CINCO AÑOS DESPUÉS

Matador (2021)

¡Amable lector senti-pensante!, el pasado 26 septiembre se cumplieron cinco años de la primera de las numerosas jornadas históricas que vivió el proceso de paz en Colombia en apenas dos meses, firmado entre el Gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y la extinta guerrilla de la Farc con el cual se trazaban los lineamientos para poner fin a las causas que generaron el armado conflicto nacional y se edificaría la paz duradera y estable. Bosquejar un balance para valorar la implementación de ese programa trascendental de transformación pacífica durante este lustro es el fin de este texto.

“Al grito de ¡no más guerra!, el presidente Santos y Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, máximo líder de las FARC, firmaron un 26 de septiembre de 2016 en Cartagena de Indias el acuerdo que durante meses habían negociado en La Habana.” (Santaeulalia, 2021) La euforia desatada por el pacto que ponía fin al “largo camino para acabar el conflicto con la guerrilla más antigua del mundo” tras cinco décadas de guerra apenas duró una semana.

Siete días después, los colombianos dijeron no al acuerdo en una victoria por la mínima en un referéndum innecesario en el que más de 21 millones de colombianos inscritos no salieron a votar, 13 millones lo hicieron, con una abstención del 67,6 % y solamente una diferencia de 53.853 votos -lo que significó el 0,22 % de una población de más de 30 millones de ciudadanos que podían votar-; con ese referéndum “Santos pretendía reafirmar su posición a favor de la paz frente a la demoledora campaña en contra liderada por el expresidente Álvaro Uribe” (Santaeulalia, 2021), su antiguo mentor quien se sintió traicionado. Un NO que representó al 0,22 % de la población “reventó la más absurda polarización vivida en este país” (Mera, 2021) que ha resultado devastadora como ese volcán de La Palma española “que escupe fuego, arrasa viviendas y llega al mar levantando olas de fuego y sal y explotando irracionalmente.” (ibidem)

Ciertamente, la estrategia resultó un error como bien lo reconocería después el mismo Santos en La batalla por la paz, libro que publicaría en 2019. Entonces, con el país sumido en la incertidumbre ante el futuro del proceso y con el eco de la derrota santista aún en el ambiente, Colombia amaneció el viernes 7 de octubre con la noticia de que su presidente había sido nombrado Premio Nobel de la Paz 2016, lo que ratificó la acogida y el reconocimiento internacionales: “Fue un regalo caído del cielo”, llegó a decir el galardonado ante el espaldarazo llegado del exterior después del golpe recibido en casa. “Un mes y medio después, los mismos dos protagonistas de la primera firma, Santos y Timochenko, sellaron una segunda versión del acuerdo. En una ceremonia mucho más sobria que la primera. En Bogotá y sin aviones haciendo acrobacias ni pintando el cielo” (Santaeulalia, 2021), en el histórico teatro Colón, se firmó pues una nueva versión del Acuerdo que medio país manipulado sintió arbitrario.

En fin, en estos días se cumplen cinco años de la firma del Acuerdo final entre el Estado colombiano y las Farc. “Volver a visitar las imágenes de aquel día es encontrarse con la rimbombancia de un Gobierno que se dedicó a pavonear sus certezas antes que a persuadir a los colombianos. La `paz` era suficiente incentivo para acabar la guerra, se decía en aquel entonces, como si fuese el sentido común. Pero en vísperas de un plebiscito innecesario, hervía en Colombia un descontento” (EE, 2021B) manoseado que terminaría siendo muy nefasto. Desde entonces, las promesas que se crearon en La Habana han enfrentado fundamentalismos religiosos, odios viscerales e incontables obstáculos de la caverna espeluznante que nos gobierna hace más de un trienio. La fobia por la paz de la administración del subpresidente Duque, su presidente eterno y su Partido no es un secreto para nadie.

“Se dejó sentir desde la campaña presidencial de los `Trizas` en 2018, la subrayó el discurso de Macías el 7 de agosto de ese año, la celebraron las carcajadas de Paloma Valencia en la fiesta de celebración del mismo día… y la confirmaron las absurdas objeciones de Duque a la ley estatutaria de la JEP, que solo sirvieron para empantanar durante un año la agenda legislativa. La oposición del Centro Democrático a la aprobación de las curules de las víctimas, la negligencia del Gobierno en la implementación del Acuerdo de Paz, su brutal represión de la protesta popular y su indiferencia ante los cientos de asesinatos de líderes sociales y desmovilizados de las Farc son la confirmación de ese odio visceral”: 1.180 hombres y mujeres entre 904 líderes sociales y 276 excombatientes guerrilleros han sido asesinados desde 2016, según un informe de la Jurisdicción Especial para La Paz (JEP) divulgado en abril/21 por Yurany  Arciniegas.

“El fundamentalismo de esta administración se rige por una directriz no escrita pero celosamente observada: salvo el programa `Paz con legalidad`, así llamado solo para dejar en claro la ilegalidad del Acuerdo, la palabra paz no figurará en ningún documento oficial.” (Londoño, 2021) Ese pacto no sólo lo han estado pulverizando, el subpresidente Duque, su presidente eterno y su partido que prometieron hacerlo, también lo están pulverizando otros enemigos agazapados como las disidencias, las bandas criminales y demás. Entonces, éstos y aquéllos han tenido éxito porque tienen “grandes recursos y capacidades, y también porque los amigos de ella incurrimos en errores graves. No sólo el plebiscito; de manera más general, también el autoengaño, para no nombrar sino dos puntos importantes de la lista. Evidentemente, las destrezas que se necesitaban para construir el Acuerdo no eran las mismas requeridas para implementarlo y mantenerlo con vida.” (Gutiérrez, 2021)

Por todo lo anterior, la Colombia de hoy es devorada por una nueva ola de violencia que podría tener muchas explicaciones, pero únicamente nos detendremos en tres: primera, al menos, 200 municipios de los poco más de 1.100 que tiene Colombia están viviendo esa ola criminal. “En estas zonas, los grupos armados ilegales y las organizaciones criminales intentan ganarse la lealtad de la población administrando justicia. Una práctica tradicional desde hace muchas décadas.” (Ávila, 2021) Ellos muestran sevicia en actos sangrientos como los ocurridos recientemente en el municipio de Tibú, donde fueron vilmente asesinados dos adolescentes. “De hecho, en esta población, ubicada en la frontera entre Colombia y Venezuela, se vive uno de los reacomodos criminales más violentos luego de la dejación de armas de las FARC.” (ibidem)

La segunda explicación es que el Estado colombiano, luego de la dejación de armas de la exguerrilla, “nunca logró diseñar e implementar una estrategia de copamiento territorial de las zonas donde antes operaba. Esta estrategia, no solo hacía referencia a la presencia militar o policial, sino a una presencia más integral que involucre la admiración de justicia. En muchas de estas zonas las organizaciones criminales administran todo, la convivencia, y hasta las infidelidades matrimoniales. El problema con el servicio de administración de justicia estatal es que no solo no existe, sino que en muchas zonas se tiene una visión muy negativa de ella. Los pobladores acusan a las autoridades judiciales de ser corruptas y demoradas. De esa manera, servicios déspotas, pero ágiles como el de organizaciones criminales son los que más atraen a comunidades enteras.” (Ávila, 2021)

En tercer lugar, en muchas zonas del país no solo hay una disputa y los grupos criminales administran justicia, “sino que la poca infraestructura comunitaria para regular la vida social ha sido diezmada en los últimos años. Durante años, las FARC crearon un mecanismo en el que cada frente guerrillero hacía juicios y tomaba la justicia por sus manos. Ante desmanes y situaciones arbitrarias, la guerrilla comenzó a perder apoyo social ya que con un mínimo de información tomaban decisiones y asesinaron a miles de civiles por simples comentarios. La guerrilla comenzó entonces a delegar esas funciones en las Juntas de Acción Comunal… y se crearon mecanismos informales para resolver temas de convivencia y justicia.” (ibidem)

Esos mecanismos basados en tres instancias “fueron desconocidos y aislados por el Estado Colombiano, luego, los grupos ilegales comenzaron a destruirlos mediante el asesinato de miembros y presidentes de Juntas de Acción Comunal. Al final, lo están destruyendo todo y el Estado no ha sido capaz de copar esos territorios.” (Ávila, 2021). Así, esos hechos muestran la nueva ola de violencia que incubó Colombia durante este trienio y dos meses largos del desgobierno del subpresidente Duque, su presidente eterno y su partido que se han dedicado a sabotear la paz con las consecuencias que saltan a la vista.

Sin embargo, no todo está perdido por tres razones: primera, la firma final del programa trascendental de transformación pacífica fue “un avance histórico, que ya nos dejó un legado muy positivo. Miles de personas que sabían hacer la guerra abandonaron las armas. El deseo por alcanzar la paz —un espíritu cálido y generoso de mejorar— se volvió un punto de referencia para millones. El Acuerdo generó importantes políticas públicas y esfuerzos de inclusión social. Para promoverlos, el Estado creó o fortaleció distintas agencias, compuestas en general por un funcionariado de buena calidad, comprometido con sus metas, tareas e interlocutores.” (Gutiérrez, 2021)

Segunda, se reconoce como un avance positivo, la promulgación por fin “del acto legislativo a través del cual se crean las 16 circunscripciones transitorias especiales de paz, cómo están para brindar oportunidades a territorios duramente golpeados por el conflicto y que tendrán la posibilidad de elegir representantes a la cámara para que desde allí se desarrollen las acciones de reparación a comunidades abandonadas y que sufrieron los embates de la guerra.” (Castillo, 2021)

Y tercera razón: La Corte Constitucional, en forma unánime, “prorroga la Comisión de la Verdad… Así protege el derecho a la verdad por parte de las víctimas. El único peligro es que está cursando ya el presupuesto de la nación para el próximo año y no estaba contemplado un solo peso para la Comisión de la Verdad. Sin dinero será imposible cumplir este propósito. Hay que estar atentos…” (Mera, 2021) El padre Francisco de Roux lo expresó con mucha sabiduría: “Seguiremos trabajando en un relato plural que nos lleve a la reconciliación y a la no repetición del conflicto armado”.

Por último, en cuanto a lo bueno del Pacto, le cedemos la palabra a Íngrid Betancourt en esa Conversación pendiente que tuvo con el expresidente Juan Manuel Santos -moderada por Juan Carlos Torres- (libro esencial reciente para entender acuerdo y reconciliación): “Creo que en el fondo es un camino que todos recorremos. Todos estamos confrontados al odio. Pero, reconociendo con humildad que nos es imposible amar a ese otro que fue nuestro verdugo, podemos sin embargo escoger transitar hacia el perdón (…) El odio es un hueco sin fondo que se lo traga a uno. Y uno necesita salirse de allí, liberarse de ese odio, que es como una adicción que carcome a quien la sufre”. Y gracias a Juan Manuel Santos, quien se la jugó por la paz y, a pesar de los palos en la rueda, seguimos avanzando. Colombia no dará ni un paso atrás: “Llevamos cinco años en que no han podido destruir el proceso de paz, ni con mentiras, ni entrampamientos ni cientos de asesinatos”. (Héctor Riveros citado por Mera, 2021)

Así las cosas, amables lectores senti-pensantes permítanme finalmente cuatro conclusiones: Primera. Es evidente que la implementación de la paz ha sufrido ya un grave deterioro y hay muchas fuerzas que quisieran seguir destruyéndola, pues siguen matando líderes y excombatientes. A pesar de que se reconocen los esfuerzos que desarrolla el Estado para establecer mecanismos de protección tanto a excombatientes como a líderes y comunidades vulnerables, estos resultan insuficientes y no logran contener la violencia que se desata contra ellos. Además, aspectos que se consideraban cruciales para arribar a la paz “sufrieron un estancamiento casi total (acceso de los campesinos a la tierra, participación política), cuando no un retroceso severo (tratamiento de cultivos ilícitos, respuesta a las demandas ciudadanas). Algunas dimensiones importantes se han mantenido, pese a severas distorsiones iniciales y en buena parte gracias a garantías internacionales.” (Gutiérrez, 2021)

Segunda: Obvio que Apostarle a la paz sigue siendo necesario (EE, 21) y obvio que No podemos desfallecer en su construcción (EE, 2021B), mas soy escéptico con lo que queda del gobierno del subpresidente Duque, su presidente eterno y su partido porque ellos no han podido “ser más exacto a su aura de autodestrucción y bajeza”; por eso, continúan volviendo trizas el Acuerdo en medio de risas. “Siguiendo el guión de la ultraderecha conservadora de otros países, están amenazando el legado político de muchos años de una democracia endeble, pero al fin y al cabo democracia.” (González, 2021) En los menos de diez meses que quedan de su gobierno el cumplimiento del Acuerdo debería ser prioridad urgente por el bien de Colombia. “Pero soy pesimista porque ellos han argumentado estar en contra y arguyen además que se encontraron con muchos tropiezos y dos desafíos inéditos” (ibidem): el histórico estallido social del 2019 con su continuación este año y la pandemia despiadada del Coronavirus desde 2020 hasta su continuación en junio de 2022, según el Instituto Nacional de Salud.

Tercera: Los dos años de Santos en la implementación del Pacto fueron más o menos acertados, pero los tres de Duque no pueden ser más aciagos ante un país crispado y una sociedad agrietada en la que se ha perdido “la certeza del derecho” y se ha disuelto “en una especie de liquidez”; sus respuestas han sido reformas superficiales para la tributaria y la Policía, leyes para criminalizar la protesta, y la solución para el individuo fue “orgía de crimen, corrupción, desigualdad, desplazamiento, estupidez y locura.” (González, 2021) Como es evidente que estos años son diferentes a los tiempos del presidente Santos, hoy estamos ante el despertar del pueblo en la portentosa protesta social, especialmente de los jóvenes: el “¡Abajo Uriduque!” en la Jornada Nacional de Protesta del pasado miércoles 20 de octubre aún retumba hoy. Y cuarta: Alcanzar la paz “no es irreversible, sino frágil. Pavorosamente frágil. Sobre todo, en países que vienen de guerras larguísimas. Duque lo proclamó con su mala fe extraordinaria, pero por una vez en la vida acertaba (claro: sin darse cuenta, queriendo en realidad hacer daño). La conclusión que debemos sacar, empero, es radicalmente distinta a la de él: como es frágil, hay que cuidarla y defenderla.” (Gutierrez, 2021)

Comienza pues la recta final uriduquista. Claro que escándalo, mentira, persecución, frivolidad, sectarismo e incompetencia de sus integrantes no lo borraremos de la memoria fácilmente; pero por fortuna ellos no lograrán destruir totalmente el Acuerdo ya que pronto llegará el fin de este desgobierno: pertenezco a esos ciudadanos “que van tachando los días, como los presos, para ver cómo se va acercando, lenta pero inexorablemente, esa fecha. No tengo idea de quién se va a montar en ese potro arisco y resabiado, pero peor de lo que tenemos es imposible.” (Mera, 2021) En vista de que aún quedan 10 meses conviene aguantar la respiración y prepararse para ello.

Sin embargo, nuestro amado país no puede seguir a la deriva y menos ahora que el actual Congreso acaba de eliminar la Ley de Garantía que le permitirá a esa inepta minoría corrupta sobornar sin restricciones “y podrá alcanzar los límites de la avaricia hasta la última excitación, y el vértigo por el saqueo de todo lo que existe entre lo que queda de las arcas.” (Ochoa, 2021) Por todo lo anterior, hay que ponerle freno a la corruptela y a la infamia histórica del saboteo a la paz: “la honesta mayoría sana tiene que seguir luchando para salir adelante en las elecciones de 2022 con un cambio real que permita el ingreso de actores alternativos” (González, 2021) a Congreso y Gobierno renovados, que garanticen su compromiso y determinación para cumplir lo pactado en el Acuerdo final para poder arribar por fin y para siempre al país pacífico que queremos construir del tamaño de nuestros sueños colectivos.

El síndrome de la Habana - Caricatura de Matador
Matador (2021B)

BIBLIOGRAFÍA

2 respuestas a «CINCO AÑOS DESPUÉS»

  1. Espero que unidos tod@s por el resurgir de Colombia, implementemos las acciones necesarias, al alcance de nuestras manos, para que No dejar fenecer el Proceso de Paz Colombiano y al contrario, veamos finalmente su definitivo desarrollo.
    Gracias por su tiempo y atención.

  2. Si un país como este deja caer un acuerdo como ese, ¡apague y vámonos! Tus optimistas argumentos nos indican que no vamos a quedar a oscuras! ¡Seguimos creyendo en el futuro de esta patria tan nazarenizada por sus explotadores!

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