INFANCIA RECUPERADA*

El excelso poeta español Miguel Hernández (1960) y yo,
que llevamos cubierta de montes la memoria,
sabemos con el gran filósofo francés Maurice Merleau-Ponty
que nunca nos repondremos de nuestra incomparable infancia.

En la imágenes: Arriba, panorámica de Tacamocho Bolívar tomada del periodico El Heraldo. Abajo, retrato de mi grado de primaria en la Escuela Rural de mi pueblo natal.

Me acabo de levantar, son las cuatro de la mañana -adquirí este hábito desde el inicio de la etapa universitaria-; trato de no hacer ruido para no despertar el amado zoológico, voy a la cocina y me hago varias tazas de café, mientras intento recordar los tiempos tacamocheros. A medida que avanzamos en los años, nos inclinamos hacia a aquel ínfimo, pero tan querido, tan añorado pedazo de tierra en que trascurrió nuestra incomparable infancia de la cual nunca nos repondremos: uno de los méritos del arte literario es hacernos redescubrir ese “mundo donde vivimos pero que siempre estamos tentados de olvidar.” (Merleau- Ponty, 2008)

Tuve la suerte de nacer en Tacamocho (Bolívar), en la región Caribe colombiana, a orillas del río Magdalena y en las faldas de los Montes de María, entre mujeres, tambores, tabacos, peces, frutas, pollos, gallos y gallinas; árboles, periódicos, conflictos socioeconómicos, frentes nacionales y familiares; caballos, caimanes, mar-ranas, mulas, muñecas, yeguas, toros, vacas, burros y burras.

Tacamocho, con sus calles unánimemente inolvidables porque todas concluyen en el monte o el río, era un pequeño pueblo bueno para vivir, donde se conocía todo el mundo y no había casi violencia (hoy se muere fácilmente, en el momento menos pensado y algunas veces sin saber en manos de quién, aunque muchas veces es por el fuego directo o cruzado entre paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes, militares y delincuentes comunes; ayer, hubo nada menos que cuatro muertes causadas por “los paracos” con el argumento falaz de la “limpieza social”, mientras yo hacía tranquilamente el amor con La Gran Liebre). Aquí, en las entrañas populares del terruño, Amelia Rosa Quiroz, mi madre, y Humberto González Dorado, mi abuelo, jirones de una fuerza mágica, llenaron mi niñez con la fascinación de la oralitura, en medio de pescadores y agricultores (oficios del Hombre- Caimán y de Francisco, el Hombre que se enfrentó al diablo en un duelo de acordeones).

Sabemos que los pobladores de la región Caribe rural, después del trabajo, cuando cae la tarde y disminuye el calor, suelen sacar sus sillas y mecedoras a las aceras de la calle; “y, mientras toman el fresco reparador y van viendo aparecer las estrellas en el cielo, se refieren historias que engalanan los recuerdos o los sustituyen con fantasías tenebrosas o amables, de amores o aventuras, realistas o fantásticas, una tradición que aquí sigue siempre sana y robusta en tanto que va desapareciendo poco a poco en el resto del mundo.” Dicha zona “es uno de esos islotes que todavía mantienen viva aquella viejísima costumbre de crear historias con la imaginación y la palabra, y contarlas para vivirlas y hacerlas vivir a quienes las escuchan.” Igual que al Nobel peruano (2018), a mí me “conmueve mucho la idea de todo un pueblo que espera el anochecer fantaseando una vida paralela a la real, más intensa, variada y atrevida que la meramente vivida, una vida que nos desagravia de lo que le falta a la verdadera para hacernos felices.”

Efectivamente, nazco lleno de oralitura rural, pero sobre todo lleno de monte y de agua magdalenense. Esa agua montuna que mezcla el motivo perenne de los atardeceres con la vida diaria, con la pesca de los Hombres-Cangrejos, con los productos agrícolas de los Hombres-Tierras. Esa agua en donde los árboles toman la forma de la brisa y sus copas danzan sopladas por fuertes vientos que anuncian tempestades, truenos, relámpagos y ternuras. Sí, nazco lleno de ese Río-Carta, mensajero acuoso y sibilino, portador de rumores, de aleteos, de los chapuceos del canalete que lo hiere y le arranca remolinos no previstos. Lleno de ese Río-Dios que todo lo sabe, todo lo ha visto, al que nada lo sorprende, gran bañera verde, pila bautismal de la nacionalidad, por donde todo subió y ahora todo baja convertido en mierda.

Me llamo Dayro porque cuando nací (el 11 de mayo de 1959, día de San Francisco de Jerónimo, confesor y mártir y San Evelio, mártir) acababan de morir Dairo Martínez, famoso humanista y periodista bolivarense, y Dairo Quiroz, abuelo materno e inspector de policía de Tacamocho. No obstante los nombres de los santos del día, la provinciana muerte insigne puso de moda el nombre, el cual, al parecer, según José Mª Albaiges (1990), es una deformación de Jairo del hebreo Yair “Dios quiera lucir»– o de Darío (nombre de un emperador persa que proviene de Darayaraus –»activo»–, influido posteriormente por la concurrencia Arrio); por esto, mi aglutinador nombre infrecuente es confundido constantemente con estos dos últimos. En suma, mi nombre significaría algo así como el activo hombre conciliador que los terrenales susurros sagrados quieren lucir.

Soy Tauro, pues, ese antiguo y digno signo del Zodíaco que me aconseja: “Desconfía de lo fácil, lo suyo es un camino largo y difícil”; no en vano mi símbolo es el toro, animal pesado que insiste tercamente en derrotar al enemigo, con los ojos clavados en la tierra, hasta lograr su objetivo. En el signo tozudo de Tauro, según Ernest Jünger (1995) –excelso señor y anciano venerable –, el mundo es movido desde lo quieto; es vencido por el poder del no obrar (hoy como vivo leyendo y escribiendo, La Gran Liebre me dice en son de reproche: “¡Pasas es aplastado!”). El cuatro aurífero de bastos terrenos, al revés, mi primer arcano, que habla sobre la memoria, me recomienda reiteradamente tener en cuenta estas consideraciones sobre mi personalidad cuando decida narrar o escribir mi vida en paralelo con la historia del país.

Además, según mi tercer arcano, el Ciclo, el número XX del Tarot, no quiere ilusionarse con ideas instantáneas que se prenden y se apagan, llegan y se van: está concentrado en el final del camino sin dejar que nada lo desanime. El Ciclo representa los templos antiguos del Sol y la Luna, allí cada piedra en su lugar era la memoria de una hazaña y también el deseo humano de tocar la punta del Cielo para oír de cerca las voces de los dioses que venían de otros mundos. Y de acuerdo con el nueve de copas del Tarot, su quinto arcano, recordar le hace bien; recordar otros tiempos, ciudades y aromas distintos, la vida corriendo, amores que lo estremecieron, secretos que guardó y sigue guardando.

Hoy, desde la madurez, asegura que no se cambia por nadie; tiene pleno sentido llamarse como se llama y vivir como ha vivido; el destino, las energías positivas del universo, los faros de la humanidad, las ánimas de sus seres queridos, el porvenir venturoso, los terrenales susurros sagrados y los astros prodigiosos han cuidado sus pasos: velas de todos los colores, muchas velas de todos los colores, pero sobre todo ¡velas blancas, muchas velas blancas! + ¡muchas velas rojas! = ¡muchas velas amarillas!

Entonces, desde antes de mi nacimiento escuché constantemente las narraciones multicolores de los viejos encantados con la palabra (mi abuelo y mi madre son dos grandes ejemplos): todo un mundo de leyendas, mitos y relatos populares con sus propios lenguajes y símbolos, en donde sus carnavales y vallenatos fueron declarados por parte de la Unesco como obras maestras del patrimonio oral, cultural e inmaterial de la humanidad en 2003 y 2015, respectivamente, porque reúnen expresiones emblemáticas de la música popular costeña y de la oralitura del pueblo barranquillero y del río Magdalena.

Estoy convencido de que la familia que echa cuentos unida permanece unida. De este modo, la gente se habitúa, y contar historias corre por nuestras venas y penetra en nuestro cuerpo, en nuestra alma. En Tacamocho, en el río Magdalena y en el mar Caribe, ¿qué podía hacer la gente con su tiempo libre sino contar historias? A veces creo que yo mismo, soy un cuento contado por mí mismo: me llamo oralitura caribe, aunque Dayro me llame; oralitura es tu profesión y tu destino que divierte con su lengua cuanto lame, eso dijo mi abuelo una vez con excelente tino porque tenía la boca anegada de cosechas.

Por los años de mi niñez, en una tarde cualquiera, a orilla del Magdalena y al pie del primer árbol del mundo, la gran Ceiba venerable (el entrañable escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor la llamaría con certeza: La ceiba de la memoria-2007-), Humberto González nos relató “que la mitad de Tacamocho se la llevó el río el 8 de abril porque un cura lo maldijo; maldición que se originó cuando el sacerdote desesperado no soportaba el acoso de los pelaos, quienes le gritaba desde cualquier rincón del pueblo: «¡Burrero, cura burrero!» Pero no se conformó con la maldición, cuando partió del pueblo dijo a los muchachos: ´Sus madres son unas santas, pero ustedes son unos hijueputas´”. (González, 1993)

Afortunadamente el desbarrancamiento no originó muertes humanas, pero dejó diezmado el comercio del pueblo. Esto fue como un presagio de El bogotazo del 9 de abril de 1948, fecha con la que empieza en Colombia el siglo XX y las terribles tensiones políticas que nos han perturbado en las más de siete décadas últimas; e incluso la misma gran esperanza política que fue asesinada ese día ya lo había precisado antes, aunque sin mucho conocimiento de lo que sería capaz la dirigencia élite del bipartidismo tradicional, El Partido Único Hermafrodita: “La oligarquía no me mata porque sabe que el país se vuelca y las aguas demorarán 50 años en regresar a su nivel normal”. (Valencia, 2012) El gran líder Jorge Eliécer Gaitán Ayala, La voz acerada de los humildes, se equivocó por muchos años, pero ojalá que no se siga equivocando por muchos más porque estas terribles tensiones políticas de hoy no las aguanta la infancia presente ni mucho menos la infancia recuperada.

Fuente: Orgullosamente tacamochero

*Este escrito se publica por primera ahora después de un barniz de actualidad. Forma parte de mi libro Oscuridades y destellos de la memoria, que será editado próximamente.

BIBLIOGRAFÍA

  • Albaiges Olivart, José María (1990). El libro de los nombres. Bogotá: Círculo de Lectores.
  • Hernández, Miguel (1960). Antología. Buenos Aires: Editorial Losada.
  • Jünger, Ernest (1995). Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial. Memorias-Vol. 1. Colección andanzas. Traducción de Andrés Sánchez Pascal. Barcelona: Tusquets Editores.
  • González Quiroz, Dairo Elías (1993). Magia bolivarense. Revista Integración en Marcha, N.º 3-Año 3, enero, San Juan Nepomuceno-Bolívar.
  • Merleau-Ponty, Maurice (2008). El mundo de la percepción. Siete conferencias. Traducción de Víctor Goldstein, Edición y nota por Stéphanie Ménasé. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Valencia, Luis Emiro (2012). Gaitán. Antología de su pensamiento social y económico. Bogotá: Ediciones desde abajo.
  • Vargas Llosa, Mario (2018) Los cuenteros de Zacapa. El País de España, Madrid, publicado el 2 de junio en https://elpais.com/elpais/2018/06/01/opinion/1527876940_909771.html

19 respuestas a «INFANCIA RECUPERADA*»

  1. Tacamocho, lindo pueblo que por la arremetida del río ya queda poco, pero sigue su linda gente, amable trabajadora y próspera en espera de una reubicación que ojalá se les dé pronto. ¡Excelente escrito!

  2. Hernán Borja (autor de la novelas "Al pie de l a hoguera" y "Sangrenegra: La Cruz de Jacinto". e de la Hoguera" dice:

    Vital y saudadoso escrito, fluido y sin imposturas académicas. ¡Qué bien!, una infancia feliz es el refugio inexpugnable ante cualquier problema posterior. A todas estas, parece que mientras en la costa se dedicaban en los atardeceres y noches a la oraliteratura; los paisas, en cambio, al chisme y, excepcionalmente, vibraba el rasgueo de alguna guitarrra. ¿Será por eso que nos dan pan y pedazo en la narrativa?

    1. Mil y una gracias maestro Borja (casi digo Borges) por sus laudatorios comentarios indagadores. No olvide que acordeón y chisme también han acompañado nuestra oralitura. La narrativa paisa también es maravillosa: El olvido que seremos y Sangrenegra: La cruz de Jacinto son solo dos ejemplos.

  3. ¡Felicitaciones!
    Buen escrito de todas esas anécdotas y remembranzas de niñez relatadas con buen léxico y de una manera agradable a nuestros oídos.
    La descripción del pueblo todo un esplendor de palabras juntas.

  4. Que texto lleno de muchos recursos estilísticos y abnegada remembranza para sus lectores, nos llena de mucha nostalgia puesto que lo que evoca es nuestra infancia, ¡FELICITACIONES González!

  5. Ameno escrito, contagia plenamente de la añoranza del terruño.
    Recuerdo cuando visité a Tacamocho… Llevado por la luctuosa noticia del ahogamiento de un hijo de una venerable y queridísima señora… «Doña Choya».
    Lo que más recuerdo es el viaje en Jhonson bajo un palo de aguacero y la encallada de la misma en una playa oculta… Los hombres bajándose a desencallar la embarcación y nosotros, pelaos aún, pujando desde arriba.
    Abrazos y felicitaciones querido profesor.

  6. Mi estimado Dairo González. Cordial saludo. Somos unos privilegiados al nacer en la realidad mágica del Caribe colombiano. Compartimos un cordón umbilical lleno de cuentos, mitos y leyendas que nos permite saborear desde el vientre materno los encantos de la cultura y el folclor a flor de piel o de boca de quienes nos amamantan con la oralidad que habla de amores y travesuras pueriles o no tan santas. Efectivamente recordé aquellas parrandas mágicas donde Leonel, tu hermano, nos deleitaba con sus cantos y composiciones hablando de una puerca ñoñera y de un buen sancocho e pescao. Un abrazo.

    1. Apreciado Víctor, ciertamente somos unos privilegiados el haber nacido en uno de los epicentros del realismo mágico, escuela o corriente literaria latinoamericana que tanta alegría y gloria le ha dado a este mundo convulsionado. Además, como bien lo dice arriba el escritor Hernán Borja, no olvides que ese pedazo ínfimo de añorada tierra querida «es el refugio inexpugnable ante cualquier problema posterior.»
      Me alegro que este escrito te haya permitido esas gratas evocaciones.

    2. Apreciado Profe y Amigo Dairo, me emociona recordar mi infancia, pero me place conocer de la tuya, transcurrida en un pueblo que no conozco pero que ya me imagino.
      De manera muy inteligente, manifiestas el paso de esa infancia, a la realidad vivida en nuestro país; orquestada por la «oligarquía nacional».
      Un gran abrazo y gracias por compartir.

  7. Hola profe, una narración genial y nostálgica de una etapa bonita… Bueno digo nostálgica porque me hizo recordar mi niñez en el campo y parece mentira, todo lo que ha pasado hasta hoy. Gracias por compartir, estaré atenta a la edición de su libro.

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