CUARENTA AÑOS DEL NOBEL

¡Amables lectores multicreyentes, sentipensantes y librepensadores!, después de haber visto las dos caras de la luna, el 21 de octubre de 1982, hace cuarenta años, el premio mayor de las letras del Nobel cayó en Macondo. Ese día, Colombia se despertó con la noticia jubilosa del Premio Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez (GGM). El objetivo de este escrito es rememorar pues los 40 años del Nobel al prodigioso narrador macondiano a través de mi visión de lector sentipensante como una forma de perpetuar su obra y las reflexiones que dejó alrededor de la soledad, la violencia política y la utopía.

En esa época, yo ya era normalista o bachiller pedagógico y trabajaba como profesor de Lengua castellana y Literatura en un colegio privado de Bogotá, y cursaba el quinto semestre de licenciatura en Filología e Idiomas en la Universidad Libre. Estando de vacaciones laborales, pasé varios días encerrado en mi habitación dedicado a escribir los últimos trabajos finales del semestre, al punto de que sólo los abandonaba para almorzar mientras veía por televisión las noticias meridianas. El 21 de octubre encendí el televisor y de pronto quedé como paralizado; sobre los créditos del telenoticiero apareció congelada la imagen de El Hijo de Aracataca. Dada la terrible situación por la que atravesaba el país (máxime cuando el propio escritor había tenido que exiliarse en México), lo primero que pensé fue que habían matado al narrador costeño.

Pero pronto mi estupor dio paso a una de las emociones más fuertes de mi vida; sobre el rostro congelado del novelista, y de derecha a izquierda de la pantalla, el generador de caracteres escribía: «Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, 1982». Y entonces, sin tener al lado a alguien con quien compartir mi alegría, salté y grité, aunque pronto se me hizo un nudo en la garganta y lloré como nunca lo había hecho. Alejado de mi tierra, por segunda vez -la primera fue cuando Junior se coronó campeón del fútbol colombiano- había sucedido algo que me hacía sentir orgulloso de ser costeño. Desde entonces, esas lágrimas en soledad se han convertido en el más expresivo, hondo y sincero de mis comentarios sobre GGM quien, ante los ojos del mundo, se convirtió en motivo de orgullo de todos aquellos que, contra los agravios de lo cotidiano y ante la barbarie de la realidad presente, hemos optado por el arte literario para multiplicar la utopía y habitar sin reservas los territorios de la imagin(a)ción.

Cuando le otorgaron a Gabo el premio Nobel, los académicos suecos le hacían un reconocimiento a las tradiciones orales y literarias de la Costa -esto es, su oralitura- «y por ende a las del país que teje las suyas. La historia de esa tradición necesitaba un artífice que enhebrara sus leyendas en la escritura y ese fue García Márquez; pero Gabito tenía que nacer y crecer en el cauce de un pueblo cuya cultura narrativa fuera tan rica que diera a luz al cantor que supiera contárselas a la humanidad.” (Ferro, 2022) El mismo Gabo lo dijo mejor una vez cuando expresó que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas; a propósito de esta obra portentosa y de los 40 del Nobel, Netflix acaba de presentar un adelanto del ambicioso proyecto que espera mostrarle Macondo a las nuevas generaciones planetarias. 

El escritor y periodista colombiano invitó a un centenar de personas costeñas destacadas de la cultura popular y de la oralitura urbana y rural, para que asistieran a la ceremonia del otorgamiento del Premio. Los hermanos Zuleta, Totó la Momposina, Francisco el Hombre y El Hombre-Caimán fueron algunos de ellos. Dicha delegación viajó a Estocolmo el 8 de diciembre. “Estocolmo, gélida y fantasmal, oscura desde el mediodía como siempre en el invierno boreal, según Juan Constaín (2022), fue por esos días del desembarco colombiano un verdadero carnaval, un rapto de música y de fuego, de cumbia y vallenato, de nostalgia y de ron. Todos los amigos de ‘Gabo’, los vivos y los muertos, se dieron cita allí para esa consagración que parecía a la vez imposible, justa, milagrosa.”

 La soledad de América Latina fue el magistral discurso que dijo GGM, vestido de liquiliqui blanco, en la ceremonia del 10 de diciembre. Habló del nudo y del tamaño de nuestras tierras condenadas a cien años de soledad. Formuló dos interrogantes fundamentales: ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reserva en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de un cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?

También planteó que, frente al tamaño de nuestra soledad producida por la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta debe ser una nueva y arrasadora utopía de la vida en las que “las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra…”. Y Cien años de soledad es precisamente el nombre de su obra cumbre de interpretaciones sin término, “la novela más poética y reveladora que se hubiera escrito jamás sobre el Caribe y América Latina” (Mallarino, 2022, p. 9): La primera obra literaria «desde el libro del Génesis que debe ser leída por toda la humanidad». (Kennedy citado por Mallarino, p. 33) Aunque el Nobel se da por toda la obra escrita, el mismo GGM cree que debieron otorgárselo por El coronel no tiene quien le escriba. Sea como sea, lo cierto es que el discurso Nobel fue “una reflexión tan bella y tan lúcida sobre nuestro destino contrariado que por sí sola merecería que a su autor» (Constaín, 2022) le hubieran dado ese premio.

Entonces, nuestro Nobel portando orgulloso, como levitando, el típico vestido elegante del Caribe americano en esa inolvidable ceremonia en la Sala de Conciertos de Estocolmo del 10 de diciembre de 1982, “recibió la ovación del mundo entero rendido a sus pies; luego, en el banquete que les ofrecieron los reyes a él y a los demás laureados, pronunció un discurso alucinado que se llama Un brindis por la poesía” (Ibíd, 2022), que en los apuros de las últimas horas había escrito a cuatro manos con su amigo íntimo, narrador y poeta Álvaro Mutis. Ahí se agradece a la Academia de Letras de Suecia su distinción con ese premio que lo colocó junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron sus “años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir” con poesía: “esa energía secreta de la vida cotidiana que cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.” Un brindis por la vida de GGM que estuvo teñida por la fuerza de su poesía que transmitió a sus novelas y cuentos delirantes y hermosos.

Foto YouTube: el día en que García Márquez recibió el Nobel de Literatura

En 1983, un año después de la fiesta Nobel colombiana y la alegría latinoamericana, nuestra región siguió con su ambiente turbio predominante porque en tres naciones -Granada, España y Nicaragua- acontecieron tres hechos que repercutieron en Colombia en los cuales estuvo involucrado también EUA e Italia: el primero sucedió el 25 de octubre cuando Marines norteamericanos invadieron la minúscula isla caribe Granada con la excusa de preservar la vida de estadounidenses e impedir la construcción de una base militar soviética. Sabemos que el presidente Ronald Reagan los envía para matar el socialismo. Los marines matan un muerto. Algunos militares nativos se ocuparon de asesinar el socialismo, en nombre del socialismo, unos días antes. Tras los marines, desembarca el secretario de Estado norteamericano de entonces, George Schultz, quien declara: “A primera vista advertí que esta isla podría ser un espléndido negocio inmobiliario.”

El panorama sombrío se acentuó con el segundo hecho cuando un avión de Avianca se precipitó a tierra cerca del aeropuerto de Barajas, en Madrid -España-, el 27 de noviembre. Murieron 181 personas y 11 se salvaron. En el siniestro fallecieron varios intelectuales latinoamericanos que venían a Bogotá al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana: Ángel Rama, narrador y crítico uruguayo; Jorge Ibargüengoitia, novelista y autor teatral mexicano; Manuel Scorza, novelista y poeta peruano; y Marta Traba, crítica de arte de origen argentino que había recibido la nacionalidad colombiana, quien impulsó el arte moderno en el País Lúdicamente Dramático. Todos ellos se encontraba en la cima de su capacidad creativa.

“Desde que nacemos esperamos la muerte / y siempre la muerte nos sorprende. / Ella, la esperada, es siempre la inesperada. / La siempre inmerecida. No importa” / la edad que tenían: no estaban maduros / “para morir. Nadie lo está, cualquiera / que sea su edad”, afirma Octavio Paz. Por supuesto que estas inesperadas muertes trágicas ensombrecieron el evento, y pienso que hubiera debido suspenderse. Pero, claro, la inversión realizada era ya muy alta y la función, como en las tablas, debía continuar a pesar de esa noticia lacerante.

Entre tanto, y este es el tercer hecho sombrío, penachos de humo brotan de las bocas de los volcanes y de las bocas de los fusiles en Nicaragua. Los campesinos van a la guerra en burro, con un papagayo al hombre. Dios era pintor primitivo cuando imaginó esta tierra de hablar suavecito como algunas regiones colombianas. Los EUA, que entrenan y pagan a los Contras, la condenan a morir y a matar. Desde Honduras la atacan los somocistas; desde Costa Rica, Edén Pastora la traiciona. Y en eso viene el Papa de Roma y maldice a los sacerdotes que aman a Nicaragua -Ernesto Cardenal sería uno de ellos- más que al cielo, y manda callar de mala manera a quienes le piden que rece por las almas de los patriotas asesinados; tras pelearse con la católica multitud reunida en la plaza, se marcha furioso de esta tierra endemoniada.

Por lo sucedido en Granada y Nicaragua, en el acto de clausura del enlutado Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, al cual asistí, se firmó una declaración dirigida «a los escritores de Estados Unidos y por conducto de ellos a su pueblo». La comunicación decía: «Los escritores reunidos en Bogotá en el Primer Encuentro Hispanoamericano de Cultura, dedicado a la generación del 27, consideramos un deber manifestar nuestra inquietud por la gravísima situación que vive el continente americano, en especial Centroamérica y el Caribe. La invasión a Granada por tropas estadounidenses y las amenazas a Nicaragua han agudizado esta crisis. Nos parece alarmante que sectores del pueblo de Estados Unidos confundan estas acciones contra la libertad, cuando, con su conciencia y participación, pueden detener la escalada que nos conduciría, a ustedes y a nosotros, a una tragedia de proporciones incalculables. Todos queremos la paz. Este anhelo es el fundamento de la vida misma. La tradición democrática de Estados Unidos no debe extinguirse ante los argumentos belicistas de quienes, si no lo evitamos, pueden llevar al mundo a la guerra. La lucha por la supervivencia de la humanidad es de todos. Confiamos en ustedes.»

El texto anterior fue encabezado, como resultaba obvio, por GGM, que inauguró el Encuentro al lado del presidente Betancur, quien lo había invitado especialmente para ello. En esta inauguración fue donde conocí físicamente al Nobel colombiano, «gran artífice en la sombra de todos los procesos de paz en Colombia», que asistió por los procesos de paz y la apertura democrática que lideró nuestro gobernante. Y eso sucedió casi un año después del otorgamiento del Nobel y muchos años después de que las élites bogotanas se rindieran a sus pies, maravilladas más por su prestigio universal que por la gozosa lectura de su obra literaria. Como pude, en la biblioteca Luis Ángel Arango, me hice casi a su lado.

Y yo allí, mirando de reojo más a García Márquez que al presidente, con la emoción y el asombro de estar casi al lado del único Nobel colombiano de literatura. Fue tanta la emoción y la admiración por él que en ese momento, por primera y única vez en mi vida de varón costeño, sentí el impulso de cogerle la mano, como aquella novia en el cine del pueblo, para decirle que era mucho lo que lo admiraba y que era mucho lo que lo amaba y que gracias por existir. Sólo pude ver a una niña, hija de un ministro tal vez, que le entregaba un ejemplar de Cien años de soledad para firmar; mi grata sorpresa fue enorme cuando observé que el gran escritor sacó un lápiz amarillo y le pintó dos mariposas: ése fue su autógrafo.

Terminadas las palabras del presidente que no escuché, la voz seductora de una presentadora dijo:

–Ahora, distinguidos asistentes, nos dirigimos a la Academia de la Lengua.

–¿Dónde queda? –preguntó el Nobel. La risa a su alrededor fue estruendosa.

No era un chiste, el hijo del boticario y telegrafista de Aracataca no lo sabía y luego se veía raro sentado a la mesa rectora, pero quién más pertinente para ocuparla con el múltiple acento de sus libros. De ellos puede deducirse parte de su lección, y la otra la sacaríamos de lo que ha sido la práctica en él mismo, hacer patente que siempre hay algún otro camino al que se le puede buscar la entrada y la salida para ofrecer el gran resultado, en este caso el suyo, en el que han participado cuatro manos, las de Mercedes Barcha iguales de activas, su eterna compañera y ancla de sus sueños.

Gabriel García Márquez es “sin duda el escritor más grande de nuestra historia y uno de los mayores de todos los tiempos en todas las lenguas, al punto de que no es solo que fuera el mejor escritor nacido aquí sino también el único colombiano que había logrado de verdad lo más difícil que pueda haber en el arte y en la vida, la universalidad” (Constaín, 2022): El novelista en castellano más importante después de Miguel de Cervantes Saavedra. Definitivamente, pues, el cataquero más ilustre es un gran símbolo colombiano que nos dejó un enorme legado generoso no solo en la literatura como escritor genial del realismo mágico, sino también como un humanista brillante que nadó como pez en el agua en el periodismo, el ensayo y hasta los discursos.
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Hasta ese año de 1982 Colombia no sabía lo que era ganar; hoy, cuarenta años después, “es probable que todavía no lo sepa bien del todo, aunque en estos cuarenta años eso ha cambiado mucho y ya los triunfos de nuestros héroes no son tan raros ni tan sufridos, tan atormentados, tan cercanos a la derrota como lo eran en los años ochenta, por eso la gente aquí no sabía qué hacer cuando irrumpía una buena noticia así: nos daba risa nerviosa, nos mirábamos angustiados y perplejos.” (Ibíd, 2022)

Por último, como professor de Lengua castellana y Literatura y jefe del área de Humanidades del colegio Usaquén y amante eterno de la vida y obra garciamarquianas he encontrado en la celebración de estos cuarenta años del Nobel a Gabo nuevas energías positivas del universo que son fuente de placer y saber que uso para comprender mejor la vida, para vivirla más, de una manera más rica, más compleja y más intensa, y, por supuesto, para beber de las revelaciones que lo siguen transformando a uno en lo que uno quiere ser: he ahí el verdadero arte de leer a Gabo y el verdadero arte de entender su vida de 87 años que legó al mundo un universo literario mágico e irrepetible. ¿Cómo no creer en los milagros y en la magia, cómo negarse a un mejor futuro después de conocer la vida y la obra de GGM? Gabo tenía un talento sin límites, una certera intuición y una lengua iluminada. Tenía “la capacidad nada común de ver las dos caras de la luna”, como dijo Ernesto Volkening.

En suma, pues, ese 21 de octubre de 1982, hace 40 años, ese día, y para siempre, el premio mayor de las letras del Nobel cayó en Macondo. “Por primera y única vez en nuestra vida, quizás, los colombianos supimos lo que era ganar algo de verdad. Por eso todavía… estamos celebrando” (Constaín, 2022) la vida y obra maravillosas de GGM que nos motiva “a hacer más de lo que podemos y a ser más y mejor de lo que somos.” (Botero, 2022) Entonces, bailando o cantando cumbia o vallenatos auténticos y tomando un buen licor, en medio de la conmemoración del 40 aniversario del Premio Nobel de Literatura a Gabo e inicio del Gobierno de la paz total y del cambio humano-progresista de Gustavo Petro y Francia Márquez, brindemos de nuevo hasta alcanzar una borrachera colosal hecha de vida, memoria, dignidad y esperanza: Los caminos ardientes de homenajes gabianos y fiestas macondianas conducen a la sabiduría.

INDISPENSABLES MURMULLOS REFERENCIALES

  • Botero, Juan Carlos (2022). ¿Envejecer o madurar? El Espectador, Bogotá, publicado el 14 de octubre en https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/juan-carlos-botero/envejecer-o-madurar/
  • Constaín, Juan Esteban (2022). Cuarenta años de fiesta: un Nobel que todavía estamos celebrando. El Tiempo, Bogotá, publicado el 9 de octubre en https://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/gabriel-garcia-marquez-cuarenta-anos-de-su-premio-nobel-de-literatura-708134
  • Ferro Bayona, Jesús (2022). Los 40 del Nobel. El Heraldo, Barranquilla, publicado el 22 de octubre en https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/jesus-ferro-bayona/los-40-del-nobel-columna-de-jesus-ferro-bayona-948455
  • Mallarino Flórez, Gonzalo (2022). El día que Gabo ganó el Nobel. Planeta, Bogotá. 

6 respuestas a «CUARENTA AÑOS DEL NOBEL»

  1. Excelente texto que nos devuelve a las glorias de Gabo, con sus 40 años de gloria macondiana, afirmando que sigue vivo y vigente con sus grandiosas obras literarias.

  2. Hombe, ¡qué texto hermoso! Sé que lo escribiste visceralmente, de allí también provienen su ritmo y su persuasión. También lloré al conocer la noticia: estaba en clase en el JAS. Un abrazo fraternal y literario.

  3. ¡Buenas noches amigo Dairo!
    Buena narrativa de los 40 años del p. Nobel de literatura, G. G. M.
    Exiliado x sus ideas, y en hora buena, llega un presidente con ideas similares, proponiendo paz, tranquilidad, vivir sabroso.

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