses después de la masacre, dio entrevista al diario El Espectador afirmando que tenía pruebas irrefutables de que los muertos eran más de 1.000 y que el gobierno lo ocultaba. Carlos Arango, en su libro Sobreviviente de las bananeras, habla de centenas de muertos y cita testimonios como los de Carlos Leal y Víctor Gómez Bovea, chofer de uno de los vehículos que llevaron los cadáveres hasta las lanchas para echarlos al mar antes de las 6 de la mañana.” Silvia Adoue, Karen García y Priscila Engel (2006) en Cien años de soledad y la masacre de Aracataca agregan que el propio embajador de EE. UU. en Colombia, Jefferson Caffery, en un informe de su momento y ahora público, afirmó que “el número total de huelguistas muertos por los militares colombianos superó el millar”.

Esa masacre es pues uno de los hechos de la historia de Colombia que encierra el libro memorable de nuestro nobel y La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio: “No cabe duda de que a García Márquez y a muchos nacidos en la región Caribe la masacre de las bananeras los marcó.” (Alarcón, 2023B) La tragedia habría pasado inadvertida “si el joven parlamentario de la época Jorge Eliécer Gaitán no la hubiera denunciado, con pelos y señales, en un famoso debate que promovió en la Cámara de Representantes” (Ibíd) y que compiló para la historia la oralitura rural y urbana, Momo Ediciones y Ediciones Esquilo, gracias a las cuales -y por supuesto, a las creaciones costeñas- la Masacre de las Bananeras aún pervive en la memoria de algunos colombianos.

Entre las muchas evidencias que Gaitán “reveló estuvieron los gastos excesivos de los gobernantes de la época con los dineros producto de la explotación del banano, que llevaron a los obreros a hacer la huelga. Una de las pruebas que mostró fue una certificación del tesorero de Aracataca, Nicolás R. Márquez, quien resultó ser el abuelo de Gabo.” (Alarcón, 2023B) En la sesión del 4 de septiembre de 1929, al año siguiente de la tragedia, el líder liberal “se refirió a cómo se malgastaba el dinero del municipio en gastos suntuarios, sin que el tesorero fuera culpable de esa conducta dolosa, sino que a él le ordenaban hacer los pagos.” (Ibíd) El líder liberal bogotano le solicitó al funcionario costeño esa información y él se la envió.

Así que el abuelo de Gabo “conocía de primera mano la situación de la época y en conversación con su precoz nieto le hizo algunos comentarios que le quedaron en la cabeza y luego” (Alarcón, 2023B), ya mayor, los desarrolló en CAS. “Después de la muerte de mi abuelo ya nada me ha parecido interesante en la vida”, escribiría con exageración en sus memorias nuestro premio Nobel, nacido en 1927, un año antes de la tragedia. “Muchos episodios los relataría Nicolás Márquez a su nieto, como este de los muertos que le sirvió para su ficción” insuperable en la que José Arcadio Segundo Buendía, uno de sus personajes, viviría la histórica represión que ahora presento sin comillas:

La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los pueblos. La calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le permitió ver un fusilamiento. (…)

La ley marcial facultaba al ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo ninguna tentativa de conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo, los soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y movilizaron los trenes. Los trabajadores, que hasta entonces se habían conformado con esperar, se echaron al monte sin más armas que sus machetes de labor, y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre. (…)

Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.

-Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para retirarse.

La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anunció el principio del plazo. Nadie se movió.

-Han pasado cinco minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.

José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.

-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta.

Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: «Aaaay, mi madre.» Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva. José Arcadio Segundo apenas tuvo tiempo de levantar al niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre centrifugada por el pánico.

Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre, hacia una calle adyacente. La posición privilegiada del niño le permitió ver que en ese momento la masa desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila de ametralladoras abrió fuego. Varias voces gritaron al mismo tiempo:

-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!

Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada compacta que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla. El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.

Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo. Solamente reconoció a una mujer que vendía refrescos en la plaza y al coronel Gavilán, que todavía llevaba enrollado en la mano el cinturón con la hebilla de plata moreliana con que trató de abrirse camino a través del pánico. Cuando llegó al primer vagón dio un salto en la oscuridad, y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro. No llevaba ninguna luz, ni siquiera las rojas y verdes lámparas de posición, y se deslizaba a una velocidad nocturna y sigilosa. Encima de los vagones se veían los bultos oscuros de los soldados con las ametralladoras emplazadas.

Regreso de la cacería (1930) de Ricardo Rendón (1894-1931) sobre la masacre de las bananeras

Después de medianoche se precipitó un aguacero torrencial. José Arcadio Segundo ignoraba dónde había saltado, pero sabía que caminando en sentido contrario al del tren llegaría a Macondo. Al cabo de más de tres horas de marcha, empapado hasta los huesos, con un dolor de cabeza terrible, divisó las primeras casas a la luz del amanecer. Atraído por el olor del café, entró en una cocina donde una mujer con un niño en brazos estaba inclinada sobre el fogón.

-Buenos -dijo exhausto-. Soy José Arcadio Segundo Buendía.

Pronunció el nombre completo, letra por letra, para convencerse de que estaba vivo. Hizo bien, porque la mujer había pensado que era una aparición al ver en la puerta la figura escuálida, sombría, con la cabeza y la ropa sucias de sangre, y tocada por la solemnidad de la muerte. Lo conocía. Llevó una manta para que se arropara mientras se secaba la ropa en el fogón, le calenté agua para que se lavara la herida, que era sólo un desgarramiento de la piel, y le dio un pañal limpio para que se vendara la cabeza. Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar, como le habían dicho que lo tomaban los Buendía, y abrió la ropa cerca del fuego. José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.

-Debían ser como tres mil -murmuró.

-¿Qué?

-Los muertos -aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación. (García Márquez, 1984: 238-242)

En suma, entonces, teniendo a Santander Durán como gran artista popular costeño, y a Gabriel García Márquez como guía espiritual e intelectual orgánico en el sentido ideado por Antonio Gramsci -pensador, organizador y dirigente- cuando lo fue, hay que seguir discurriendo sobre música, literatura e historia como tres asuntos esenciales del ser caribe y ser colombiano. Por la conmemoración de los 95 años de la masacre apocalíptica, por estos días, ha habido poquísimos escritos sobre esa catástrofe puesto que las interesadas omisiones históricas continúan hoy mistificadas por la anécdota pueril y el mito de la ideología dominante que no le interesa honrar la memoria de los obreros caídos ni la de campesinos, luchadores populares, estudiantes e indígenas sacrificados, pues la histórica masacre hoy se actualiza aterradoramente con más masacres.

Aterradoras masacres oprobiosas que se han convertido, desde la histórica matanza inolvidable de 1928, en llagas vergonzosas que carcomen la adolorida sociedad colombiana plagada de indolentes gobernantes corruptos perpetuadores de crueldades y desigualdades que despiadadamente han generado una sarta de sicarios y “de nuevas crueldades con el fin de ahogar cada una con la siguiente”: ¡total infamia inaudita!, horror que trae dolor e indignación. Así, los indolentes gobernantes corruptos y sus esbirros degenerados que se ensangrientan hasta los codos, como cualquier cobarde tirano sanguinario, exterminan a quienes puedan hacerles daño con sus exigencias o a quienes puedan ayudar a emancipar a su pueblo.

Como paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros, bandas criminales, militares y la desvariada plutocracia neoliberal con su recua de sicarios “que multiplica el hambre, desprecia las políticas ecológicas, tizna el aire y enturbia las aguas”, no han parado sus danzas macabras e insensatas acciones impías de asesinatos colectivos de obreros, campesinos, estudiantes, líderes sociales, gentes del común e indígenas desde 1928, hay que seguir multiplicado las voces alternativas de la emancipadora protesta vallenata, la literatura magistral y las serias investigaciones históricas que nos motivan a seguir adelante con la paz total entendida como la negociación integral que comprende a guerrilleros, disidentes y narcotraficantes con tal de que dejen de hacer daño al adolorido pueblo colombiano.

Se necesitan lineamientos claros y válidos en cada rincón del territorio porque el crimen evoluciona “como cambian los mercados ilícitos”: es vital que el primer Gobierno de izquierda tenga información veraz y actualizada para responder con todas sus instituciones, pero sobre todo con la Fuerza Pública para que, más allá de la paz total, “pueda proteger a la población y garantizar la seguridad para que no terminen los ilegales, bien sea amedrentando a punta de masacres o ejerciendo su propia justicia” (El Tiempo, 2023), lo cual se complementa “con diagnósticos precisos y actualizados de una realidad en la que la violencia se ha atomizado tanto como algunos de los mercados ilegales. Frente a todo esto, solo hay una opción: presencia real e integral del Estado que regule como le corresponde la vida cotidiana y mantenga a raya” (Ibíd) a las masacres, al crimen y a los malvados.

La gran lección de todo lo anterior “es que nunca se cierra nada: la violencia no solo engendra más violencia, según el lugar común que es implacablemente cierto, sino que envenena nuestra relación con el pasado. O, por mejor decirlo, la violencia tiene un talento misterioso para no quedarse nunca en el pasado: para volver siempre, convertida en otra cosa, encarnando en otros monstruos” (Vásquez, 2023): “La guerra nunca es una simple fatalidad, es siempre una derrota de la humanidad”, dijo el papa Juan Pablo II. Por eso, debemos adquirir una conciencia musical, oraliteraria e histórica sólida “que debería funcionar como un continuo integrador.” Tenemos que convertirnos “en un sujeto al tanto de su condición moderna, alguien que no alimenta, en ninguna de sus variantes”, la masacre y la guerra o la perpetuación de la maldita violencia asesina que ocurre hasta en forma colectiva.

Por eso, ¡atento lector sentipensante y librepensador!, en medio de esta tierra degradada e “hinchada de vergüenza y sangre”, rechazo la masacre cómplice del asesino, rechazo la muerte lenta de la Nación, rechazo la muerte de la lucha, rechazo la muerte de un movimiento, rechazo la muerte. En voz alta quiero gritar: ¡rechazo la masacre de las bananeras!, ¡las masacres que llegaron a Turbo, Segovia, San Alberto y a El Aro! No dejemos morir en el silencio a La Mejor Esquina, La Gabarra, La Rochela, La Horqueta, a Montes de María; Puerto Alvira, Mapiripán y Urabá; La Zona Bananera o Macondo, Barrancabermeja y Bojayá. Enfilemos pues el derecho a reclamar e investigar, a pensar mejor, el derecho a morir con dignidad cuando nos dé la gana o cuando las Fuerzas Naturales así lo decidan. A pesar de todo, hoy tenemos todas “las herramientas para vivir muchísimo mejor y no lo hacemos”, lo cual “es nuestra culpa y nuestra vergüenza”; pero, sobre todo, culpa y vergüenza de la clase dirigente tradicional.  

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14 respuestas a «95 AÑOS DE UNA MASACRE APOCALÍPTICA»

  1. Rechazo todas las masacres en Colombia.
    Rechazo, todas las intenciones de los dueños del poder, de querer callar las voces de quienes no están de acuerdo con ellos.

  2. Recordar la masacre de las bananeras es acudir a la historia como medio para entender la contradicción entre capital y trabajo que debía ser una relación armónica para el bienestar social de la familia del trabajador, el capital se alimenta del sudor, del hambre y de la necesidad del que solo dispone de su fuerza y talento. Las condiciones históricas de los trabajadores bananeros eran tan miserables que prefirieron enfrentarse a un genocidio que seguir trabajando en condiciones humillantes provocada por una empresa que solo le interesaba sacar la mayor ganancia posible.

  3. Es inaceptable cualquier acto de violencia contra un ser viviente;
    primordialmente, contra un ser humano.
    Aunque es recordada por su magnitud y barbarie la masacre de las bananeras, las otras ocurridas en nuestro territorio nacional no dejan de ser igualmente de funestas.
    Excelente artículo, nos lleva nuevamente a la reflexión de la violencia en nuestra amada patria.
    Gracias por ello.

  4. Apreciado escritor!…tu inquietud mental y la realidad inevitable de los hechos y sucesos, te conducen a reiterar en este presente, que la violencia y el desprecio por la vida en nuestra raza humana existe y se manifiesta cruelmente!.En nuestro caso colombiano sigue como paisaje por nuestra vida. No hacemos nada al respecto y solo nos encogemos en nuestro egoísmo, como refugio débil ante los sucesos. Pasará una generación para ser conscientes y activos de nuestro compromiso vital!… El primer paso en digerir y materializar el mensaje de Santander Duran, en su vallenato auténtico! Sentir realmente y actuar con decisión y compromiso,como actores y no como espectadores y cómodos vecinos de nuestro territorio!… Está acción es la más difícil y la que necesitamos ya!… Felicidades en estos días decembrinos. UN A BRAZO GIGANTE 😊

  5. Remembranza de nuestra carrera universitaria. «Historia de una Ignominia», la realidad cruda de una lucha del pueblo por defender sus intereses, dura batalla que marcó los avatares de una sociedad sufrida en el tiempo de la clase obrera de Colombia…

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